‘Actuar es jugar a ser alguien diferente, y eso es muy serio’
Manuel Calisto, supuestamente, debía ser pintor. Sus dibujos llenaron miles de hojas en blanco mientras pasaba su niñez en la escuela y en su casa. Incluso, al terminar el colegio, estudió arte un año y medio. En la actualidad sigue pintando, aunque ahora sus dibujos son viñetas para sus proyectos audiovisuales.Ya desde los ocho años, Calisto empezó a jugar en serio con su imaginación. Quería crear cosas de la nada, pero el cine aún estaba un poco lejos. Por ello, con dos grabadoras de mano, una para las voces y otra para los sonidos de los ambientes, se inició de niño en el mundo de la radionovela.
En ese mundo Calisto era el rey; escribía, dirigía y protagonizaba a cada uno de los personajes de sus relatos. Y allí ya se evidenciaba su capacidad para ponerse en la piel de otros. En su relato ‘Los peligros de Priscila’, él fue Priscila, Guillermo y el malvado Faustino.
Tiempo después dejó la grabadora y consiguió una cámara de video y con el mismo entusiasmo empezó a producir cortometrajes, primero solo y luego con varios de sus amigos del colegio.
Muchos de ellos quedaron en el cajón. Otros se exhibieron en el festival de cortometrajes Demetrio Aguilera Malta. Y en esas producciones, Calisto fue asentándose en su vocación, ser actor.
Para ese festival, en 1995, Viviana Cordero le escogió para su cortometraje ‘El gran retorno’, en el que debía interpretar a un hombre que volvía al país, luego de vivir 15 años en los EE. UU.
Cordero recuerda que el video fue un éxito, por lo que derivó en una serie de TV que se presentó en 24 capítulos, en 1996. “Yo le descubrí como actor. Vino a un ‘casting’ porque una amiga mía me lo sugirió”, manifiesta. La realizadora considera a Calisto como un actor muy capacitado y muy sensible, con mucho raciocinio para comprender a los personajes.
A Calisto, desde pequeño, le encantaba ver películas. Recuerda mucho el espacio Monstruocinema, en donde Abbot y Costello huían de Drácula, Frankenstein y el Hombre-lobo, cuando las imágenes carecían de color y contaban historias en escala de grises.
Precisamente, su mayor escuela fue mirar cine. A Monstruocinema le siguieron los clásicos, luego Antonioni y Chaplin y después mucho cine contemporáneo de todos los lugares del mundo. Un hecho fue fundamental en esta escuela de contemplación: su trabajo. Calisto trabajó por varios años en el videoclub La liebre, uno de los pocos lugares en los que se podía conseguir cine alternativo.
En este actor natural, esa educación suplantó a la académica. Calisto nunca estudió formalmente actuación, aparte de un taller que dictó el actor mexicano Damián Alcázar cuando visitó el país, en el festival de cine Cero Latitud, realizado en octubre del 2006.
Luego siguió actuando en varios cortometrajes de estudiantes de la Universidad San Francisco. Santiago Soto, quien lo dirigió en varios de ellos manifiesta que la clave de trabajar con Calisto es que él comprende al personaje, se identifica y actúa con ese entendimiento primario, lógico.
En esos cortos de la USFQ, le vio alguna vez León Felipe Troya, asistente de dirección de Víctor Arregui en su último filme ‘Cuando me toque a mí’. Y él mismo fue quien le recomendó que haga e ‘casting’ para esta película. “Manuel y yo vemos la ciudad y los personajes de un forma coincidencial, por ello sabíamos perfectamente lo que queríamos. En el filme Manuel trabajó como un relojito”, recuerda Arregui.
También el teatro ha entrado, últimamente, en la vida de Calisto. Luego de filmar ‘Cuando me toque a mí’, la actriz y productora de teatro Cristina Rodas le escogió para que sea su esposo en escena, en la obra de teatro ‘Pequeños crímenes conyugales’. Y ahora se encuentra preparando su segunda puesta en escena en las tablas ‘El método Grönholm’, nuevamente junto a Cristina Rodas y bajo la dirección de Pepe Vacas.
Rodas concuerda con los demás compañeros del actor. “Es una persona sumamente cumplida, y muy profesional en el trabajo que tiene que hacer”, manifiesta.