Maritza Torres señala que cientos de personas llegaban desesperadas a buscar los cuerpos de familiares. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
El golpe de martillos es lo único que se escucha en el cementerio. Un grupo de albañiles construye un bloque de bóvedas nuevas. Solamente ellos permanecen en el lugar.
Las puertas de acceso se encuentran cerradas al público. Un guardia impide el paso de los pocos visitantes que a diario llegan a este camposanto que funciona en Pascuales, una pequeña parroquia del norte guayaquileño.
“Aún no se admiten las visitas”, repite el celador, parado detrás una puerta metálica.
Los problemas por la pandemia se superan poco a poco en Guayaquil y este Diario volvió a ese sector que en los días más críticos recibió decenas de carrozas con víctimas del coronavirus.
Ahora, los pobladores cuentan que también había contenedores con cadáveres.
Dicen que de pronto comenzaron a ver a policías y militares que intentaban poner orden entre los deudos.
“Cientos de personas estaban desesperadas y buscaban los cuerpos de sus seres queridos, que habían perdido la vida por el virus”, señala Maritza Torres, una mujer que vive frente al cementerio.
Desde su casa, la mujer asegura haber observado a la gente llorar desconsoladamente por los fallecidos. Vio mujeres desplomarse en las veredas al enterarse que sus parientes ya fueron sepultados. Otros esperaban horas enteras hasta que llegaran los contenedores con los restos.
“Todo eso fue horrible, de miedo”, dice la mujer mientras se toma la frente con sus manos. “El olor era insoportable. Las calles quedaban apestando y manchadas de líquidos. No podíamos comer ni dormir. Cerrábamos las puertas y las ventanas, pero nada detenía el hedor”.
Esas escenas también las tiene presentes Miriam González, otra moradora. Asegura que aún tiene pesadillas por lo ocurrido en esos días.
La mujer cuenta que la gente no salía de sus casas. Sabe que en los alrededores de las necrópolis había mucho movimiento, pues junto al panteón municipal de la parroquia se encuentra el camposanto Parques de la Paz.
Entre marzo y mayo, allá también arribaban decenas de personas con los féretros.
José Mera tiene en su mente las imágenes de las carrozas fúnebres en columnas de hasta tres cuadras para entrar al cementerio municipal.
Unos colocaban los ataúdes en las veredas y esperaban sentados bajo el sol hasta que llegara su turno para sepultar a sus parientes.
José Mera dice que las carrozas fúnebres hacían fila de hasta tres cuadras para ingresar al cementerio. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
José Mera recuerda que el escenario era de terror y desordenado. Incluso tuvo que intervenir un contingente militar. Los soldados custodiaron los dos cementerios.
Los uniformados formaron una barrera con rejas de metal. Los helicópteros de la Policía sobrevolaban el sector y registraban todo lo ocurrido.
“Esto era como vivir en guerra. Uno salía y veía militares por un lado y muertos por otro. Así vivimos hasta junio”, advierte Luisa, una mujer que tiene una tienda.
Ella indica que los vecinos tenían miedo a contagiarse.
Por redes sociales pedían a las autoridades que fumigaran las calles y fueron los primeros en difundir los videos de contenedores que llegaban con los cuerpos.
Esas imágenes se viralizaron rápidamente y circularon por todo el país. En las grabaciones se escuchaba a los vecinos quejarse por el olor que provocaban las denominadas morgues móviles. Hoy, los moradores dicen que pese a los reclamos solo en una ocasión se acercó un equipo para fumigar.
Por eso, aseguran que todos se pusieron de acuerdo y cada tarde barrían las avenidas con agua y detergente.
Otro temor era por los fallecidos. Maritza Torres cuenta que por varias noches colocaron velas en las calles y dedicaban una oración por las víctimas del covid-19. “El ambiente era pesado. Imagínese cuántas almitas están en los dos cementerios. Aquí solamente se respiraba muerte”.
En Pascuales, ahora es muy común ver grandes anuncios de funerarias y servicios exequiales. Durante la pandemia, decenas de estos negocios ofertaban sus servicios en la parroquia, a diferencia de otras zonas de Guayaquil, en donde no había ataúdes y las funerarias habían colapsado por el covid-19.
Los pobladores indican que la mayoría de papás encerró a los niños hasta por cuatro meses. No querían que se enfermaran o que contrajeran el coronavirus. Los vecinos han visto que recién este mes los pequeños comenzaron a correr y a jugar en las calles.
Los militares se retiraron a finales de junio y poco a poco la nueva normalidad va apoderándose de Pascuales.
Pero los moradores saben que el dolor y la angustia aún no terminan. Cuando reabran los cementerios esperan ver la llegada de más personas para visitar las tumbas de sus seres queridos.
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