Galo Ortega, padre de Javier, se mantuvo junto a sus otros dos hijos, Alex y Andrea, en la ceremonia. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Lo primero que hizo fue mostrarle un video con los momentos que vivieron. El fondo musical: ‘Negra mi vida’, melodía que él le dedicaba. Ante el ataúd, Carito le contó a su papá, Paúl Rivas, que los profesores de la UTE la han ayudado, que su familia se ha unido más y que está tranquila. Y que su mamá, Patricia López, lo amó mucho, pese al divorcio.
Desde el 13 de abril, cuando oficialmente se anunció que el equipo de este Diario fue asesinado, Carolina empezó a recibir pésames. A ella le parecía que aceptarlos era asumir una derrota. Así que recién el lunes, con la confirmación de Medicina Legal de Colombia, sintió que era el final.
“Para mí el día cero fue en la Capilla de la fe, en Cali. No quería acercarme al ataúd”, relata la única hija del fotógrafo de EL COMERCIO, de 21 años.
“Como seres humanos los familiares de mi papá, de Efraín Segarra y Javier Ortega mantuvimos esa esperanza de que regresarían vivos”.
Aunque admite que desde el 13 de abril, cuando el presidente Lenín Moreno confirmó el asesinato, ella dejó de soñar con su padre. La última vez lo vio como alejándose, ella le pedía “no te vayas, espera”, pero su padre seguía caminando. Tal vez en ese sueño -cree- le pidió que estuviera tranquila, que siguiera con su vida.
En un proceso de duelo hay varias etapas. Una de ellas es la negación, comenta Silvia Tapia, psicóloga del Centro Terapéutico Crecemos. Quienes sufren la pérdida de un ser querido imaginan que en algún momento lo van a volver a ver. Es natural sentir dolor e incluso ira porque no se acepta la situación o al menos la forma en la que la persona fallece.
En el caso del equipo periodístico de este Diario, tras el secuestro se supo que los asesinaron. Pero sus familias no pudieron cerrar el ciclo, indica la especialista, al no contar con los cuerpos por más de 90 días. “No tenían la materia visible que permite convencerse y aceptar lo ocurrido”.
Los hermanos Patricio y Cristhian Segarra, de 36 y 30 años, llevaron una de las fotos de su papá, ‘Segarrita’. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Todos esos días, Galo Ortega, de 66 años, no había dejado de ir a la habitación de su hijo, Javier, periodista de la sección Seguridad. Cada mañana, en el espacio vacío, le decía que lo mantiene en su mente. Y que pese a que en las noticias se afirme que él y sus dos compañeros estaban muertos, tenía la esperanza de que no fuera así.
Don Galo fue fotógrafo. No descartaba que las imágenes que circularon, en la que se los veía victimados a tiros, fueran montajes. Pero en Cali se acabó todo. Aún así le agradece a Dios que le permitiera recuperar “los cuerpitos”. Para él, ese también es un milagro.
Frente al féretro, en Colombia, sintió que era el momento de conversar con su hijo. Le contó todo lo ocurrido desde el primer día que se supo de su secuestro, el 26 de marzo.
También le habló de las vigilias y de todas las muestras de compañerismo. Además, le dijo que había enfrentado problemas de salud. Pero que ya recobró energías para luchar porque se conozca la verdad sobre sus muertes.
Según la psicóloga Silvia Tapia, hay una necesidad emocional de acercarse y conversar con el pariente o el amigo que se encuentra en el féretro. Aunque no exista la certeza de que quien fallece escuche, eso ayuda a cerrar un capítulo.
En todo duelo hay una despedida, que ocurre en el funeral, en el camposanto, durante el entierro. Para los familiares de Paúl, Javier y Efraín, el proceso estaba inconcluso.
Con la recuperación de los cuerpos han podido acercarse a los féretros y llorar. Y no solamente expresar su tristeza sino esa inconformidad. Eso permite poner fin a un capítulo y aceptar la partida. Pero Tapia anota que este caso es especial pues al haber pasado tanto tiempo, hasta las ceremonias fúnebres abren la herida.
Lupita Bravo, la madre de Paúl Rivas, tiene 76 años. Hace nueve años quedó viuda. Así que conoce el dolor de las despedidas. Su hijo -dice- se reunió ya con su padre Angelito, su confidente, a quien no dejó de dedicarle sus triunfos, de agradecerle el plato de comida que se servía y de pedirle la bendición cada día.
La mamá de Paúl Rivas, Lupita Bravo; su novia, Yadira Aguagallo; su hija Carolina y su hermano Ricardo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
La señora aún no puede dejar de pensar que cualquier día volverá, “con su carita de chistoso, sacándose desde los zapatos y las medias apenas ingresaba a la casa; con esa entrega por su profesión”.
Por eso, Lupita admite que buscará ayuda psicológica. Recuerda que casi por fuerza mayor debió acudir a un especialista tras la muerte de su esposo. Paúl o ‘Rivitas’ era su compañero, aunque tiene dos hijos más que la cuidan y no la dejan sola. También a su nieta, más familiares y a la novia de su hijo, Yadira Aguagallo.
Las sesiones de terapia han sido de gran utilidad para Patricio Segarra, el mayor de los dos hijos de Efraín, apreciado conductor de este Diario. En Cali, psicólogos de la Cruz Roja Internacional les guiaron para no centrarse en el asesinato. Les pidieron pensar en el legado que dejan. Para él, los tres son grandes héroes.
¿Cuándo han visto a El COMERCIO tan unido?, pregunta. Y reflexiona: mi padre Efraín debe estar tan feliz viéndoles usando la camiseta con sus rostros, que es ponerse la camiseta del periódico. “Ni el mejor motivador o jefe de jefes habría logrado que entiendan que hay que trabajar juntos”.
Patricio y su hermano Cristhian Segarra tuvieron la oportunidad de conversar ya no solo en sueños o en oraciones con su padre. Ellos, como los Rivas y los Ortega, permitieron que los amigos de Efraín, Paúl y Javier les digan adiós, les aplaudan y les den las gracias por todo lo que hicieron en vida y las lecciones que dejan.
El velorio en La Dolorosa
Rodeados de decenas de arreglos florales fueron velados ayer, en la iglesia de La Dolorosa, los cuerpos de Paúl, Javier y Efraín. Los féretros del equipo periodístico, asesinado en manos de un grupo armado de Colombia, ingresaron al lugar a las 11:00. A su arribo, estudiantes de Comunicación de la Universidad Central les hicieron una calle de honor.
Una hora antes, los cuerpos de Paúl, Javier y Efraín salieron de la planta de EL COMERCIO, en San Bartolo. Allí, compañeros y amigos les dieron el último adiós, tras velarlos desde la tarde del miércoles.
En La Dolorosa, a lo largo de el día, hubo más muestras de afecto de cientos de personas que se acercaron a decir adiós. Periodistas llegaron con flores. Hubo notas en una pancarta con los rostros de lo comunicadores. “Gracias por su valentía y por su profesionalismo”.