Para este caldeado Mundial de fútbol en Brasil , nadie está más dispuesto a poner toda la carne en el asador que las prostitutas de Vila Mimosa, la “zona roja” de Río de Janeiro.
“Esperamos que la clientela aumente un 80%. Vamos a atraer a los «torcedores» con una pantalla grande en la calle para transmitir los partidos y ofreceremos churrascos. Queremos que haya ambiente de fiesta”, adelantó a LA NACION la asistente social Cleide Almeida, de la Asociación de Amigos de Vila Mimosa, área donde trabajan unas 4000 “garotas de programa”.
Ubicada a pocos metros del Maracaná, la actividad en Vila Mimosa es constante las 24 horas. El epicentro es un enorme y oscuro galpón sobre la calle Sotero dos Reis, donde se alinean pequeños bares de dos pisos, cada uno con una música distinta a todo volumen. Allí, entre chicas en bikini y ropa interior que se asoman para ofrecer sus servicios, se pasean, cerveza o caipiriña en mano, obreros, camioneros, taxistas, estudiantes y militares en busca de sexo, mientras empleados de limpieza baldean el corredor con un detergente nauseabundo. En las cuadras vecinas más mujeres semidesnudas recorren otros bares y puestos callejeros donde se mezclan con trabajadores de los frigoríficos del barrio, con sus delantales manchados de sangre. Aquí, la carne está presente en todas sus formas.
Aunque en los últimos años el gobierno brasileño hizo grandes esfuerzos por despegar la imagen del país del turismo sexual, en Brasil la prostitución es una actividad legal, reconocida por el Ministerio de Trabajo, cuya única restricción es que sea realizada por mayores de 18 años que actúen libremente, sin ser obligadas por otra persona. Y para el Mundial, que comienza el próximo jueves con el partido entre Brasil y Croacia, la expectativa es grande. Como se cree que la mayor parte del público es masculino, que viene en grupos de amigos y con ganas de divertirse, muchas mujeres ven la Copa como una oportunidad dorada para aumentar sus ingresos.
“Espero ganar suficiente dinero durante el Mundial como para poder volver a estudiar pronto”, contó Marcia, una rubia de 24 años que sólo terminó la secundaria y sueña con ser diseñadora de ropa. Por cada “programa” cobra unos 22 dólares.
Si bien la mayor parte de los frecuentadores de Vila Mimosa son brasileños, la Asociación de Amigos estuvo preparando a las chicas para un gran flujo de extranjeros con clases de inglés y español. “Not for free” fue una de las primeras frases que Marcia aprendió en los cursos impartidos en la Asociación, donde las prostitutas también pueden instruirse en peluquería, corte y confección, informática, depilación, manicura y maquillaje. Con apoyo de la alcaldía, se las orienta en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, se les reparten gratuitamente preservativos y cada tres meses se realizan exámenes médicos.
Por donde se pregunte, tanto los dueños de los establecimientos como las prostitutas aseguran que allí no hay menores de edad trabajando. Sin embargo, la semana pasada la policía detuvo a tres hombres acusados de explotación sexual de menores, sospechosos de estar vinculados con mafias que trafican personas.
“Por el Mundial hemos aumentado mucho la fiscalización en toda la ciudad. También intensificamos las campañas para alertar a las prostitutas sobre la posibilidad de que vengan hombres prometiéndoles trabajo o matrimonio en el exterior, y que en realidad sean traficantes”, señaló Ebenezer Oliveira, coordinador del Núcleo de Enfrentamiento al Tráfico de Personas y al Trabajo Esclavo de la Secretaría de Derechos Humanos del Estado de Río de Janeiro.
Pese a estos riesgos, en las últimas semanas se vio un aumento de prostitutas en varias zonas de Río, por donde se espera que pase la mayor parte de los hinchas que vienen al Mundial. Especialmente en la turística Copacabana, repleta de bares y “boates” con nombres como Dolce Vita, Casablanca Club y Barbarella.
Muchas mujeres son de Río, otras vienen desde localidades suburbanas o incluso desde ciudades más lejanas, como María Luisa, de 40 años, que vive en Petrópolis, a 70 kilómetros, donde trabaja de día en una fábrica textil y se “escapa” tres noches a la semana para buscar clientes en el bar Balcony.
“Tengo tres hijas, a las que cuido sola, y la plata no me alcanza. Acá, los turistas pagan bien y son más educados que los brasileños”, contó. Apuntó que prefiere aprovechar la semana antes del Mundial porque teme que una vez que empiece la Copa haya protestas como las que sacudieron el país el año pasado, contra los gastos en los estadios y en reclamo de mejores servicios públicos, y que los extranjeros tengan miedo a salir de noche.
Venida de la vecina Niteroi, Daniela, de 37 años, no quiere ni siquiera pensar en ninguna posibilidad que le arruine su negocio. Invirtió mucho en prepararse para el Mundial y no ve la hora de que la pelota empiece a rodar. “Pagué 3000 reales (1300 dólares) por esto”, afirmó agarrándose los enormes pechos que sobresalían en el ajustado vestido azul estridente. “Ahora necesito algún jugador que esté dispuesto a pagar suficiente para disfrutar a lo grande”, dijo y, con una guiñada de ojos, agregó que incluso está dispuesta a compartirlos con los “enemigos” argentinos.