Los armados irrumpieron en las calles Wilson y Diego de Almagro. Se abrieron paso a punta de pistola, la madrugada de domingo, entre ciudadanos que se arrojaban al piso para escapar de las balas, en La Mariscal.Policías de Inteligencia atribuyen ese tiroteo a narcotraficantes. Es un secreto a voces. Mafias integradas por ecuatorianos y extranjeros venden marihuana y cocaína en los alrededores de la zona turística del norte de Quito. Esos vendedores al menudeo forman parte de estructuras de narcotráfico, vinculadas al tráfico de personas, explotación sexual y chulco. Pero el cuádruple crimen de extranjeros, la noche del lunes en una residencial colindante con la zona de diversión de La Mariscal, muestra una cara distinta de ese fenómeno, quizá la más violenta y que tiene al sicariato solo como una expresión: la disputa territorial por la venta de drogas al menudeo en Quito. La penetración de células del crimen organizado en las áreas urbanas no es nueva, tampoco lo es el sicariato en sí, pero sí la posible guerra entre narcos y su violencia. Hay que sumar el hallazgo de tres cadáveres en un auto de lujo en Guayaquil. Ecuador es un país de paso, de procesamiento y de consumo de droga. Siete cadáveres (tres amordazados y cuatro con tiros en la cabeza) en dos días evocan a los carteles de México. Y todo con una Policía en crisis. Así, quien más saca provecho del 30 de septiembre es el crimen organizado. Urge reconstruir a la Policía, con los uniformados honestos que también la conforman y con una reforma que suponga depuración y modernización. El desafío es hacerlo con la fuerza con la que se castiga a quienes violaron la ley el 30-S. Y con todos los actores. Pero, claro, eso supone diálogo. Es hora de dejar de marcar al país entre buenos y malos, conspiradores y revolucionarios. Y empezar a hacer algo para apagar las llamas.