En diferentes países se han preparado actos para conmemorar el Día Mundial de la Internet. Foto: Wikicommons.
El mensaje fue breve. La llamada de un desconocido le indicaba que su hija, de 13 años, fue secuestrada. Pedía un recompensa de USD 100 000, imposible de pagar con sus ingresos como pequeños comerciantes en Manta. Pasó esa noche y, tal como solicitó el sospechoso, la familia no llamó a la Policía.
Aguardaron las instrucciones, pero no hubo más comunicación. La menor apareció casi 24 horas después. Había sido violada por un hombre que conoció a través de Facebook.
La Dinapen (Policía de Menores) investigó el caso en Manta y descubrió que el hombre secuestró a la menor no por un interés económico, sino para abusar sexualmente de ella.
Además se determinó que para acercarse a la niña usó un perfil falso en Internet. La adolescente, en cambio, entregó sus datos, pese a no conocerlo.
Por casos como este, un agente de la Unidad Antisecuestros y Extorsión (Unase) dice que hoy “las redes sociales son la primera fuente de consulta de alguien que investiga a otro”.
En el caso de la menor de Manta, los investigadores de la Dinapen revelaron que ella y su captor entablaron comunicación por chat desde septiembre del 2014. Además, en su perfil colgó fotos con su uniforme de colegio y al desconocido le dijo la hora de salida, la dirección de su casa, su número de teléfono, etc.
Con base en estos hechos, la Unase sabe que el modo de operar más común de los sospechosos es enamorar a las víctimas, que en su mayoría son adolescentes de 13 a 17 años.
Tras ganarse su confianza, las citan en parques o discotecas. Y cuando las chicas acuden descubren que el supuesto amigo no es de su edad, sino un hombre mucho mayor.
El año pasado, en Manabí se denunciaron 20 casos en donde adultos pactaron citas con niños y adolescentes a través de cuentas de redes sociales.
Carlos Alulema, director nacional de la Dinased, un departamento policial que investiga las muertes violentas, desapariciones, extorsión y secuestros, explica que mientras más se muestran en las redes más posibilidad hay de que alguien use esos datos para extorsionar, secuestrar o atacarlo.
Por ello detalla que las bandas lo primero que hacen es analizar la información que la propia víctima coloca en sus cuentas. Miran si viaja, si va al exterior, si frecuenta restaurantes, quiénes son sus amigos, si tiene hijos, si está casado, lugar de trabajo, etc. En este año se han denunciado seis secuestros extorsivos en donde los captores pidieron dinero, pero todos están resueltos. El año pasado fueron 14, que ya se aclararon.
A inicios de este mes, tres presuntas bandas dedicadas a la extorsión fueron detenidas en Manabí y Esmeradas. Los sospechosos usaban redes sociales para acercarse a las víctimas.
Todo se iniciaba a través de una solicitud de amistad en Facebook. Monitoreaban su vida, si la persona revelaba que estaba cansado lo sabían, si ese día hizo deporte, también; si tomó un café, si fue a una discoteca…
Luego, a través de amigos conseguían su número telefónico. La llamada se realizaba desde la cárcel El Rodeo, en Manabí. Una persona exigía dinero a cambio de no hacerle daño o lastimar a un familiar. La clave era que conocían todo su entorno por la información que la misma persona publicaba.
Una de las organizaciones operaba desde Esmeraldas. Los miembros, la mayoría mujeres, hacían seguimientos e incluso tomaban fotos de sus víctimas en la calle o cuando ingresaban a un establecimiento.
Luego, contactaban por celular a esas personas y solicitaban sumas de hasta USD 5 000 por no revelar información íntima.
Para Alulema, la Internet también ha puesto en riesgo las investigaciones. Un ejemplo fue Mateo, un niño que fue secuestrado a la salida de su colegio, cuando se dirigía a pie hacia su casa, en Quito.
El 13 de mayo fue interceptado por un vehículo del que se bajaron tres hombres, empujaron a su hermana menor, quien lo acompañaba y se lo llevaron.
Los agentes cuentan que en las primeras horas del hecho hubo un “riesgo alto de encontrarlo muerto”, porque el caso comenzó a circular rápidamente en las redes sociales.
En cuestión de horas su foto fue compartida en las páginas de cientos de seguidores y contactos; se formaron cadenas de oración y se solicitó dar cualquier información sobre su paradero. Pero lo primero que solicitaron los secuestradores fue que no alertaran a la Policía.
Horas más tarde, en otra publicación se aseguraban que “por pedido de la Unase” no se debía difundir la noticia porque los “policías ya estaban a cargo del caso”. Este llamado tampoco era oficial.
Uno de los agentes recuerda haber leído ese mensaje en la red y sentir un sudor frío. “Nosotros estábamos iniciando una investigación delicada y no sabíamos cómo podían reaccionar los captores. Esa fue la parte más difícil del caso y lo pudimos resolver”.