‘Aquí la única ley es la de las bandas”, advierte un hombre antes de encerrarse en su casa. Cae la noche y la Isla Trinitaria se sumerge en sombras. Desde una de las orillas del estero Salado, un fuerte destello deslumbra. Son las luces de la transitada Perimetral, en el sur de Guayaquil.
En sus entrañas solo unos pocos candiles iluminan los callejones polvorientos de la cooperativa Enrique Gordillo. Son caminos zigzagueantes, sin salida, por donde se escurren las siluetas de quienes van con paso presuroso.Son las 19:00 y el ajetreo del mercadillo que copa el acceso se diluye. Casi no queda rastro de los 90 028 habitantes de la Trinitaria, una de las zonas más populosas, según el Municipio, y foco de inseguridad, según la Policía.
El estruendo del motor de un vehículo desconocido estremece. El paso de una moto fantasma perturba. Por las ventanas blindadas con delgadas rejas apenas se observa una mirada temerosa. “No hay que ser sapo, pero hay que estar pilas”, se oye de una puerta de madera que se cierra.
“Aquí hay de todo. Son ramas. Unos se dedican a traficar armas, otros trafican drogas y otros solo roban. Son vecinos que no parecen delincuentes, pero aquí en las veredas se los ve repartiéndose la plata de los asaltos”. Los sicarios también rondan las calles. “Matan por USD 50 ó 100. Después van a la tienda, piden una cerveza y cuentan que vienen matando a uno, a sangre fría”.
Al observar el mapa de Guayaquil, la Trinitaria resalta. En su último informe, el Observatorio de Seguridad Ciudadana lo marcó como la zona más peligrosa. Popeye, Ernesto Gordillo, Che Guevara, Andrés Quiñones, 22 de Abril son algunas de las 53 cooperativas de la lista roja.
Quienes viven allí lo saben. Luis Vélez (nombre protegido) conduce una mototaxi. Su jornada se inicia a las 06:00 y termina a las 23:00. Antes de cada carrera no se olvida de la señal de la cruz. “Yo soy pan de cada día de los ladrones. Pero es mejor no tener enemigos porque después cogen represalias y lo matan”, dice, y mira por el espejo retrovisor. Acelera y se interna en la Cooperativa Unidos Venceremos.
Ahí, junto a su moto, el cabo de policía Ramón Salazar vigila la zona de Nigeria, Cenepa, Jacobo Bucaram y Brisas del Salado II. Una gorra oscura tapa en parte su rostro. “Son los puntos rojos. Hay que tener cautela, porque el uniforme no es una garantía”.
El policía enciende su moto y dobla en una esquina, justo frente a María Paredes (nombre protegido). Ella vive cerca del estero y a diario es testigo de secuestros exprés. “Unos pasan arranchando celulares y carteras. Pero en las madrugadas se oyen gritos. Son taxistas y conductores que piden ayuda. Los dejan botados, con la cabeza rota, se les llevan el carro”.
Los asesinatos también son comunes. En Guayaquil, en lo que va del 2010, el Observatorio de Seguridad registra 457 asesinatos. Solo en la Trinitaria, la Policía encargada del sector encuentra de tres a cuatro cadáveres por semana, arrojados junto a la Perimetral o junto al estero.
56 policías, en 14 patrulleros y cinco motos, son los encargados de vigilar las 70 cooperativas de la Trinitaria. A las 12:00 del miércoles, el patrullero G-026 se detiene a un costado de la Perimetral para un operativo sorpresa. Los pasajeros de un bus 119 son los primeros en ser revisados. “Es para el control de armas. Por aquí siempre encontramos las calibre 38 nacionales, cartucheras y cuchillos”, refiere un policía.
Un control similar se realiza en el segundo punto de más riesgo de Guayaquil: Flor de Bastión. Ligado a la Trinitaria por la Perimetral, este sector del noroeste acoge a 53 684 habitantes.
En cada tramo de la línea de asfalto que une a sus 24 bloques el temor deja sus huellas. En peluquerías, tiendas y hasta iglesias sobresalen una hojitas descoloridas: ‘Seguridad, local vigilado’ Luchadores de Flor de Bastión’, resalta en letras negras, grandes.
Junto al rótulo ‘Dios bendiga este hogar’, sobre el portal de una casa, resalta una hoja amarillenta: ‘Casa vigilada’. “Es el anuncio de unas brigadas de vigilancia que se armaron hace algún tiempo entre la gente del barrio, pero los pillos les hacen poco caso”, cuenta Estefanía Ruiz (nombre protegido).
Por la tarde, cuatro policías en motocicletas recorren la vía principal de Flor de Bastión. Encapuchados, miran de un lado a otro, sin separarse, hurgando en los estrechos callejones que se forman sobre los pálidos cerros.
En el bloque 17 se acercan a un grupo de jóvenes. “Documentos”, pide uno de los gendarmes, mientras sus compañeros los cachean contra la pared. En la acera de enfrente, Rocío Santos (nombre protegido) los observa. “Son chicos buenos, los policías conocen a los delincuentes de las bandas y no hacen nada”, comenta.
Robos, venta de drogas, de armas y sicariato son delitos comunes en zonas de alto riesgo de Guayaquil. El capitán Luis Paredes, jefe de la Zona Segura Trinitaria, lo sostiene. Al hacer una radiografía de la Isla identifica a tres bandas en el territorio de 433 hectáreas: una de ellas es la del ‘Negro Jessi’, que se instala en la Cooperativa Vencer y Morir. Otra, la de ‘El Caballo’, junto al primer puente de la vía Perimetral.
Pero la más fuerte, dice, es la de ‘Luciano’, que opera junto al Trinipuerto y que está formada “por unos 20 jóvenes implicados en casos de sicariato y drogas. Él fue uno de los más buscados, tuvo ocho boletas de captura y salió libre en menos de dos meses”.
Bertha Ramírez (nombre protegido) escucha a diario el nombre ‘Luciano’. Está marcado con grafiti en las paredes de la Cooperativa Enrique Gordillo. En su barrio, entre piedras y polvo, hay un rastro de cenizas. “Aquí venden droga y se pelean por el territorio. Por eso solo salimos a la iglesia y de ahí ponemos candado”, narra atemorizada, a través de una pequeña hendija que oculta su rostro.