El mayor Iván Naranjo recibió cinco tiros, mientras realizaba tareas de Inteligencia en el Puerto Principal. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Los proyectiles desgarraron su piel, dañaron huesos y afectaron órganos vitales. Unos casos son recientes, otros no.
Los policías atacados con armas de fuego en medio de operativos muestran las cicatrices de las cirugías y dicen que pese a toda adversidad superaron el impacto físico y psicológico.
Luis Barros vive con una bala en la cabeza. Ocurrió el 25 de octubre del 2015, cuando dos sospechosos le dispararon. Una munición afectó el cráneo y otra perforó el hombro.
Pasó seis meses hospitalizado. Perdió toda la movilidad. No podía hablar ni comer.
Pero poco a poco se recuperó. Hoy está mejor, aunque arrastra la pierna izquierda y sus movimientos son pausados. Sigue en servicio activo y desde casa, en el sur quiteño, trabaja como operador de videovigilancia. Su tarea es reportar los delitos que registran las cámaras de seguridad.
“Nunca pensé en retirarme. Estar en actividad me mantiene vivo. Yo saco fuerzas de donde sea para avanzar”. En una caja guarda la medalla al valor que le entregó la Policía y 20 felicitaciones públicas que le llegaron por su trayectoria.
En el 2015, el sargento Luis Barros fue herido en su cabeza en el momento en que impedía un robo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Este atentado se produjo cuatro años tras el ataque que sufriera el hoy sargento Nixon Chamba, cuando custodiaba a una persona que retiró dinero.
Era 28 de junio del 2011. Ese día, una camioneta en la que se movilizaban los sospechosos chocó su moto. Al caer al piso, dice que solo escuchó que le gritaban “mátalo, mátalo…”.
Sintió que alguien se acercó, levantó el chaleco y le disparó. La bala destrozó su estómago y parte del páncreas.
Su recuperación fue lenta. Le tomó un año recibir el alta.
En ese tiempo llegó a pesar 50 libras. Hoy la balanza marca 150 y trabaja en el ‘call center’ del 1 800 Delito. Hace ejercicio. Camina y nada. Tiene una discapacidad del 42%. No puede cargar cosas o correr. “Me dañaron los pulmones”.
En el Hospital de la Policía reposan los expedientes de Nixon, Iván, Pablo y de otros agentes afectados por proyectiles. En carpetas verdes y anaranjadas constan los nombres, rangos, fechas del incidente, exámenes, tratamientos y la medicación administrada.
El capitán Pablo Villafuerte fue dado de alta el viernes luego de que fuera atendido por una bala en la cabeza. Foto: Policía
En el 2020, las dos casas de salud de la institución y los 47 policlínicos atendieron a 51 uniformados heridos de bala en diferentes años. En el 2009 fueron 49. En enero de este año son tratados 11.
El viernes fue dado de alta Pablo Villafuerte, un capitán que el 22 de enero pasado fuera impactado en la cabeza. “Está consciente y estable. Entiende todo lo que se le dice. Mueve los brazos a pesar de que tenía un diagnóstico negativo”, señala el director del centro asistencial en donde fue atendido, Javier Buitrón.
De inmediato comenzará un proceso de rehabilitación. Eso también ocurre con quienes fueron atacados años atrás.
En la casa de salud policial funciona la Unidad de Atención al Personal con Discapacidad. Allí se lleva un registro de quienes quedaron con afectaciones por todas las causas y requieren asistencia. A la fecha, 687 servidores tienen algún grado de discapacidad. De ellos, el 4% (27) quedó en ese estado por las balas.
El sargento Geovanny Jumbo trabaja en esta dependencia desde hace cinco años. Antes era agente de la Brigada de Homicidios (hoy, Dinased).
Fue trasladado tras recuperarse de las heridas que le dejó un disparo en su rostro. Sucedió el 24 de marzo del 2009.
Cuenta que en la noche había terminado su turno y se dirigía a su casa en la Mena 2 (sur de Quito). Ahí vio un robo, se bajó del auto e interceptó a tres sospechosos. Cuando pensó que los había controlado, un cuarto sujeto lo atacó desde un vehículo estacionado. La bala ingresó cerca de su nariz, dañó su mandíbula y salió por un oído. Tuvo que ser intervenido y hoy tiene tornillos, placas y un implante coclear.
“Al inicio no podía ni comer. Me alimentaba con sorbetes. Luego, la recuperación fue dolorosa, fuerte. Créame que sin el apoyo de mi familia, no hubiera podido salir”, indica.
Recuerda que en un momento pensó en quitarse la vida. La Policía activó programas para su rehabilitación física y psicológica. “Eso me ayudó mucho. No es fácil, porque todo cambia completamente”.
Él impulsa desde el 2014 el Programa de Deportes Adaptado, dirigido al personal con algún tipo de discapacidad.
Allí reciben preparación para participar en competencias.
Cuando elaboraba el proyecto comenzó a estudiar una tecnología deportiva y afianzó sus conocimientos. Ya se graduó.
La mayor cantidad de hechos se produjo en Guayas, Manabí, El Oro y Pichincha.
El mayor Iván Naranjo fue atacado en la Av. Del Bombero, en Guayaquil.
Ocurrió en el 2007, cuando hacía labores de Inteligencia. Recibió cinco tiros en su cuerpo cuando aún era subteniente. Sus padres guardaron cada lámina de rayos X y cada recorte de prensa publicado en ese entonces.
Pese a las lesiones que lo dejaron con un brazo sin sensibilidad, problemas de motricidad en sus dedos y un pulmón con el 50% de su capacidad, el oficial siguió adelante.
Hoy dirige la Dinased-Quito, en donde investigan desapariciones y muertes violentas.
En su oficina tiene retratos de sus hijos y su esposa, quien era su novia cuando ocurrió el atentado. Él se encomienda al arcángel Gabriel, de quien tiene una pintura en su despacho.