El espigado extranjero, era Dios en la calle; decidía quién vive y quién no. Súbitamente, su fornida figura desapareció en La Mariscal, en Quito. El hallazgo de su cadáver, en partes, en un desfiladero de la ciudad, se manejó con sigilo. Fue el inicio de una disputa territorial de mafias de la droga.
Los narcos que lo desplazaron tenían vínculos con paramilitares de Colombia y en la capital habían empezado a tener injerencia con usura en nueve barrios.
Antes de que la Justicia pudiera establecer culpables, agentes especiales detuvieron, en secreto, a 66 ciudadanos de Oriente Medio, por trata y drogas, en los mismos sectores. El Departamento de Justicia de EE.UU. reveló que tres de ellos eran paquistaníes, vinculados a Hezbolá, Al Qaeda y Tigres de Tamil.
Los Rastrojos abastecen a Sinaloa. ¿Cómo sale la droga de Colombia a México? La captura del hermano de los líderes de Los Rastrojos en Quito es un indicador.
La indagación a ese grupo por el asesinato de Facundo Cabral en Guatemala desvela su alcance.
Quito es escenario del crimen organizado. En 51 barrios se venden drogas, lo cual debiera suponer invertir tanto en patrullas como en políticas de salud.
Los homicidios son más violentos: cuatro descuartizados el 2011. Eludir el fenómeno, como la captura de paquistaníes -un año sin respuestas-, puede ser proselitistamente entendible, pero al final solo es asidero en la lógica de la violencia.