El joven Jeffrey Conroy le habría clavado la daga y los 39 minutos que demoró en llegar la ambulancia quizá fueron determinantes para costarle la vida al ecuatoriano Marcelo Lucero. El hecho ocurrió el 8 de noviembre del 2008 y ahora él es uno de los estandartes en la lucha antirracial de los latinos y de los anglosajones.
El caso que conmocionó al país es un referente permanente que incita a debates públicos e incluso motivó a una investigación federal que está en curso.
fakeFCKRemoveLa daga no causó heridas en partes vitales del corazón, pero sí cortó la arteria axilar y una vena en el área del pecho. En esos casos, con una pronta intervención es posible salvar al paciente. Así lo deja entrever el informe que el jueves 18 sacó a la luz The New York Times, justo el día en que se iniciaron las diligencias del juicio a los siete jóvenes que participaron en el ataque racial contra Lucero y su amigo Ángel Loja.
Cuatro de los jóvenes se han declarado culpables y declararán en contra de Conroy, el principal sospechoso, quien en audiencia previa se declaró inocente. Dos más también están a la espera de un juicio por odio racial.
El abogado de Conroy, William Keahon, dijo al New York Times: “Si Lucero era llevado inmediatamente al hospital Brookhaven Memorial, que está solo a cuatro minutos de donde estaba el herido, con toda probabilidad Lucero estaría vivo hoy”.
Ahora esa parecería ser por donde la defensa de Conroy quiere apuntalar el caso para disminuir la culpabilidad sobre la muerte de Lucero, aunque la fiscal Megan O’Donnell dijo que era “un racista que estaba en busca de sangre” la noche del crimen.
El 911 recibió la llamada a las 23:55 del 8 de noviembre del 2008. Llegó 17 minutos más tarde y con el herido todavía con los ojos abiertos y respirando arribó al hospital a las 24:34.
¿Por qué tardó en llegar tanto al hospital, cuando este solo está a menos de cuatro km de donde ocurrió la tragedia? Los responsables de la compañía de ambulancias de Patchogue, donde vivía Lucero, no han dado respuesta.
Desde la muerte de Marcelo Lucero mucho y nada ha cambiado en el condado de Suffolk, considerado el menos intolerante y más racista del país.
Los inmigrantes que antes de la muerte de Lucero vivían en constante zozobra no han cambiado sus estrategias de protección. “Se sale entre amigos, no se está hasta muy tarde y no se camina solo en las calles, especialmente las noches”, dice Fabián Tacuri, que dirige el grupo Proyectando Arte.
La Policía de Long Island, acusada de poner los ojos en otra parte frente a las denuncias de violencia racial y que por este caso está bajo investigación del Departamento de Justicia, hoy tiene policías, como la oficial Lola Quezada de origen ecuatoriano, trabajando con la comunidad. Los defensores de los derechos civiles, más que culpar a los jóvenes como los únicos responsables de actos de odio racial, apuntan a los políticos y a la sociedad.
“Este rechazo a quien es distinto se conversa sobre la mesa y en familia”, dijo el activista Francisco Hernández, quien hace poco participó en un programa de una hora que puso en el aire el pasado 24 de febrero la televisión pública nacional sobre la muerte del inmigrante ecuatoriano.
Según el profesor de Inmigration de Baruch Collage, Robert Smith, quien también asistió al debate, “la agresión en contra de los hispanos ha subido en un 40%, entre el 2003 y el 2007, quizá en parte se debe a que en 100 años no se ha visto una infusión de corrientes migratorias como ahora”. No existen estadísticas disponibles más actualizadas.
Patchogue es tierra de inmigrantes: desde el alcalde Paul Pontieri, hijo de descendientes italianos, hasta de una extensa comunidad ecuatoriana que revivió la alicaída industria de la construcción. Eso lo reconoce Matthew Crosson, presidente de la Asociación de Long Island. “Los inmigrantes generan millones para la economía de esta área. Lamentablemente tuvo que morir Marcelo para darnos cuenta que tenemos un problema y que lo debemos resolver colectivamente”, señaló durante el programa.
En la actualidad, Lucero se ha convertido en fuente de documentales, debates y foros nacionales para tratar de entender el papel de los padres de familia, de la educación, los políticos y la sociedad. Incluso se creó la Fundación Lucero de América.