La casa de Mercedes Ch. es de una planta y hay un estrecho patio de tierra. En esta construcción de cemento, ubicada en una comunidad de Chimborazo, vivía con su hijo Telmo Y., de 17 años, quien fue asesinado en la masacre de Tamaulipas en la frontera entre México y Estados Unidos. Allí murieron 72 personas.
El chico era el segundo de los tres hijos que procreó con su esposo José Y., quien emigró al norte hace 10 años. Mercedes, de baja estatura y delgada, no cruza palabra. Agacha la cabeza, mira al piso y dice que no puede hablar sobre lo sucedido con su hijo.Su mirada es triste. Camina despacio por un sendero de piedras y tierra antes de llegar a su vivienda. “No puedo decir nada, me aconsejaron que no hable con la prensa, en nada ayudan”.
A paso lento se aleja por el chaquiñán. Sus vecinos cuentan que Mercedes también emigró a tierras extranjeras. Hace siete años regresó para cuidar a sus hijos. Permanentemente tenía contacto telefónico con ellos.
En julio, Telmo pidió ayuda a su padre para salir en forma ilegal hacia EE.UU. La respuesta fue positiva e inició los trámites. El primer abono de USD 2 000 lo hizo al llegar a Guatemala y 8 000 restantes los pagaría al llegar a su destino. Pero esto nunca sucedió.
En agosto, Telmo llamó a su madre desde Guatemala, le dijo que estaba bien y que cuidara a su caballo, un azabache pura sangre negro.
El pueblo de casas dispersas y construcciones modernas tipo americano, con grandes ventanales y porche en la puerta, conoció la mañana del martes la noticia de la muerte de Telmo.
La llamada descontroló a Mercedes y a sus dos hermanos. Sus familiares, que tampoco quisieron hablar, pidieron que las autoridades comprobaran si en verdad se trataba del cuerpo del adolescente que estudió en la escuela mixta Río Cenepa.
María Aymara (nombre protegido), vecina, dice que la idea del viaje surgió con la llegada de los coyoteros. Ellos constantemente visitaban la comunidad buscando clientes. “Llegaban en carros 4×4 del año. Visitaban a las familias, conversaban con los jóvenes y les dibujaban castillos en el aire. Eso terminaba por convencer a la gente para viajar”.
Los coyoteros financiaban el viaje. Los USD 11 000 que cobran debían cancelarlos una vez que llagasen a EE.UU. “Por poco mi nieto de 18 años se va con Telmo. Gracias a Dios su madre que está en EE.UU. no le permitió”.
En la comunidad de Mercedes Ch. viven 65 familias. La mayoría de casas está habitada por adultos mayores. “Los jóvenes se fueron a trabajar en EE.UU. y otros están en Cuenca, Riobamba, Ambato y Quito. Aquí no hay qué hacer, hay poca agricultura y ganadería”, dice Ernesto S., dirigente de la comuna.
Siguiendo la vía estrecha y de tierra está la casa de María N., de 22 años. Hace tres meses, la joven fue detenida por la Policía en la frontera entre México y EE.UU. Ella pactó con un coyotero pagar USD 12 000 si llegaba al país del norte. La ecuatoriana estuvo detenida 38 días en una cárcel mexicana, antes de ser deportada.
El mismo hombre que enganchó a Telmo la quiso llevar otra vez. “Él me pagaba todo, pero al final decidí no ir, tuve miedo”. La joven afirma que otro hombre de cabello rizado y contextura gruesa le insistió con llamadas telefónicas y visitas entre las 06:00 y 18:00, todos los días, para tratar de convencerla.
Cuenta que 15 días después de lo ocurrido en Tamaulipas otra vez recibió una llamada del mismo enganchador. “Le dije que no hay garantías para viajar. Él respondió: ellos murieron por tontos; se fueron por un camino equivocado, pero ya no estoy yendo por allí, hay otro sendero más efectivo”.
Esto preocupa a José O., dirigente de la Junta Parroquial del sector. La autoridad menciona que la visita de los coyoteros o enganchadores en el pueblo es un secreto a voces, pero aún las autoridades no han hecho nada para detener el ilícito. “Estoy indagando quiénes son para actuar, no puede ser que la gente siga muriendo y nadie haga nada”, refiere.
Según José O., en el momento tiene denuncias verbales de alrededor de 40 familias por la desaparición de sus hijos que viajaron con coyoteros hacia EE.UU. “Sé que desde hace dos meses no se comunican, la gente tiene temor a represalias de los coyoteros y por eso no denuncia. Pediré ayuda a la Secretaría del Migrante para que se investigue”.
En su casa de la comunidad de Chimborazo, Mercedes espera impaciente la llegada del cuerpo de su hijo Telmo para darle sepultura en el cementerio del pueblo que luce abandonado.