A pesar de la advertencia de las agencias y guías de turismo de evitar en lo posible visitar la frontera norte, cinco europeos y un estadounidense viajan en una autobús por el camino que une a Julio Andrade con La Bonita. Esta arteria lastrada, de 96 km, trazada de forma paralela a la frontera con Colombia, enlaza a Carchi con Sucumbíos, en el norte del país.
Un militar armado pide al conductor del bus que detenga la marcha. Jonas Nilsson, uno de los extranjeros, explica, en un español con acento inglés, que son investigadores, que viajan a Sucumbíos para el avistamiento de aves.En una carpa de lona verde, colocada a un lado de la vía, uno de los uniformados revisa los documentos personales del extranjero. Ingresa los datos en una computadora portátil, instalada sobre una mesa. Los otros militares del retén, armados con fusiles HK, revisan el bus, para que no se transporte nada ilegal.
“Controlamos básicamente el contrabando de armas y de drogas”, comenta el subteniente Édison Tustón. Él comanda una patrulla integrada por 22 hombres que instalan retenes sorpresivos a lo largo del camino. Entre tanto, otras patrullas recorren por las montañas buscando posibles grupos armados, campamentos clandestinos y cultivos de coca, amapola o marihuana.
“Esta zona es rica en flora y fauna. No es la primera vez que vengo. En 1997 descubrimos una nueva especie de ave en este lugar”, asegura Nilsson.
El jueves, de 08:00 a 11:45, cruzaron 35 personas por la vía Julio Andrade-La Bonita. “29 eran ciudadanos colombianos”, detalla el sargento Arroyo, que hace de amanuense en el retén.
“Lo que pasa es que muchos poblados fronterizos colombianos no tienen vías hacia el interior de su país y tienen que usar las nuestras”. Esa es la opinión de Marco Cabezas, comandante del destacamento El Carmelo, en la frontera, ubicado frente a La Victoria, corregimiento de Colombia.
La Victoria solo tiene un camino que avanza hacia el occidente, a Ipiales (Colombia). Pero no llega a la Amazonía. Por eso, cuando los habitantes de esta comunidad necesitan viajar al Putumayo, cruzan a El Carmelo, por uno de los puentes peatonales, y toman un autobús hacia Sucumbíos. Luego atraviesan la frontera por el limítrofe río San Miguel.
Algo parecido sucede en el noroeste del Carchi. El camino ecuatoriano Chical-Tulcán es el único medio de comunicación para los poblados fronterizos del suroeste de Colombia. Se trata de una vía asfaltada de 110 km, que avanza paralela al límite internacional. Esta es la única opción, por ejemplo, de los 2 000 habitantes de la vereda colombiana de Tallambí, controlada por las FARC y ubicada frente a Chical, cruzando el fronterizo río San Juan.
“Desde aquí (Chical) hay como desplazarse a Tulcán o a Ibarra”, señala Guillermo Cajío, un campesino colombiano que se moviliza en motocicleta. Las empresas de transporte Dorado, Maldonado y valle del Chota cubren la ruta. El pasaje a Ibarra cuesta USD 3,30 y a Tulcán 3,50.
Cajío dice que llega a Ecuador para vender leche y abastecerse de víveres. Pero, cuando tiene que salir a Ipiales (Colombia), en donde tiene parientes, se desplaza hasta Tulcán. Luego regresa a su país por el Puente Internacional de Rumichaca, que va a Ipiales.
Ángel Cevallos, profesor de la Red Educativa Hispana Chical, comenta que en esta zona hay una relación cordial entre ecuatorianos y colombianos. “Incluso, muchos tienen familiares al otro lado de la frontera”.
Es una región de ágil intercambio comercial que por esa misma razón es considerada permeable y vulnerable, por las Fuerzas Armadas. “Existen ríos que se pueden cruzar fácilmente, por lo que el control se torna complicado”, asegura un militar.
Por esa familiaridad, el Ejército baraja la tesis de que en el lado ecuatoriano hay simpatizantes y abastecedores de la guerrilla que actúa en el sur de Colombia.
Según Inteligencia Militar, frente a Esmeraldas opera la columna móvil Daniel Aldana (150 armados) de las FARC; frente a Carchi la columna móvil Mariscal Sucre (80) de las FARC; y, al otro lado de Sucumbíos el Frente 48 de las FARC (220 insurgentes).
En términos globales se estima que en las zonas de frontera de Ecuador viven 657 000 habitantes. De ellos 130 000 son colombianos, según las cifras militares. Sin embargo, al momento se desarrolla un censo para contar con datos exactos, asegura Cabezas. La idea es conocer el número de extranjeros y las propiedades que poseen cerca de la franja fronteriza con el vecino del norte.