María Eugenia Basantes tiene 59 años. Ella nació en Cotopaxi, pero reside en Quito desde los 12 años de edad. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Alexander desapareció en 1994, cuando tenía 2 años y 4 meses. Su madre, María Basantes, no ha parado de buscarlo. Aquí su testimonio.
“La última vez que vi a mi hijo, él tenía 2 años y 4 meses de edad. Su nombre es Alexander Romo. Hasta ahora recuerdo claramente ese 6 de noviembre de 1994.Todo pasó en la antigua terminal terrestre Cumandá, en Quito.
Ese día fui con mi pequeño al restaurante que mi prima tenía ahí. Después de desayunar juntos me puse a ver el periódico porque buscaba trabajo y Alexander se puso a jugar con una pelota verde.
Estaba afuera del local. Me descuidé unos segundos por revisar un anuncio y cuando levanté la cabeza, mi hijo no estaba. Desde entonces han pasado muchos años, pese a eso no he parado de buscarlo.
Ese día fue como una pesadilla. Temblaba de los nervios. Estaba asustada y comencé a buscar dentro y fuera del restaurante. A gritos pedí a la gente que me ayudara. Pregunté a uno y otro, pero nadie lo había visto. Con mi prima entramos a cada local. Nos subimos a los buses, preguntamos a los choferes, a los pasajeros y a los guardias de seguridad, pero nadie lo vio.
También hablé por el altoparlante de la terminal terrestre y pedí que si veían a un niño de tez trigueña, cabello negro, pantalón celeste, camiseta blanca y zapatillas lo lleven al restaurante de mi prima.
Pasaron las horas y no apareció. A las 22:00 me fui al departamento de un familiar. Ahí me quedé, pero no pude dormir. Toda la noche pasé llorando. Al día siguiente, a primera hora fui con mi prima a la Dinapen a presentar la denuncia. El padre de Alexander no me ayudó. Desde que mi niño nació no se hizo responsable de él.
Mis hermanos y primos me ayudaron a imprimir fotos de mi hijo y afiches con mis números de contacto. Ellos me ayudaron con los gastos, pues yo no tenía dinero.
Esos carteles los pegamos en todos los buses que llegaban a la terminal. También los colocamos en postes, en las ventanas de las tiendas, en las puertas de las iglesias y en las paradas de buses. Cada mes recorríamos las calles de Quito para pegar afiches. Durante un año me ayudaron mis familiares, pero luego seguí sola.
Comencé a trabajar medio tiempo como empleada doméstica para costear las búsquedas. Durante años acudí a canales de televisión, a las radios y a la prensa de Quito, Guayaquil, Ambato, Quevedo e Ibarra para difundir la imagen de mi Alexander. En esas ciudades también pegue afiches en terminales y paradas.
A los dos años de la desaparición fui al Registro Civil para verificar si alguien había sacado una cédula con el nombre de él, pero no. Solo constaba su acta de nacimiento.
Cada momento que viví con él lo guardo en mi memoria. Recuerdo que cuando tenía 1 año lo llevaba conmigo al trabajo. En esa época lavaba ropa ajena. Cuando hacía mucho sol, lo acostaba en una cuna debajo de mis faldas para evitar que le dé insolación.
A los cinco años de la desaparición recibí una llamada de la Policía. Me dijeron que no había pistas de su paradero y el caso fue cerrado. En ese momento caí en depresión.
Durante un mes permanecí encerrada en mi casa, solo pasaba acostada y lloraba.
Al verme así, una amiga me ayudó a costear un tratamiento psicológico que duró tres meses. Eso me permitió reponerme y seguir la búsqueda.
Recuerdo que en agosto del 2014 caminaba por la Plaza Grande, en el Centro Histórico de Quito, y vi que un grupo de personas realizaba un plantón por los desaparecidos.
Entonces me acerqué a pedir ayuda. Fue así que conocí Asfadec (una asociación que busca a personas que no han regresado a sus hogares).
Ese mes, Isabel Cabrera (miembro de Asfadec) me ayudó a presentar una denuncia en la Fiscalía. Así logré que la investigación se reanudara.
Desde entonces, el caso de mi hijo lo han conocido tres fiscales. El segundo fue el que más avanzó. En el 2015, él ordenó pruebas de ADN a tres jóvenes huérfanos que estaban en Tungurahua, Imbabura y Chimborazo. Ellos tenían la edad y características físicas similares a Alexander, pero el examen dio negativo.
También solicitó un cotejamiento con los cadáveres NN que había en Medicina Legal, ubicada en el norte de Quito.
Cada dos meses, Isabel me acompañaba a revisar el expediente, pero los avances de la investigación son lentos.
Desde que me uní a Asfadec he acudido a la Plaza Grande cada miércoles para realizar plantones por mi hijo y por todas las personas desaparecidas en el país. Allí seguimos de cerca otros casos.
Por ejemplo, esta semana Asfadec se preocupó por la desaparición de las dos niñas venezolanas. En su página web y redes sociales se difundieron las fotografías de las menores. Finalmente, ellas fueron localizadas en Perú.
Además, desde que soy parte de la Asociación de Familiares de Desaparecidos he estado en marchas en diferentes provincias para exigir avances en las investigaciones.
Cuando comenzó la pandemia dejé esas actividades; pero desde marzo del 2020 me dedico a difundir las fotos de mi hijo por redes sociales.
Hace cinco meses una amiga me ayudó a crear una foto de cómo Alexander se vería ahora. Lo hizo a través de una aplicación informática. Este 7 de julio él cumpliría 29 años. Como madre, lo buscaré hasta el día que me muera”.