En la parroquia rural de Quingeo, en Cuenca, niños, adolescentes y adultos han emigrado. Sus calles lucen desoladas. Foto: Xavier Caivinagua/ para EL COMERCIO
El pequeño de 2 años lloraba desconsolado, entre la maleza. En marzo del 2018, la patrulla fronteriza de Estados Unidos lo encontró solo y deshidratado en Houston, Texas.
Los agentes de Migración de ese país lo llevaron a una casa de acogida. Un año después pudieron contactarse con su madre, una ecuatoriana que vivía en Chicago sin papeles, y el infante fue entregado a ella. El caso fue documentado por la Cancillería en Quito, que desde el 2018 tiene 20 denuncias de niños ecuatorianos víctimas de coyotes.
Todos fueron llevados clandestinamente e intentaron ingresar a los Estados Unidos.
Los casos que se conocen oficialmente son mínimos. La mayoría no denuncia por temor a los traficantes, que en algunos casos son parte del núcleo cercano de emigrantes.
El niño de 2 años viajó desde Ecuador hasta México sin familiares, con un desconocido. Avanzaron a suelo estadounidense; el traficante lo abandonó para evitar ser capturado por la patrulla fronteriza.
Por el expediente que reposa en la Cancillería, se sabe que su madre fue quien contrató los servicios del coyote para que el pequeño emigrara.
Un caso similar ocurrió con Joaquín, de 11 años. Él vivía en una comunidad rural de Sígsig, en Azuay. En julio del 2018 emprendió una travesía a EE.UU. que duró cerca de un mes. La idea del niño era reencontrarse con sus padres que emigraron a esa nación hace ocho años. Joaquín solo llevó la mochila que usaba en su escuela. Su tía Teresa lo acompañó hasta Lima, Perú, donde fue entregado a un desconocido.
En un poblado con calles de tierra, Teresa contó a este Diario cada detalle de ese viaje hasta Perú. “Fue triste, preocupante y angustioso. Me sentía mareada y temía que la Policía nos descubriera, porque la migración de niños es un delito más grave que la de un adulto”.
Rosa Vásquez, directora de Atención y Protección a Ecuatorianos en el Exterior, indicó que “la migración de menores es un fenómeno invisibilizado, porque los niños salen de Ecuador legalmente, incluso con la autorización de los padres o de los familiares” y luego toman rutas ilegales, a través de zonas peligrosas.
Los traficantes usan dos rutas. Los niños y adultos viajan desde Ecuador a Colombia o Perú. Luego toman buses, trenes o barcos para llegar a Centroamérica. Después, vía terrestre llegan a la frontera entre México y Estados Unidos.
Desde el 2018, que se eliminó el requisito de la visa para viajar a México, los menores son enviados directamente en avión a ese país. Allí, los coyotes esperan y cobran entre USD 15 000 y USD 18 000 para hacer que los pequeños crucen a EE.UU. a través de Houston o por el desierto de Arizona.
Muchos de los niños viajan solos con el coyote, sin compañía de algún familiar.
Cuando llegaron a Perú, Joaquín dio un beso a su tía. El traficante lo tomó de la mano y partieron. Teresa recordó que en ese momento quería gritar que no se lo llevara; su sobrino la miró con ternura. “Nunca lo había visto tan feliz como el día en que supo que iría a reencontrarse con sus padres”.
La travesía con el desconocido siguió. Teresa regresó a Sígsig y solamente supo que su sobrino estaba fatigado por las caminatas, los viajes en camiones y la falta de alimentación.
En San Bartolomé, un pueblo de Sígsig, los profesores de los colegios y escuelas hablan con los pequeños. Les alertan de los riegos, pero cuando los padres deciden llevárselos, nada los detiene. La teniente política de San Bartolomé, Blanca Bizñay, sabe de esta problema.
Aunque no hay datos oficiales, las autoridades dicen que la pequeña parroquia cuencana de Chiquintad tiene una altísima migración, que empezó hace más de 20 años con los padres y luego con los hijos.
Quingeo es otra parroquia rural con alta migración. Sus calles pasan vacías, en silencio.
Los vecinos solo saben que los menores viajaron cuando dejan de ir a clases. Joaquín nunca más regresó a la escuela.
La gente recuerda lo que sucedió con Enma, en el 2010. Ella viajó con su hijo de 9 años a Estados Unidos y en la frontera fueron separados por los coyotes y perdió el rastro del niño. Ella fue detenida y deportada. A los cinco meses denunció en Ecuador; lo encontraron y lo trajeron de regreso.
En la Cancillería también se conoce un caso reportado en el 2017. Panamá identificó a 35 menores ecuatorianos que estaban en un centro de migrantes. Todos intentaban llegar a EE.UU. de forma irregular.
Ecuador gestionó para que los menores regresaran al país, pero solo 17 volvieron. El resto se escapó del centro y nadie supo más de ellos.