El libro permanecía en el mostrador y la mujer de cabello lacio lo ojeaba mientras conversaba con Ricardo C. Estaban en el local de ropa donde él trabajaba y en un descuido ella y el texto desaparecieron de repente.
Era 1998 y fue la última vez que Ricardo C. leyó‘Las mariposas están tristes’, del escritor Alberto Durán Coronado.
Vivía en Cali, pero tres años después de esa escena el hombre llegó a Sucumbíos, fronterizo con Colombia. Tres días de viaje en bus y estaba en Lago Agrio.
Allí vivió dos años. Trabajaba en un almacén, hasta que un cliente ofreció pagarle por llevar una pequeña maleta a Quito.
Ricardo C. aceptó. Era el 13 de octubre del 2003. Ese día, militares que controlaban el puesto antidrogas de Baeza (Napo) pararon el bus en el que iba y lo encontraron con droga.
Fue detenido. 16 años de condena. Ha cumplido nueve y está recluido en el pabellón C. del ex penal García Moreno. Su pasatiempo: talleres de poesía. En el país hay nueve cursos de este tipo. En las cárceles de hombres y mujeres se dictan clases de dibujo, literatura, cine, canto, danza, teatro, radio, música y murales.
Pero solo 1 500 de 17 958 presos asisten a las aulas. Ricardo C. comenzó en el 2009 con cuatro compañeros. Ahora son nueve.
Los pasillos del ex penal García Moreno huelen a una mezcla de humedad y sopa recién hervida.
La salsa y el reggaetón se confunden con el bullicio de los detenidos. Hace frío en los corredores de baldosas amarillas.
La puerta del pabellón C está con candado. El celador solo la abre cuando llegan los alumnos.
Son las 14:30 del martes y el taller de poesía está por comenzar.
Por las gradas de madera, que crujen con cada paso, todos suben al segundo piso. Entran a la biblioteca, un cuarto pequeño de 2 por 4 metros y cuando la puerta se cierra desaparecen el ruido, el olor a sopa y el frío del pasillo.
Hay 1 400 libros. Algunos son obras de Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Javier Vásconez. Walter Jimbo, poeta ecuatoriano, está en medio de la habitación.
Es profesor de los internos y dice que las clases de rehabilitación dan resultados. El martes revisaban textos que formarán parte del poemario que será publicado el próximo mes y presentado en la Feria del Libro de Quito.
Uno a uno los poetas recluidos leen en voz alta. Édison C. es el primero. Su obra es ‘Recuerdos de una hija’ y habla del día en que fue aprehendido y de los ojos de su niña mientras los policías lo esposaban. Ocurrió hace siete años. “¿Por qué se llevan a mi papi?”, preguntó la niña a su madre aquel día en la calle. La imagen aún perturba a Édison C., quien fue procesado por robo.
Omar B. es el siguiente. ‘Volver’ es el título del cuento que ensayó en el taller. Es una historia de la esperanza de regresar al hogar. Ha cumplido siete de los 10 años de su condena.
Las drogas y sus secuelas es el tema de la poesía de Édgar C., un diseñador floral que lleva tres años en la penitenciaría y que fue detenido en un operativo antinarcóticos de la Policía.
La obra de Óscar S. marca la búsqueda de la mujer ideal. Su texto es una reflexión sobre el tipo de mujeres que han pasado por su vida desde los 16 años. Eran exitosas y glamorosas, pero sus relaciones con ellas nunca terminaron bien. Hoy tiene 50 años y aún persigue el amor.
Las clases siguen. Jimbo hace una pausa. Pregunta si recuerdan lo que es una metáfora. “La capacidad de comparar una cosa con la otra”, responden todos. El instructor les pide que en sus trabajos creen imágenes, que cierren los ojos y visualicen sus historias personales.
Ricardo C. lee su texto pero antes cuenta sobre su detención en Baeza y el traslado a Quito.
Lo trajeron en un patrullero. Conoció la ciudad desde la ventana del vehículo.
El auto giró a la derecha en la salida del túnel de San Roque y vio la puerta de la cárcel.
Preguntó a los guardias en qué sector se encontraba y le dijeron que en medio de La Libertad y El Placer, dos barrios de Quito que rodean a la vieja prisión.
Esos recuerdos siguen latentes y con esos nombres bautizó uno de sus poemas. Pero además escribió su obra ‘Destellos de libertad’, donde relata las vivencias de sus primeros días en la cárcel.
En las aulas también está un cirujano que por drogas fue condenado a 12 años de reclusión. Él y otros privados de su libertad crearon las revistas Desde Adentro y Al margen de la realidad, donde publicaron sus primeros trabajos. En el 2009 presentaron los libros ‘Murmuros del tiempo I y II’, de autoría compartida.
El médico tiene otras publicaciones. En ese año presentó el ‘Primer grito universal’ y al año siguiente ‘Infierno de un sueño’.
Este último trabajo literario participa en un concurso de la Casa de la Cultura de Cali. Los resultados se conocerán en un mes.
En el taller, Édison C. recopiló sus escritos y los llamó‘Entre rejas’. En este momento está a la espera de ser publicado por alguna casa editorial o institución.
Las clases del martes han terminado. A las 16:30, Jimbo anuncia el final. De inmediato la tarea para la próxima semana: pasar los escritos a digital y empezar con el diseño del nuevo libro.
La puerta de la biblioteca se abre y la bulla regresa. Ricardo C. baja las gradas con los textos de sus compañeros entre las manos.
Los ojea y dice que está feliz por la nueva obra conjunta, pero que se sentiría mejor si algún día se encontrara con la joven de cabello lacio que le robó el libro y si supiera qué sucedió con ‘Las mariposas están tristes’, del colombiano Durán Coronado.
Intervención de la ONU
El Ministerio de Justicia y la Oficina de la Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) firmaron un acuerdo para “reforzar la capacitación de las personas privadas de libertad en los centros de Santo Domingo y El Rodeo”.
Desde el 20 de septiembre, al menos 80 internos de esos dos centros reciben capacitación para evitar la dependencia a las drogas, según el Ministerio de Justicia. Entre los temas que abordan están la adicción y los patrones de consumo.