Sandra Díaz y Juan Carlos Cóndor son los padres de David Maya, incinerado la madrugada del 22 de junio del 2013 en Guápulo y muerto cinco días después. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
La ropa sigue guardada en el closet. Las camisetas de los equipos de fútbol, los pantalones, las chompas, los zapatos deportivos, los calentadores, las gorras… Estos son los recuerdos que atesoran Juan Carlos Cóndor y Sandra Díaz de su hijo, David Maya, incinerado la madrugada del 22 de junio del 2013 en Guápulo (este de Quito) y muerto cinco días después.
En un mes se cumplirán tres años de esa tragedia y la familia del joven aún no tiene respuestas de lo que pasó esa noche. La tarde de hoy, 21 de mayo del 2015, los esposos estaban en la sala de su casa, ubicada en La Vicentina, para dialogar sobre cómo ha avanzado este caso. Sentado en un sillón, Cóndor cuenta que a David y un amigo les prendieron fuego a pocos metros de la Unidad de Policía Comunitaria de Guápulo y se queja que hasta ahora no hay detenidos por un hecho violento que causó conmoción en la capital.
La pareja incluso recordó que David sobrevivió tres días más luego del ataque, pero no resistió porque el 90% de su cuerpo tenía quemaduras de cuarto grado, así como “el esófago y el hígado completamente destruidos”.
Antes de morir, el joven de 22 años logró conversar con sus padres en el hospital y les dijo que con su amigo salieron a divertirse en un bar. “Dos desconocidos se acercaron a preguntarles por una dirección y luego no se acordó de lo que pasó”, relató Díaz. La pareja no descarta que los chicos fueron víctimas de la escopolamina.
La mujer visita dos veces por semana la Fiscalía para ver cómo avanza el caso y pide que este no termine en la impunidad. Cóndor se enfermó de la cabeza por la tristeza y los médicos le recomendaron que se tranquilizara para que no tuviera una recaída. “No sabemos nada, ninguna persona quiere hablar, pedimos a la Policía que nos nos abandone”, dijo.
Ellos todavía lo recuerdan como un joven tranquilo, hogareño y responsable. Le gustaba ver el fútbol barrial y salir a jugar con su hija en el parque que está detrás de su vivienda. En la mañana del día que lo agredieron, David desayunó junto a su madre y ella le dio la bendición. Luego se vistió, se despidió de su esposa y su pequeña hija de un año y medio. Les dio con un beso en la frente y se fue a la empresa en donde trabajaba como laminador de tarjetas de crédito.
Hasta el año pasado, la habitación de David estaba intacta, pero luego fue arrendada a otras personas. Lo único que conservan sus padres es la ropa del chico, pero luego de la misa de los tres años que se realizará en Guápulo “la vamos a regalar para evitar más sufrimientos”…