Estaba en mi joyería, en el centro de Guayaquil, cuando tres hombres y una mujer aprovecharon la hora de almuerzo para entrar a robar. Como todos los días a las 13:20, del miércoles, mi guardia de seguridad fue a recoger la comida a pocas cuadras del local.
[[OBJECT]]Cuando recién había cerrado la puerta con llave una mujer se acercó. Desde afuera ella me dijo que quería comprar y que la dejara pasar al local.
Me dejé llevar por cómo vestía. Estaba muy arreglada, era una mujer alta de tez canela. Me confié y le abrí la puerta, pero solo lo suficiente para que ella pasara.
Apenas ella tuvo acceso al interior, sentí que un hombre me empujó hasta adentro. Sorprendida le pregunté qué está pasando. Como respuesta recibí una serie de insultos, era un asalto.
Entraron otros dos y me obligaron a quedarme en el baño. Me empujaron y caí sentada bajo el lavamanos. Ahora tengo moretones en los codos y en la espalda.
Desde el baño escuchaba cómo rompían el vidrio de las vitrinas. En fundas de basura iban metiendo las joyas. Parecía que había una guerra afuera. Yo lo único que hacía era rogarle al Señor de la Misericordia que me ayude.
De un momento a otro cayó un pedazo de vidrio muy cerca de donde yo estaba. Sin pensarlo, lo agarré y se lo lancé al rostro de uno de los ladrones. Si el hombre no se movía le cortaba la cara.
Lleno de furia el desconocido se me acercó. Se agachó y mirándome a los ojos me apuntó con una pistola. Me dijo que la próxima me mataba. Solo me quedó implorarle piedad, le conté que tenía una nietita con síndrome de Down, que ella me necesitaba.
El hombre se dio la vuelta y siguió robando. En ese momento me di cuenta de que la alarma estaba muy cerca de mí. Me levanté para activarla pero fue imposible. Yo creo que Dios no quiso que la alcanzara, el hombre podía matarme si se fijaba en lo que yo estaba intentando hacer.
Luego salieron uno tras otro.
Dos sospechosos se subieron en unas motocicletas que estaban esperando afuera del local. El tercero caminó hasta la esquina, donde había una tercera moto. La mujer salió muy tranquila caminando. Por el barrio dicen que un carro los esperaba más adelante.
Todo lo tenían planeado, parecía que ya habían elegido qué llevarse. El robo fue en cuestión de tres minutos. Pero para mí ese tiempo fue eterno. Salí de la joyería descalza, no sé en qué momento se me salieron los zapatos. En ese instante no pensé en los vidrios sobre el piso. Solo quería salir para gritar por ayuda.