Las redes delictivas se camuflan en los sitios de compra y venta de oro

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El zaguán se transformó en ‘oficina’. Un pequeño escritorio es lo único que cabe en ese corredor oscuro, alumbrado por una vieja lámpara ocre. Un hombre que utiliza gruesos lentes trabaja allí. Dice ser joyero, pero cuando se le consulta “¿puedo venderle una cadena?”, su respuesta es enfática: “Sí, pero solo si es de oro”.

Escruta la joya mientras dice que no requiere factura que certifique la propiedad del collar ni la cédula del hombre que finalmente desiste de la venta. No es el único local que se dedica a esa actividad en esa transitada calle del Centro de Quito. Solo en una cuadra operan 15 centros más.El jefe de la Brigada de Delitos contra la Propiedad de la Policía Judicial de Pichincha (PJ), Silvio Dávila, dice que entre ellos hay sitios que compran joyas robadas.

Hace dos semanas se montó un operativo, dice, y se clausuró un local en el norte de Quito. Allí se decomisaron al menos 80 joyas, entre aretes, cadenas, pulseras, etc, pues el administrador del negocio no justificó la procedencia de las prendas.

Un agente de la Unidad de Misceláneos de la PJ detalla que ese operativo reveló la presencia de una red de extranjeros que se abastece de alhajas en el Centro de Quito.

Esta versión fue confirmada por Dávila. Trabajos de Inteligencia descubrieron que esta red no solo se teje en Quito, sino que se extiende a Guayaquil. “No se descarta que los centros tengan un solo dueño”. El jefe de la Policía Judicial de Pichincha, Rodrigo Beltrán, reconoce la proliferación de estos negocios. Dice que realizan permanentes controles y que eso impide perjuicios en la gente.

Un estudio del Observatorio de Seguridad Ciudadana da cuenta de que en Quito, entre enero y diciembre del 2009, se reportaron 1 937 denuncias por robo de joyas. En el 2010 sumaron 1 658.

El joyero que utiliza los gruesos lentes se molesta cuando se insiste en si para vender la cadena es necesaria la factura. “Le digo que no. Aquí puede traer hasta cocinas que le compramos sin problemas”, señala el hombre que prende una vela ante una imagen del Niño Divino.

Frente al zaguán opera otro local. El piso es de baldosa blanca y las grandes ventanas están cubiertas por una malla metálica. En la entrada se lee un mensaje: compro y vendo joyas. En letras más pequeñas se anuncia que también se reciben electrodomésticos. Desde la ventana se ven una refrigeradora y una cocina.

De pronto, un joven extranjero se acerca a la ventanilla y dice que no quiere entrevistas. “Aquí todo es legal señor. No escondemos nada”. Es lo único que dice y se desaparece tras el refrigerador. El año pasado, un agente de Misceláneos participó en un operativo en el sur de Quito. En un local se descubrió un estrecho agujero en el piso. Al ingresar, los gendarmes encontraron una bodega donde se hallaban electrodomésticos y joyas. Junto a las prendas estaba el valor fijado.

El agente dice que esa operación encubierta permitió conocer que por cada gramo se pagaba apenas USD 10, cuando en el mercado legal cuesta hasta USD 30. En septiembre pasado, por ejemplo, el Monte de Piedad (agencia centro) subastó las joyas que los usuarios no reclamaron y puso en el mercado a USD 21 el gramo.

“La idea es deshacerse cuanto antes de las joyas robadas. Por eso los delincuentes van a los centros ilegales y reciben lo que sea”, dice el gendarme. El director del Observatorio, Daniel Pontón, corrobora esta práctica.

En una tarjeta de presentación al que accedió este Diario, el dueño de un local dice: “¿En apuros y sin dinero? Renueve su contrato cuantas veces quiera”. Según la Policía, esto significa que en estos centros no solo se compran joyas robadas, sino también se presta dinero a cambio de las alhajas. “Acude especialmente gente que por alguna emergencia necesita dinero rápido. Los compradores se aprovechan de eso y pagan ínfimas cantidades por cada gramo”, dice otro agente.

A esto se suma que los supuestos beneficiarios están obligados a firmar un acta de compra y venta. El documento sirve de garantía. En caso de que no se cubra la deuda en plazos máximos de 15 días, se embarga la joya y aparece como legalmente vendida.

En el Monte de Piedad del IESS, la gente sabe cómo funciona ese sistema. Mientras Juan P. recordaba que así perdió un anillo valorado en USD 400, otra persona se acercó con similar historia.

Dice llamarse Marlene B. y que hace cuatro años empeñó en esos centros dos aretes. A los 20 días regresó a pagar los USD 50, pero el administrador le dijo que ya no tenía nada y que sus pertenencias estaban embargadas. Esto, porque el préstamo era solo para dos semanas. “Es más, por USD 50 me quisieron cobrar USD 125 y preferí mejor no decir nada. Por eso vengó acá (Monte de Piedad), porque es más seguro”, cuenta.

Con base en ello, la jueza XXIII de delitos flagrantes, Tania Molina, no descarta que en estos sitios también se constituya otro delito: la usura. En la Policía se sabe que por los préstamos, en estos locales se cobra hasta el 10% diario.

El dueño de un centro de compra y venta de joyas defiende el trabajo. Reconoce que hay lugares “donde se cometen delitos”, pero que también hay personas que negocian “solo con facturas y de forma legal”. “No todos somos así, hay negocios honrados”, dice. El estudio del Observatorio revela que en el 2009 y el 2010, la mayor cantidad de robos de joyas se produjo en la Administración Zonal Norte (ver cuadros). Las formas frecuentes para quitar las alhajas son agresiones y estruches.

En el zaguán, el joyero siempre recibe clientes. Un joven entra por el corredor oscuro. “Venga, venga. ¿En qué le puedo ayudar? pregunta y el joven extiende la mano con dos anillos dorados.

 

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