No eran ni las 22:00. Salía del cine del Mall del Sol, en el norte de Guayaquil, con mi enamorado. Cuando bajamos para tomar un taxi de la cooperativa del centro comercial había una fila muy larga; así que decidí tomar el primer carro que pasó.
Tenía lo esencial: era amarillo, con placas, con el logo de una cooperativa. Cuando nos acercábamos a mi casa, en La Alborada, comencé a buscar el dinero.
El auto se detuvo y un tipo se sentó en el asiento delantero. Pensábamos que era un pasajero apresurado. Pero de inmediato un hombre gordo abrió una de las puertas traseras para subirse. Me di cuenta de que el chofer era cómplice. Empecé a gritar, fueron casi como tres minutos, pero subieron las ventanas.
Uno de los tipos me gritaba que me callara. Íbamos por calles transitadas de La Alborada, por la terminal terrestre… En ningún momento dejaron de apuntarnos con un revólver. También nos amenazaron con cuchillos y nos insultaron. Nos quitaron joyas, papeles, tarjetas de débito. Antes de llegar a un cajero nos pidieron las claves. Sacaron el cupo límite, 400 dólares. Después nos dejaron botados en la Atarazana.
Fueron los 45 minutos más desesperantes de mi vida. Cerca de donde nos dejaron había un patrullero de Policía. El secuestro exprés fue en abril y aún no me recupero. No tomo taxis, ando en mi carro, sigo nerviosa.