El comedor Divino Niño, en Tulcán, sirve almuerzos gratis. El jueves último atendió a 223 personas, de ellas el 80% era de Venezuela. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO
Aprovechado una caída de agua junto a la vía Panamericana, un grupo de nueve extranjeros toma un baño y lava algunas prendas de vestir.
“Vamos pal’ Perú. En Lima vive mi hermano”. Así comenta Alfredo Tillero, oriundo de Maturín, en Venezuela, mientras hace una pausa en el cantón Bolívar (Carchi), en su periplo al sur del país. Todos tienen el rostro quemado por el sol y los zapatos desgastados.
La imagen de estos caminantes se repite en varios tramos de la carretera, hasta llegar a Rumichaca, en el límite entre Colombia y Ecuador.
Este Diario hizo un recorrido, el jueves 30 de enero del 2020, desde Ibarra hasta Tulcán. Se contabilizaron 76 migrantes que avanzaban por la orilla de la vía.
Sin embargo, esa imagen contrasta con la de la oficina de Migración de Ecuador, en Rumichaca, que registra pocos usuarios. Según un funcionario de esta dependencia, entre 40 y 60 venezolanos realizan cada día el trámite de ingreso al país, por este punto.
El mes anterior arribaron 62 venezolanos diariamente, según datos del Ministerio de Gobierno.
Para ello necesitan presentar la visa. Ese es el requisito obligatorio para ingresar de manera legal al Ecuador, desde el 26 de agosto del año pasado.
El Gobierno estableció esta medida mediante Decreto 826, para frenar la llegada masiva de extranjeros. Los días previos a la aplicación de esta normativa cruzaban 2 355 venezolanos a diario.
Alfredo Tillero, al igual que sus compañeros, no tiene visa ni pasaporte. Por eso, todo el grupo pagó USD 10 para cruzar de Colombia a Ecuador, usando un camino secundario de la frontera. Considera que tuvo suerte porque a otros les cobran de USD 10 a 20 por persona, para trasladarlos en un camión de un país a otro.
Daniel Regalado, presidente de la Asociación Civil de Venezolanos en Ecuador, también ha conocido casos de personas víctimas del coyoterismo.
Explica que el ingreso de ciudadanos de Venezuela es mínimo por Rumichaca, en comparación con los que cruzan por las trochas de la frontera, pues pocos tienen pasaporte.
Un grupo de viajeros venezolanos descansa en una orilla de la vía Panamericana en el cantón Bolívar, en Carchi. Van a Perú. Foto: Álvaro Pineda para EL COMERCIO
El exgobernador del Carchi, Edin Moreno, reconoció hace varias semanas que se utilizaban los pasos informales de la frontera. Según datos de la fuerza pública, hay 36 puntos que son usados por contrabandistas y ahora por coyoteros. Los principales están en los sectores de La Pintada, Río Carchi, El Brinco, Cuatro Esquinas, entre otros, explica un uniformado.
El arribo de los extranjeros también se siente en las instituciones de ayuda social. Uno de ellos es el comedor Divino Niño, de la Diócesis de Tulcán, que sirve almuerzos gratuitos a las personas necesitadas.
El jueves último atendieron a 223 personas. El 80% de los comensales que asisten son ciudadanos de Venezuela en condición de movilidad, explica Germán Enríquez, encargado de la Pastoral Social.
El 2019 se repartieron 35 845 almuerzos. Recuerda que en el 2016, cuando se inició la migración venezolana, llegaban primero hombres solos.
Un año después, hombres y mujeres. Y en el 2019 fueron familias completas con niños.
El arribo constante de los viajeros también se evidencia en parques y calles de Tulcán y San Gabriel, en Carchi, y en Ibarra, en Imbabura. Ahí se reúnen en el día y pernoctan en la noche, a la intemperie.
Eso provocó la reacción de los municipios locales, que despliegan redadas nocturnas, junto con la Policía, para desalojarlos de parques y portales.
El argumento es que se está haciendo mal uso de los espacios públicos.
Alfredo Tillero está casado y viaja con su esposa, Adriana Moreno, y otros compatriotas que encontraron en el camino. También lleva una perrita, llamada Perla, que recogieron en su paso por Colombia.
El grupo, que porta mochilas y maletas, inició el viaje hace 24 días en Cúcuta, en el límite entre Venezuela y Colombia.
Aseguran que han tenido que caminar y pedir ‘cola’, como denominan al transporte gratuito que les ofrecen los conductores de vehículos particulares, porque no tienen dinero para costear el viaje.
Tillero tiene 22 años y tuvo que abandonar la carrera de Ingeniería Industrial. Estaba en cuarto semestre, en el Instituto Politécnico Universitario Santiago Mariño. Ahora espera llegar a Lima, Perú, y empezar de nuevo.