Alegría no encuentra quién le consuele. La mujer de 60 años llora cerca del ataúd donde descansa el cuerpo de su nieto Telmo, asesinado en agosto en la masacre de Tamaulipas en la frontera entre México y EE.UU. Allí, murieron 72 personas.
Él vivía con su madre Mercedes, en una parroquia campesina de Chimborazo. Ayer, a las 15:00, se realizó el sepelio en el cementerio parroquial. El féretro llegó la madrugada del domingo. En la pequeña vivienda de ladrillo y techo de fibrocemento que construyó su madre Mercedes se levantó la capilla ardiente. Hasta allá llegaron familiares y amigos.
El joven era el segundo de los tres hijos que la mujer procreó con su esposo José, antes de que este emigrara a EE.UU. hace 10 años. Alegría, de baja estatura y delgada, no estaba convencida hasta el domingo de que el cadáver dentro del ataúd pertenecía al de su nieto. A las 08:00, de ayer lo comprobó. Al abrir el féretro encontró la cédula de identidad y otros documentos de Telmo.
Estaban junto al par de zapatillas que el chico calzaba el día del crimen. “Es triste que un ser muera de esta forma. Él tenía un sueño, sacar adelante a la familia pero ya ve, está muerto”, sollozaba.
A las12:00, las campanas de la estrecha capilla del pueblo repicaron incesantemente. Sus amigos llevaron a hombros el ataúd, lo hicieron por una vía de tierra y piedras puntiagudas.
El sacerdote Manuel A. propició una misa. “Por tener otro estilo de vida y cumplir el sueño americano, le llegó la muerte a nuestro hermano. No emigremos, aprovechemos la riqueza de nuestra tierra”, dijo en la homilía.
Luego de la ceremonia, el cortejo avanzó hasta el cementerio de la parroquia. Lo hizo por la carretera asfaltada que conduce a Cuenca. En el trayecto, que duró 45 minutos, más de 200 personas participaron. Ocho niños de una escuela fiscal, con uniformes impecables, llevaban en sus manos ramos y coronas de flores.
Telmo estudió de este centro educativo. Su maestro Manuel lo recuerda como un niño responsable, alegre y bromista. Él terminó sus estudios en el 2002. Desde entonces estaba dedicado a ayudar a su madre en la agricultura.
En la parroquia viven 65 familias. La mayoría de casas está habitada por adultos mayores. “Los jóvenes se fueron a trabajar en Estados Unidos y otros están en Cuenca, Riobamba, Ambato y Quito”.
Los vecinos cuentan que Mercedes también emigró a tierras extranjeras, pero regresó hace siete años para cuidar a sus vástagos.
En julio, Telmo pidió ayuda a su padre para viajar en forma ilegal hacia Estados Unidos. La respuesta fue positiva. El primer abono al coyotero, de USD 2 000, debía hacerlo al llegar a Guatemala. USD 8 000 restantes debía pagar al llegar. Pero esto nunca sucedió.
En agosto, Telmo llamó a su madre desde Guatemala, le aseguró que estaba bien.
Juan Carlos carga el ataúd en sus hombros, junto a otros cuatro jóvenes. Telmo era su mejor amigo. Le pidió que no se fuera y que trabajara en su tierra. “Un día se fue sin despedirse. Me enteré por las noticias de esta masacre”.
En el centro de la parroquia el ascenso hasta el cementerio es de piedras que se hunden en las plantas de los pies. En la loma del pueblo, el féretro es introducido en una bóveda, en medio de un sórdido llanto. Entonces, Alegría, la abuela, se acerca: “Te adelantaste; pronto estaremos juntos”.