Santorum, el odontólogo que identifica los cadáveres

En la inauguración del departamento de Antropología y Odontología Forense, Santorum (der.) hizo una demostración. Patricio Terán / E l COMERCIO

En la inauguración del departamento de Antropología y Odontología Forense, Santorum (der.) hizo una demostración. Patricio Terán / E l COMERCIO

Siempre soñó ser como Sherlock Holmes. Seguir pistas y resolver delitos, al igual que el famoso detective de la literatura inglesa. Pero antes Michael Santorum fue odontólogo.

Este lojano, delgado, de 1,70 metros y quien se graduó en un colegio nocturno porque tenía que estudiar y trabajar tras la muerte de su madre, es el único antropólogo forense del país.

A pesar de que cada día ve el rostro de la muerte, tiene miedo a las desgracias. Le ­asusta pensar que suceda un terremoto y que cientos de personas mueran.

Sabe que identificar a todas las víctimas de una catástrofe sería una de sus tareas.

Por la mañana trabaja en el Centro de Criminalística de la Policía, en el norte. Se encarga de darles una identidad a los restos humanos.

A Santorum le llegan los casos más complejos. Él debe descubrir un rostro, peso, edad, sexo, etc., de osamentas y cuerpos cercenados, quemados o descompuestos. A veces, la única pista que tiene es un hueso envejecido.

Se niega a revelar su edad, pero en la odontología lleva 20 años, tras graduarse de la Universidad Central. En la antropología incursionó desde el 2003, cuando viajó a la Universidad de Valencia, en España. Allí estudió -gracias a un préstamo- lo que siempre soñó: Medicina Forense.

En su laboratorio es común verlo en silencio, concentrado, revisando libros, con una lupa recorriendo cada milímetro de una pieza ósea. Así lo describe Fausto Olivo, director del Centro de Criminalística, con quien ha trabajado los últimos tres años. Hasta hace dos meses, su mesa de trabajo era una tabla de madera sostenida por cuatro parlantes y forrada con papel aluminio, para no contaminar las evidencias.

Ahora tiene dos mesas de aluminio en el departamento de Odontología y Antropología Forense de la Policía. Santorum es el único en la nómina.

La capacidad de observación, el conocimiento de la ciencia y el razonamiento deductivo son sus fórmulas de investigación. Para él no hay crimen perfecto, solo investigadores con poca capacidad de observación.

Eso es lo que les repite a sus estudiantes de Odontología Forense en la Universidad Tecnológica Equinoccial.

Sus clases consisten en resolver casos prácticos, posibles crímenes, víctimas y delincuentes. "Rigor y paciencia", son las primeras palabras que pronuncia Ramiro Arcos, uno de sus alumnos, cuando recuerda a Santorum.

Arcos reconoce que le parecían exageradas las advertencias de su profesor cuando le decía que ser forense era condenarse a no fallar. Santorum es un perfeccionista y un observador agudo. Por eso a sus amigos les cuesta entender por qué a menudo pierde las llaves de su casa o su celular.

"Si hago mal un informe y determino que la víctima es hombre, pero en vida fue una mujer, automáticamente la desaparezco. La familia que la busca jamás podrá encontrarla", sostuvo el perito durante la inauguración el Centro de Criminalística de la Policía, el 8 de enero pasado.

María Valencia lo conoce desde hace 23 años, cuando eran compañeros en la universidad. Cada tarde, a partir de las 18:00, trabaja junto a Santorum en un humilde consultorio dental, en el sector de Solanda, en el sur de la ciudad. El silencioso perito se transforma en un locuaz odontólogo y hasta en consejero sentimental, dice su paciente Gloria Romero.

Para el experto, el contacto con sus pacientes le ayuda a no olvidar un detalle: "Trato con personas, no con huesos".

En el laboratorio, uno de los procedimientos que realiza es la reconstrucción de rostros. El último que hizo fue el de un hombre de entre 27 y 35 años, de 1,70 metros de altura. Su cuerpo fue encontrado en mayo del 2012, cerca de Malchinguí, en el norte de Pichincha.

Para conocer sus características sometió al esqueleto a un proceso de eliminación de partes blandas, mediante el hervido con detergente más hidróxido de potasio. Estudió su mandíbula, miró el desgaste de las piezas dentales, midió el tamaño de las órbitas oculares... Aplicó fórmulas matemáticas, revisó su biografía y esbozó una imagen de cómo fue la víctima antes de morir.

Hace más de dos años, los restos de esa persona están en su consultorio; pero Santorum está convencido que algún día saldrá de la lista de 1 600 NN (cadáveres que no han podido ser identificados en el país).

Eso ocurrirá cuando exista una base de datos antropológicos de toda la población.

Por ahora, a sus alumnos les repite insistentemente que deben hacer un mapa dental de todos los pacientes que lleguen a sus consultas. Así sea por una limpieza dental o una calza. Y si a esa persona le ocurre una desgracia, el investigador podrá identificarlo. Después de todo, el éxito de la investigación depende de todos los datos que se tengan de la víctima.

En contexto
De entre los casi 700 peritos en Criminalística, Michael Santorum es el único que se encarga de identificar restos humanos, a través del estudio de los huesos. En el país hay 1 600 personas fallecidas que aún no han sido identificadas por falta de datos.

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