Salimos del colegio con un amigo. Recuerdo que nos dirigíamos a la parada del autobús para irnos a nuestras casas, ubicadas en el norte de Santo Domingo.
Primero teníamos que pasar cerca de un parque ubicado en el centro. Como eran las dos de la tarde y no había mucha gente.
Luego, me di cuenta que mi amigo se frenó porque una persona se puso a conversar con él. Yo pensaba que era algún amigo de él. Mientras tanto, yo seguí caminando despacio sin percatarme de lo que sucedía.
Luego me preocupé cuando vi que esa persona se apegó a él de una forma agresiva, no como un amigo. Ahí ya dije entre mí que ese hombre era un delincuente. No se sabe qué hacer en esos casos, así que mi primera reacción fue quedarme parada para que no le hagan daño a mi amigo.
Me di cuenta que el delincuente se puso más nervioso y sacó un cuchillo enorme porque mi amigo no quería darle sus cosas.
Desconozco de dónde lo sacó porque era del porte de mi antebrazo. Creo que lo guardaba en el muslo. Luego empezó a insultarnos y nos ordenó que le diéramos todo lo que teníamos.
Lo que le dimos fueron nuestros teléfonos celulares. Por suerte no nos rebuscó y no se llevó nuestras mochilas. Luego se fue como si nada hubiera pasado. También nos dijo que no hiciéramos “la foca”, que no gritáramos, ni nada porque podríamos perder la vida. Me espanté, así que era mejor no hacer nada.
Mi amigo tenía mucha rabia porque su celular costaba USD 400 y fue su regalo de cumpleaños. Yo me quedé más tranquila durante ese lapso. Él acudió a la Policía y ellos lo llevaron a donde paran los ladrones para ver si los reconocía, pero ya fue imposible hallar al desconocido.