Juan V. / Quito. Víctima de la inseguridad.
Hace un mes mi esposa y yo nos dirigíamos a la escuela de mi hija para pagar una cuota obligatoria de las fiestas de Quito.
Somos personas pobres que trabajamos fuertemente para poder darle a mi hija todo lo que necesita. Ese día tomamos como siempre el bus que pasa por mi casa.
El transporte estaba completamente lleno, cuando la gente se bajó y pudimos avanzar hacia la mitad el controlador del carro empezó a cobrar los pasajes.
Mi esposa tenía en la cartera todo el dinero y le pedí que pagara, pero en el momento de ver el pasaje se dio cuenta que en el tumulto le habían abierto el cierre.
Mi esposa enseguida empezó a gritar que le habían robado el dinero y el celular. Yo verifiqué si lo que decía era verdad y me sorprendió que en menos de cinco minutos nos habían robado todo.
Mi pequeña hija no entendía lo que pasaba y yo me sentía impotente y con mucha rabia.
El controlador no nos cobró el pasaje y al llegar a la escuela le pedí al profesor que me permitiera pagar la cuota otro día.
La suma de dinero que nos robaron tal vez para unos podrá significar muy poco, pero yo no podía recuperar los USD 50.
Mi hija se quedó sin fiesta y mi esposa se quedó sin su celular. Era un teléfono que mi cuñado le había enviado de España.
Quise recompensarle comprándole un celular nuevo, pero no quiso. Me dijo que no quiere volver a tener un teléfono, porque algún día le iban a robar de nuevo en cualquier lugar.
Ese no fue el único robo que sufrí, un día saliendo de mi colegio con un compañero. Dos hombres altos y de contextura delgada salieron de un terreno abandonado cerca de la zona.
Uno de ellos tenía en su mano una funda con un líquido amarillento, era cemento de contacto. El otro hombre tenía en sus manos un palo de pincho.
Con ese palo nos empezó a pinchar todo el cuerpo y nos dijo que le gustaban mis zapatos y la chompa de mi amigo.
Nos insultaron por varios minutos, mientras las personas miraban y no decían nada.
Mi amigo le dio la chompa y yo los zapatos, en ese momento los desconocidos huyeron.
Estos robos han afectado en mi personalidad, ahora soy más cuidadoso al caminar por las calles o en los buses. Mi familia y yo sabemos lo peligrosa que es esta ciudad. Lo peor es que la delincuencia ataca a las personas más pobres y desprotegidas. No se dan cuenta que nos hacen daño psicológicamente. La Policía debería protegernos y no lo hace.