Carmen García (izq.) tiende la cama y se alista para iniciar la jornada de instrucción militar en la Brigada de Artillería Portete, en Cuenca. Foto: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
La subteniente Mishell Moreno marca una clave de cuatro dígitos para abrir la cerradura electrónica e ingresar a la habitación donde descansan 50 conscriptas, que hace una semana llegaron a la Brigada de Artillería Portete, en Cuenca.
Son las 05:00 del miércoles 8. La luz se enciende y ellas se levantan de inmediato. Su prioridad es tender correctamente la cama de una plaza, mientras las instructoras, la subteniente Moreno y la cabo segunda Norma Yanchapaxi, controlan, corrigen o piden repetir tareas.
Esta ha sido la tónica en la primera semana de conscripción femenina en Ecuador. Las 199 mujeres que el sábado se acuartelaron en Quito, Guayaquil, Cuenca y Manta se adaptan a la vida militar.
Mientras la conscripta Yessenia García deja lista la cama, otras acomodan su ropa en cajas de madera. Uno de esos baúles tiene pintadas dos armas cruzadas. Paola Sánchez lo llevó desde La Troncal, Cañar. La caja fue de su padre José, quien hace 22 años la usó en la conscripción. Él siguió la vida militar y ahora es sargento.
Mientras ella cuenta que sus padres le apoyan en este objetivo, ocho de sus compañeras se deslizan coordinadamente sobre una tela y trapean el piso. Van por toda la habitación.
Otras barren, limpian el baño, los inodoros, las puertas de vidrio y las duchas. Todo debe quedar limpio para que las instructoras y el comandante del Centro de Instrucción, Luis Luna, revisen el trabajo.
Las mujeres, a quienes no les tocó el turno de aseo, tienen más tiempo para arreglarse frente a un espejo y una repisa, colocados para su estadía.
Todas lucen el mismo peinado, con el pelo recogido en una pequeña cola de caballo y llevan aretes pequeños.
Desde que se levantaron ya pasaron 30 minutos y la orden de Moreno es formarse en el patio. A esa hora, los conscriptos también lo hacen, tras cumplir las mismas tareas.
Es la hora del denominado ‘vivado’, que no es más que repetir una frase cada mañana y noche. Entonces, en la formación se escucha: “¿Qué prometéis a la Patria este día? Ofrendarte con el alma Patria mía, mi vida, mi coraje, mi valor”.
La coordinación en el momento de ponerse firmes, descanso o mirar a la derecha aún falla, pero el mayor Luna está contento de que hay avances en poco tiempo. Tras recibir los partes de hombres y mujeres es hora del rancho. Ellas son las primeras en hacer fila, mientras que el resto espera.
En Guayaquil, la conscripta Laidy Oseguera porta el banderín, símbolo de valor, disciplina y compañerismo. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO
Un sánduche con mortadela, un vaso con colada, un huevo cocido y un guineo fueron el desayuno. Las instructoras verifican que estén correctamente sentadas, sin apoyarse en el espaldar, en silencio y que nadie coma antes de que todas tengan su rancho. El pan se debe dividir en partes, para servirse con la colada.
Luego viene la formación en el patio y comienza el trote. Pero ese miércoles las botas no estaban correctamente lustradas y las chicas debieron cumplir 10 flexiones de pecho.
Después trotaron un kilómetro. 46 llegaron en un solo pelón y el resto lo hizo caminando. Tras un corto descanso comenzaron las marchas, los giros, la capacitación para mantenerse firmes, en descanso, para saludar a un superior, etc.
Desde mañana recibirán capacitación en primeros auxilios y en conocimiento del terreno. Sus primeros cinco días francos serán del 24 al 28 de septiembre.
Todo es nuevo para ellas. Joselyn Montero esperaba esta oportunidad, porque su padre es soldado reservista. “Dejé mi carrera de Trabajo Social y cuando acabe aquí la retomaré. Luego haré el curso porque quiero ser sargento”.
Laidy Oseguera tiene 21 años. Desde el sábado está acuartelada en la Base Naval Norte de Guayaquil. Para obtener un cupo llegó tres días antes del acuartelamiento.
Estuvo con su hermana, Odalys, pero ella no entró. “Me sentí bajoneada, porque mi hermana no calificó, pero ella me dio fuerza. Me dijo vamos, tú puedes y lo estoy haciendo por ella y mi familia”.
En la primera semana, Laidy portó el banderín del valor, disciplina y compañerismo.
Daniela tiene 18 años. Para ella lo más difícil han sido los trotes y las flexiones de pecho.
En la Base Naval, el día también comienza a las 05:00. Tras el aseo y el desayuno, la instrucción sobre marchas, giros, cantos y ejercicio físico arranca a las 08:00. Tras un pequeño receso para ducharse y cambiarse viene el almuerzo.
La instrucción de la tarde vuelve a las 15:30 y termina dos horas después. Luego van a las duchas, se cambian e ingresan a los comedores para la cena.
Después de la comida continúa la instrucción hasta un poco antes de las 20:00. A esa hora todas se forman en el patio. Ese acto lo llaman la “formación del silencio”. Practican por última vez los giros y marchas.
Solo después de esta rutina van a sus habitaciones. Las luces deben apagarse a las 22:00.
A Gínger Carreño aún se le hace difícil levantarse temprano y comer en horarios fijos. Pero quiere terminar la conscripción y comenzar el curso para entrar a la Marina.
Patricia Paredes solo tiene 19 años y después de los ejercicios termina agotada.
En contexto
Este año se abrió el servicio militar para mujeres en las Fuerzas Armadas de Ecuador. Las aspirantes pasaron por pruebas médicas y psicológicas. Dos días antes del acuartelamiento, las chicas y sus familiares ya hacían fila en los