Sayra Pastuña, de 19 años, fue impactada con una bomba lacrimógena en su clavícula y rostro el viernes 11 de octubre del 2019 en el contexto de las protestas contras las medidas económicas anunciadas por el Gobierno de Ecuador. Fotos: cortesía Milton Pastuña
“Nuestro pueblo tiene derechos y por defenderlos no dejaré de pararme”. Esa fue la consigna con la que Sayra Pastuña, de 19 años, llegó a Quito el lunes 7 de octubre del 2019 desde la comunidad de Quilotoa, en el cantón Zumbahua, en la provincia de Cotopaxi.
Caminó junto a su familia para protestar contra las medidas económicas anunciadas por el Gobierno de Ecuador, que incrementaron (por 12 días) el precio del diésel y de la gasolina extra. El viernes 11 de octubre decidió regresar a casa para recobrar energías junto a Milton, su hermano mayor. Durante su trayecto, fue impactada por una bomba lacrimógena que golpeó en su clavícula y en su rostro.
El impacto -según reza el reporte médico de la joven- causó una fractura maxilar compleja. Las heridas de Sayra todavía le impiden hablar. Este Diario recogió el testimonio de Milton, quien estuvo presente cuando hirieron a su hermana menor:
“Mis padres César y María, de 63 años, son agricultores y desde que éramos niños nos enseñaron a sembrar haba, ajo, papas y cebada. Gracias a su esfuerzo lograron educarnos, pero las oportunidades en el campo no son buenas y ellos ya están viejitos. Por eso, cuando se anunció el Decreto 883, nos preocupamos mucho porque nos afectaba a todos. Decidimos ir en familiar a las manifestaciones para protestar de forma pacífica.
Caminamos junto a nuestros hermanos indígenas en una caravana. Llegamos a Quito el lunes 7 de octubre y solidariamente nos recibieron en la Casa de la Cultura y la Universidad Salesiana. Desde ese día, los policías comenzaron a lanzar bombas lacrimógenas.
No teníamos armas, solo llevamos nuestra bandera del Ecuador. Pero lo que vimos durante el martes, el miércoles y el jueves nos asustó mucho. Los policías nos pegaban, nos seguían con los caballos, nos lanzaban bombas y esas como balas (perdigones) y no respetaron ni a niños, ni a las mujeres ni a nuestros abuelos. Era fatal ver eso.
Tratamos de protegernos entre nosotros. Mi hermana Sayra siempre estuvo ahí. Recuerdo que ella decía: ‘Nuestro pueblo tiene derechos y por eso voy a pararme’. Ella es así, valiente. Pero por lo mucho que caminamos, nuestros pies ya no podían más y nos ahogábamos con el gas.
Tras el impacto de la bomba lacrimógena en su rostro, Sayra sufrió una fractura maxilar compleja. Foto: Captura de pantalla
El viernes 11 de octubre decidimos volver a nuestra casa en Zumbahua (Cotopaxi), para recomponernos y regresar el lunes 14. Eran más o menos las 18:00, nos llevaron de regreso en un bus y poco a poco fuimos avanzando. A eso de las 20:30 llegamos a Machachi pero había enfrentamientos muy fuertes ahí. La gente pedía auxilio porque había militares y policías que estaban lanzando bombas.
Nos bajamos del bus porque teníamos miedo de que nos hagan algo. Todo estaba oscuro y escuchamos cómo explotaban esas bombas. Lo único que pudimos hacer es correr para protegernos.
Pasaron diez minutos y comencé a buscar a Sayra. Gritaba y ella no respondía. Varias personas nos ayudaron pero no aparecía. Yo estaba desesperado. Ella es mi hermanita menor. Seguimos gritando y vimos que Sayra venía tambaleando. Su rostro estaba lleno de sangre y ya no pudo caminar. Ella luchó por su pueblo y la impactaron con una bomba lacrimógena que llegó a la clavícula y rebotó en su cara.
Personas solidarias nos llevaron al Hospital de Machachi pero nos dijeron que no tenían medicinas, que lo mejor era trasladarla a Quito el lunes 14 por la mañana pero mi hermana estaba muy mal. A las 24:00 llegamos al Hospital de Latacunga; tampoco tenían nada para darle. Por suerte, nos recibieron en una clínica privada.
Los médicos dijeron que mi hermana tenía una fractura en la mandíbula y perdió seis dientes por el golpe. Ahí le operaron dos veces y le pusieron una placa. La verdad es que no teníamos dinero, solo logramos pagar los USD 3 300 con nuestros ahorros y para todo lo que ella necesita debemos tener USD 6 000 más. Pedimos que le den el alta y el domingo 13 la llevamos a casa.
Según lo que nos explicaron los doctores, su recuperación puede tardar un año o más. Todo depende de su evolución y cuidados. No sabemos si quedará igual. Ahorita está en mi casa, en reposo. No puede hablar y solo puede tomar líquidos.
Sayra intenta estar mejor, pero se siente triste; tiene miedo de la Policía. Ella se graduó del colegio en agosto y se estaba preparando para la universidad. Ella quiere ser profesora, pero ahorita no tenemos dinero.
No entendemos por qué la Policía actuó de esa manera. Sé que ellos son personas, que son seres humanos, que son pueblo; pero nosotros ¿qué somos?
No queremos que esto se vuelva a repetir, necesitamos justicia”.