Lo que me pasó fue tan rápido, pero traumático. Iba a la casa de mi hermano y cuando caminaba sentí que alguien metía la mano en mi bolsillo. Era un hombre que me arranchó el celular. Como ya estaba llegando a la casa grité a mis hermanos. Ellos salieron, pero el ladrón era hábil, se metió entre los buses, desapareció.
Era la primera vez que me pasaba. A mis hermanas, en cambio, les robaron dos departamentos. Como ellas trabajan, no se queda nadie en la casa. Cuando llegaron en la noche se encontraron con que se habían llevado las computadoras, joyas, televisores y dinero.
Las dos viven en un condominio de cinco pisos. Abajo hay una tienda, una ferretería y una farmacia, pero todos dijeron que no habían visto a nadie.
No hay solidaridad de la gente. Deberíamos unirnos y si veamos algo sospechoso llamar a otros vecinos o a la Policía. Pero eso no sucede. En el caso de mis hermanas, me pregunto cómo los vecinos no vieron nada, si para llevarse todo los ladrones debieron haber llegado en carro.
Eso sucedió hace ocho meses y ellas no se han podido recuperar. Es feo cuando el robo se vive en carne propia. Entonces, no es que todo se debe pedir al Gobierno o a la Policía. Nosotros deberíamos comenzar por unir, por hacer fuerza ante todas estas cosas que asustan.