Realmente que hay semanas propensas para las malas noticias.
Por ejemplo, la que acaba de transcurrir, hasta el punto que pudieron calificarse de ‘negros’ el martes, jueves y sábado para identificar a los días más acontecidos. En orden contrario a ellos resultan claros los motivos de semejante epíteto.
El sábado, no obstante, las altas temperaturas fueron un enorme baldazo de agua helada que empapó y deprimió a la ciudadanía por la pérdida del juego de fútbol en Medellín, que torna más cuesta arriba clasificarse para el Campeonato Mundial del año entrante.
El jueves aumentó el precio de la gasolina llamada súper en las estaciones de servicio de Petroecuador; el rango fue pequeño, pero de todas maneras estas alzas siempre son inquietantes, y el martes se cumplieron exactamente 70 años desde cuando empezó el satánico forcejeo al que suele llamársele Segunda Guerra Mundial.
Minuciosas investigaciones han permitido descubrir la hora -04:45 de la madrugada- y el lugar de la frontera germano-polaca donde empezó el devastador incendio.
Pero por notable contraste, casi no se ha conocido la circunstancia de que estuvo a punto de evitarse que nuestro pobre Planeta ardiera durante seis años por todos los puntos cardinales. ¿Que cómo fue eso?
Se torna sencillo de entender gracias al relato límpido y de excelente dramatismo, que escribió Alain Decaux, sobre el industrial sueco que por sí y ante sí decidió librar una intensísima campaña por la paz, justo cuando el mundo estaba al borde mismo de precipitarse en el insondable abismo de la guerra.
Alain Decaux compuso unos cuantos libros bajo el título de ‘Destinos Fabulosos’, pero nunca cedió a las tentaciones de lo legendario sino que mantuvo rigor histórico y fidelidad biográfica.
Él perteneció a la Academia Francesa; se vinculó con la TV de su país y a su momento desempeñó el Ministerio de Francofonía en el gobierno del presidente Mitterrand.
Cuando explora la peripecia del industrial sueco Birgen Dahlerus, halla que este, traumatizado por el sufrimiento que había contemplado en Hamburgo y valido de su amistad casual con Goering, poderoso y enorme ministro del Aire de Hitler, nada menos, resuelve aprovechar la relación para convencer al dictador nazi de que los británicos sí cumplirían la promesa de ayudar a Polonia… y de esta manera disuadirle de invadir la débil nación vecina.
Sin experiencia de política internacional y cargado solo de su buena intención, Dahlerus viaja en vísperas de la guerra, habla con gobernantes, ministros y diplomáticos, como una verdadera lanzadera. Pero el pacto Hitler-Stalin le hizo fracasar y el estallido resultó inevitable.