El mismo día, Julio Q., el atacante, fue detenido y trasladado a la Unidad de Flagrancias.. Foto: Archivo/ EL COMERCIO
Diana (nombre protegido) prefiere olvidar lo que le ocurrió la mañana del 24 de enero del 2018. Pero, para que otras mujeres no vivan lo mismo, este 5 de marzo accedió a compartir su experiencia, que tuvo como desenlace la acción de la Justicia.
Ese día, Diana se dirigía a su trabajo, en el norte de Quito. A la altura de las avenidas 10 de Agosto y Naciones Unidas, Diana fue víctima de abuso sexual. Eran las 08:00. Ella recuerda que Julio Q., de 24 años, la tomó por detrás y metió la mano por debajo de su falda. Él tocó sus partes íntimas.
Luego del hecho, Diana empezó a gritar y a pedir ayuda. Dos compañeros de su oficina, que estaban cerca de la institución, la socorrieron. Ellos persiguieron al agresor, que se refugió en una tienda cercana. Pero después logró escapar.
Diana y sus colegas llamaron a la Policía Nacional. Tras narrarles lo sucedido, la víctima acompañó a los gendarmes a un patrullaje que hicieron por el sector para encontrar al sospechoso.
Minutos después, lo identificaron en la misma intersección en donde cometió el delito. El sospechoso se dedicaba a limpiar parabrisas de vehículos. El hombre frecuentaba el sector junto a otros dedicados a la misma actividad informal, en los semáforos de la 10 de Agosto y Naciones Unidas.
Julio Q. fue detenido y trasladado a la Unidad de Flagrancias. Ahí, Diana fue sometida a exámenes físicos y psicológicos que confirmaron el abuso. Sin embargo, la defensa del señalado pidió diferir la audiencia, para que comparecieran unos testigos. La diligencia se cumplió casi un mes después.
Con videos que demostraron la agresión y otros elementos probatorios del delito, Julio Q. se sometió a un procedimiento abreviado: Aceptó su culpabilidad, con el objetivo de que se le redujera la pena. El señalado fue sentenciado a un año de prisión, por abuso sexual.
La víctima ha tratado de superar el hecho. Pero las secuelas psicológicas del abuso siguen latentes. Ella sufre estrés postraumático y teme ir a su sitio de trabajo. Por eso, Diana pide que las autoridades refuercen los patrullajes en la zona y se controle al comercio informal.
“En el trabajo tengo compañeras con discapacidad. Ellas corren el riesgo de que les ocurra lo mismo”, manifestó la mujer.
Royer Goicochea reside cerca del sitio en el que se cometió el delito. También tiene un negocio. El morador reconoce que desde hace varios meses la inseguridad en el sector es más evidente, más que nada en las tardes.
El día que ocurrió el abuso, Royer pudo hablar con Diana y ella le contó lo sucedido. “Por acá pasan niñas y personas con discapacidad. Si una mujer adulta fue abusada, a plena luz del día, imagínese lo que puede pasar con personas de grupos vulnerables”, comentó.
Diana y sus compañeros se llenaron de valentía para hacer público el caso. Ahora esperan crear un precedente y así pedir más seguridad para las mujeres que circulan por esta zona y todo Quito.