Con pasamontañas. Así se protegían ayer los dos testigos del crimen registrado anteayer en un bus en el sur de Quito. Ángel B. fue asesinado, dentro de la unidad de transporte, en el semáforo de la av. Maldonado y Joaquín Gutiérrez, en San Bartolo. Ayer, la Policía mostró a cuatro sospechosos.
Los testigos estuvieron a dos metros de los inculpados y guardaron silencio, y el anonimato, durante la audiencia de flagrancia en el Juzgado XXI de Garantías Penales, en la Policía Judicial de Pichincha. El Fiscal del caso dijo que los aprehendidos habrían acabado con la vida de Ángel B., con tres disparos.
Según uno de los agentes, la detención se produjo a las 15:30 del martes, una hora después del crimen. Fueron allanadas dos viviendas en la Ciudadela del Ejército (suroccidente) y se decomisaron dos motocicletas (roja y negra), en las cuales -según la Policía- supuestamente se movilizaron para cometer el asesinato. “Hallamos un revólver de 38 milímetros en manos de uno de los detenidos”, sostuvo el agente.
Otro sospechoso fue arrestado cerca de la Terminal Terrestre de Quitumbe (sur), “con seis municiones de 38 mm en el bolsillo de su chompa, y en una moto azul”.
En los últimos 15 días, en Quito se reportaron crímenes con tintes de sicariato y asaltos violentos a locales con clientes. El 23 de septiembre la muerte de José V., cliente de un banco, causó indignación. Fue alcanzado por una bala en la cabeza, cuando intentaba proteger a su hijo, durante el asalto a una entidad financiera que terminó en tiroteo en la av. América, norte.
Según la Policía, tres personas intentaron robar la agencia y abrieron fuego al ver a policías.
Al día siguiente, desconocidos irrumpieron en una pizzería en el valle de Los Chillos. Los hombres sacaron pistolas y cuchillos para robar la caja y a los clientes.
Según la Policía Judicial, del 16 de julio al 23 de septiembre se registraron 32 asaltos a locales de comidas en Pichincha, un promedio de un caso cada dos días.
Otro hecho se registró la noche del último domingo. Las familias que cenaban en un restaurante de comidas rápidas en Chillogallo, suroccidente, fueron amedrentadas por armados. El robo fue perpetrado por media docena de personas: tres de estas cercaron a los despachadores de la gasolinera contigua y también les quitaron el dinero con violencia.
Luego del hecho, los perjudicados intentaron perseguir a los armados. Los desconocidos abrieron fuego. Según el reporte de la Policía, una bala alcanzó a Oswaldo R., de 29 años, quien falleció.
La medianoche del miércoles 28 de septiembre, Andrea A. recibió siete impactos de bala, cuando estaba en La Mariscal. El autor del asesinato huyó en un auto. A diferencia del crimen de Ángel B., en ese caso no hubo detenidos.
Según el Observatorio Metropolitano de Seguridad Ciudadana (OMSC), de enero a agosto de este año hubo menos homicidios (155 hechos) que en igual período del año pasado (185 casos).
Daniel Pontón, director del OMSC, admite que existe más violencia. “Eso significa una ventaja para ganar la moral (de la víctima) durante el cometimiento de hechos delictivos. Un problema que se evidencia es la pérdida del valor por la vida. Eso se refleja en las muertes tipo sicariato”.
Por la muerte de Ángel B., asesinado anteayer en el bus de pasajeros, el Juzgado XXI de Garantías Penales dispuso la prisión preventiva de cuatro sospechosos y dio inicio al juicio penal.
Punto de vista
Rommel Artieda/ Psiquiatra
‘La gente actúa a la defensiva’
En la actualidad, las personas se sienten inseguras todo el tiempo y esto genera que actúen a la defensiva; así hay más violencia.
Los ciudadanos tienen un temor constante a robos, asaltos, violaciones y deciden adoptar una actitud de supervivencia, lo cual genera que no exista confianza en las autoridades y se formen grupos organizados para hacer justicia por su propia mano. Un ejemplo de esta problemática se evidencia en las comunidades rurales, que toman prisioneros a los sospechosos y los castigan, incluso en algunos casos hasta los queman.
Entonces, se produce una cadena de violencia que elimina la tranquilidad en las actividades cotidianas de las personas y provoca un estancamiento en el desarrollo de la sociedad. No es concebible que en un futuro la gente se acostumbre a lo negativo, como la inseguridad.
Simplemente las personas declinan a su tranquilidad cotidiana y se preocupan por el bienestar individual y no por el colectivo. Eso puede generar un quemeimportismo social, y la toma de medidas de precaución personales, solo en beneficio de los suyos.
La función del Estado es garantizar a la ciudadanía un plan de seguridad acorde con las necesidades de la actualidad y generar trabajo, así se reduciría la delincuencia, ya que el desempleo también es un factor de la misma.