'Mientras iba a EE.UU., los coyoteros me encerraron en una bodega junto a 150 personas de todos los países', cuenta Oswaldo un migrante irregular

Imagen referencial. Migrantes deportados de EE.UU. llegaron al aeropuerto José Joaquín de Olmedo de Guayaquil. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.

Oswaldo cumplió sus 38 años en medio del desierto entre México y Estados Unidos. Era de noche y llovía. Con una pequeña cobija de lana, que compró en su natal Cuenca, intentó aplacar el frio.
Dice que caminaba temblando detrás del coyotero que prometió llevarlo hasta New Jersey a cambio de USD 16 000. “Camina rápido y cállate que los gringos nos van a cachar”, le repetía cada cinco minutos.
A pesar de que hizo caso a todas las instrucciones fue detenido por una patrulla cerca de Laredo, una localidad fronteriza junto al río Bravo. Oswaldo recuerda que los policías estadounidenses les dijeron que un dron los había detectado.
Luego fue enviado a un centro de detención en Texas y el pasado viernes llegó a Guayaquil deportado. Salió de la terminal aérea caminando despacio. En su mano derecha cargaba una bolsa de malla blanca transparente. “Solo esto traje de Estados Unidos”, dice mientras muestra un montón de papeles arrugados y dos libros.
Viste un suéter con capucha negra descolorida y un jean azul avejentado. Sus zapatillas no tienen cordones y tampoco usa correa. “Todo eso se quedaron los gringos. Mi mochila y mi cobija tampoco me devolvieron”, susurra mientras busca a alguien que lo lleve a Cuenca.
Un hombre acepta darle una mano, pero pide que espere la salida de un familiar que también fue deportado. Mientras esto ocurre cuenta su historia.
Dice que salió a EE.UU. desde Quito los últimos días de enero pasado. Viajó a México como turista. El avión que lo llevó partió un sábado a las 02:00. El coyotero les avisó un día antes. Oswaldo recuerda que avanzó a despedirse de sus dos hijas de 2 y 5 años, abrazó a su madre y se marchó.
En el viaje también se embarcó su hermana y su sobrina de 7 años. Ellas pagaron USD 16 000 a los coyotes.
Juntos llegaron a la ciudad de México. Allí se embarcaron en camiones y fueron hasta Sinaloa, en la frontera con Estados Unidos. Oswaldo dice que al llegar allí les dieron unos brazaletes y unas claves para que los dejaran transitar en los pasos clandestinos. “En Sinaloa mi clave fue Villas. Si no dices eso, corres el riesgo de ser secuestrado o asesinado”.
El relato sigue: “Nos encerraron en bodegas con 150 personas de todos los países. Había hondureños, peruanos, cubanos, colombianos. Pasamos sin comer tres días. En grupos de 20 o 30 nos sacaban para cruzar el río Bravo”.
En su travesía por el desierto dice que vio a personas enloquecer del hambre. “Uno estaba caminando y de repente las mujeres se agachaban y cogían piedras. Decían que eran pollos asados. Alucinaban con chocolates y botellas de agua. Yo trataba de ayudarles, pero al final desertaban y se entregaban a las patrullas. Otros, en cambio, tomaban rumbos desconocidos y se perdían. Hay que estar fuerte mentalmente para hacer el viaje”, dice.
Por eso, cuenta que le dio mucha rabia cuando lo detuvieron. A su hermana le ofrecieron asilo por estar con su hija menor de edad. Pero a él si lo trasladaron al centro de detención.
Allí también se topó con otros migrantes de distintos países. Unos llevaban meses y le dijeron que si quería quedarse en EE.UU. debía contratar un abogado para que le tramitara el asilo.
“Allá en esas cárceles hay muchos abogados que ofrecen eso. USD 2000 me pidieron para gestionar una audiencia y exponer mi caso. También pagué eso, pero un día antes de la audiencia me deportaron”, relata.
A pesar de toda esa experiencia, Oswaldo dice que no desistirá de ir a EE.UU. En dos meses volverá a intentarlo. “Aquí no hay trabajo. La vida cada vez es más dura”.
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