Familiares y allegados de los tres miembros del equipo periodístico de este Diario, en la pista del aeropuerto Mariscal Sucre al arribo de los féretros. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
El instante en que el avión tocó suelo ecuatoriano comenzó a llover. La aeronave de la Fuerza Aérea Ecuatoriana que trajo de vuelta a Javier Ortega, Efraín Segarra y Paúl Rivas, el equipo periodístico de este Diario secuestrado el 26 de marzo y asesinado por el Frente Óliver Sinisterra, se abrió paso por el sur de un cielo completamente nublado y a las 09:52 aterrizó en el aeropuerto Mariscal Sucre de Quito, en Tababela.
Voló 451 km desde Cali, Colombia, donde se hicieron las pericias médicas y se confirmaron sus identidades.
Antes de embarcar los féretros, la Policía Nacional de Colombia hizo una calle de honor en el aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón. Los familiares de las tres víctimas, quienes viajaron a la ciudad colombiana para colaborar en la identificación de los cuerpos, abordaron el mismo vuelo.
En Quito también los esperó una corte. Parientes y allegados ingresaron a la pista con carteles, mensajes de amor, fotografías y rosas blancas.
Cinco minutos le tomó al avión recorrer la calle de rodaje hasta llegar al área de parqueo, frente al salón protocolario de la terminal aérea, donde dos motobombas formaron un arco de agua. Su entrada fue gloriosa. Fueron recibidos como héroes.
Por unos minutos todo fue silencio y desesperanza. Más de una treintena de medios de comunicación (incluidos Caracol y NTN, corresponsal de RCN) aguardaban sobre una pequeña tarima para poder captar la llegada de los cuerpos. Deslindarse del dolor fue imposible. Detrás de los lentes de las cámaras hubo lágrimas.
Los familiares fueron los primeros en desembarcar. Se vinieron instantes de abrazos, llanto y consuelo.
La puerta trasera del avión se abrió y la banda de la Policía Nacional empezó a tocar una marcha fúnebre. Sin prisa, uno a uno, los féretros fueron bajados y colocados en las carrozas. Entonces estallaron los flashes y los sollozos.
Seis policías fueron los encargados de llevar sobre sus hombros los ataúdes cubiertos con banderas del Ecuador. El instante en el que las carrozas abandonaban la pista, el grito de ¡Nadie se cansa! Rompió ese pesado y oscuro silencio.
Ahora están en casa. Con esas palabras, Galo Ortega, padre de Javier, compartió su sentir con los medios. Con una tristeza inocultable, pidió a las autoridades que se siguiera investigando hasta saber lo que verdaderamente ocurrió.
Ricardo Rivas, hermano de Paúl, comprometió a los medios a seguir con la cobertura, a no desmayar y a presionar hasta transparentar la verdad.
En la sala protocolar del aeropuerto, las autoridades dieron escuetas declaraciones. Una comitiva -encabezada por Mauro Toscanini, ministro del Interior, y José Valencia, canciller- se dirigió a los medios y aseguró que seguirán las investigaciones.
A las 10:45, una caravana salió desde el aeropuerto de Tababela rumbo a la sala de velación Memorial, en el norte de la capital. Detrás de cada carroza se ubicó una de las camionetas del Diario que llevaba en la parte trasera una gigantografía con las fotos de Paúl, Javier y Efraín.
Hubo quienes se volcaron a la avenida Alpachana para mirar el cortejo. En el kilómetro 4, decenas de alumnos de un plantel de la zona, firmes junto a la vía, llevaron su mano derecha al pecho y levantaron la izquierda como muestra de respeto.
La pérdida no solo afectó a un diario ni a un gremio, sino al país. Eso se notó a lo largo de todo el trayecto, porque la gente saludó a las carrozas, algunos conductores tocaban sus bocinas, otros pasaban bendiciendo los féretros.
La conmoción por este asesinato fue tal que las personas de la calle volteaban a ver las carrozas y ponían sus manos sobre sus corazones. Algunas lloraban. Hubo también quienes aprovecharon los pasos peatonales para arrojar pétalos de rosas sobre los autos.
A las 12:15 los cuerpos llegaron a la funeraria. Periodistas, allegados y algunos personajes conocidos como Jefferson Pérez, acompañaron a los familiares. Cada cuerpo fue recibido en un piso distinto. Javier ocupó el primero, Efraín el tercero y Paúl el octavo.
El primer féretro en ser colocado en la sala fue el de Paúl. No se permitieron fotografías ni videos, por respeto al dolor de la familia. Lentamente, el ataúd recorrió la sala, donde la vista de la ciudad invitaba a captar una foto, de esas impresionantes, como las que Paúl acostumbraba hacer.
El féretro de Segarrita (como todos llamaban de cariño a Efraín) estaba rodeado de fotografías y ‘selfies’.
Sobre la caja de madera habían colocado su retrato. Se lo veía joven, de no más de 45 años, edad a la que se unió a Grupo EL COMERCIO y empezó a ser más que el conductor, consejero de los periodistas. Sonó en violín la canción Amigo, de Roberto Carlos, y causó quebrantos en la sala.
La mamá de Javier se puso en cuclillas frente al féretro, y con el dolor que solo una madre que sabe muerto a su hijo puede sentir, le dio la bendición una y otra vez a una foto del joven periodista, que estaba ubicada frente al ataúd.
Esa última imagen en la que se lo ve como siempre, sonreído, sentado al borde de una lancha que circulaba por el mar, en la frontera, adonde varias veces Javier acudió para contar el miedo y el olvido en que esas poblaciones viven.
A las 15:30, la caravana continuó y los tres, juntos como iniciaron el viaje, como fueron secuestrados y asesinados, fueron velados en una ceremonia íntima en el Diario EL COMERCIO.
Los féretros llegaron a las instalaciones de esta casa editorial en medio de aplausos de los transeúntes. Los moradores de San Bartolo se volcaron a las calles y lanzaron flores, al paso de los vehículos.
Entraron por la puerta principal, sobre la avenida Maldonado, y sus compañeros de trabajo gritaron las consignas que fueron coreadas durante las vigilias que se realizaban en la Plaza Grande. Todos con sus camisetas blancas, con banderas con los rostros de los tres, y el grito vivo de “¡Por Paúl!… ¡Por Javier!… ¡Por Efraín!… ¡Nadie se cansa!”, que mantuvo viva la esperanza de traerlos de vuelta a su lugar de trabajo, donde pasaron largas horas de cierres de notas y páginas.
Ya en la planta, se realizó un servicio religioso en medio de un profundo pesar de familiares y compañeros de labores, que finalizó con una oración y un largo aplauso que mostraba el cariño y la admiración por los tres integrantes del equipo periodístico.
Los tres, Paúl, Javier y Efraín, compartirán un mismo nicho en el cementerio Memorial Necrópoli, y serán enterrados en una ceremonia que se efectuará mañana (viernes 29 de junio del 2018), a las 10:00.