Las ráfagas de los fusiles se escuchan unas tras otras. Faltan 20 minutos para las 14:00 y una fuerte explosión retumba en El Afilador, una zona selvática en el departamento del Putumayo, en Colombia. Solo el correntoso río San Miguel separa a este secor de la cooperativa 18 de Noviembre, de Sucumbíos, Ecuador.
Las ráfagas siguen y los soldados que recorren la selva ecuatoriana se detienen. Son 16 hombres. Uno de ellos dice llamarse Rogelio (nombre protegido). Está en la selva desde el sábado y no sabe cuándo saldrá de allí. El rostro del militar está cubierto con sudor, pese a que lleva un pañuelo verde atado a su cabeza.
El calor es intenso, aunque el sol se queda en las copas de los árboles nativos que miden hasta 15 metros de alto. El fin de semana, él escuchó el rugido de las ametralladoras en El Afilador.
fakeFCKRemoveEn ese sector, en Colombia, a 3 kilómetros de la frontera, murieron 27 guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Allí estuvo Sixto Antonio Cabaña, alias ‘Domingo Biojó’, quien era señalado como uno de los jefes políticos del Frente 48. “Desde ese día, los enfrentamientos al otro lado no han parado”, dice Rogelio, que en la guerra con Perú (1995) operó en el Alto Cenepa. Otro fuerte sonido interrumpe al militar. “Lo que ahora escuchamos son explosiones de granadas y morteros”.
Por la cercanía de los combates entre guerrilleros y militares de Colombia, los soldados de Ecuador tienen la orden de aumentar los patrullajes. Rogelio pertenece a la IV División Amazonas, una unidad militar que cubre Sucumbíos, Napo, Pastaza y Orellana. Desde este lugar, asentado en esta última provincia, se coordinan patrullajes con el Ejército, Infantería y Fuerza Aérea. El número de soldados que operan en esa zona y la inversión económica se mantienen en reserva
La 18 de Noviembre tiene 13 km de distancia. Este Diario recorrió el lugar en medio de la selva. En 2 km apenas existen dos casas de madera que se levantan a orillas del San Miguel. En una de esas viviendas habita Julia C., una señora con pelo cano. Desde adentro dos hombres con camisetas y pantalones cortos salen presurosos cuando llegan forasteros. “Vea señor, aquí no pasa nada, todo está tranquilo, pero es mejor que se retire”, alerta uno de ellos, que tiene el cabello corto.
Ellos dicen ser de Colombia, pero que están en Ecuador como refugiados, aunque no muestran documentos. La única forma de llegar a sus casas es por botes y el recorrido desde Nueva Loja puede costar hasta USD 3. En la cooperativa no hay vías habilitadas, solo pequeños surcos lodosos y serpenteantes, que los militares abren entre las montañas. Por allí camina Rogelio.
Detrás va Marlon (nombre protegido), un militar musculoso que realiza el curso para soldado. Él pertenece desde hace 10 años a las denominadas Fuerzas Especiales. Sus botas negras están cubiertas de lodo, suda copiosamente y de una pequeña bolsa de cartón saca dulces para evitar que su presión baje. En su espalda lleva una maleta de 40 libras y en sus manos, un fusil de 16 libras.
Está en la selva desde el domingo y no sabe cuándo volverá a Quito, donde están su hija y su esposa. Él cuenta que las cosas cambian cuando los ataques de las FARC o del Ejército colombiano aumentan en la frontera. De pronto, otra ráfaga se escucha desde El Afilador. Los militares se quedan en silencio. Hacen señales con las manos y avanzan despacio.
Cuando los uniformados se internan, cada uno lleva raciones de comida precocida, como arroz y carne. Además, toldos, poncho para aguas, cobertores, pasta y cepillo dental. En el cinto cargan municiones y los enfermeros deben llevar sus medicamentos. Así caminan de ocho a nueve horas diarias y en las noches hacen turno en los puestos móviles.
Randy Tapuy es soldado iwia. Se graduó hace dos meses, tiene 22 años y con su ametralladora abre paso para que los soldados lleguen hasta la unión de los ríos San Miguel y Opuno. Desde allí se observa el paso de pequeñas lanchas con colombianos que visten ropa civil.
A la distancia se ve que llevan plátano y lonas blancas. Pasan en silencio aguas arriba y en cinco minutos desaparecen. Allí también navegan embarcaciones militares de la Infantería ecuatoriana, que operan en Nueva Loja (Sucumbíos). Uno de los oficiales de esta unidad confirmó que, tras los últimos problemas en la línea de frontera, el número de infantes de Marina aumentó de 60 a 100. El número de lanchas también se incrementó de tres a cinco.
La cooperativa 18 de Noviembre también es un sector peligroso, en la línea de frontera. Los militares lo consideran así por su cercanía con la localidad de El Afilador. Fue allí (departamento del Putumayo colombiano) donde precisamente fue asesinado Édgar Tovar, máximo cabecilla del Frente 48, en enero de este año.
Él fue reemplazado por Biojó, quien -tras su muerte-, aún no tiene sucesor. Un kilómetro antes de llegar al río Opuno y en medio de una copiosa vegetación, dos cilindros de gas fueron hallados.
No están en buenas condiciones, sino cortados en la mitad superior. Los militares presumen que iban a usarse para fabricar bombas caseras. Cerca hay botellas de cerveza, fundas y pedazos de llantas de autos. Militares ecuatorianos detectaron que las condiciones de estos cilindros son similares a las de los utilizados como explosivos en el puente internacional San Miguel, el 10 de septiembre. Ese día, guerrilleros de las FARC atacaron y asesinaron a ocho policías de Colombia.
Otro soldado encontró dos orificios. El uniformado dice que pueden ser para esconder los tanques. La patrulla no sabe exactamente cuándo los irregulares estuvieron allí, pero sí que improvisan pequeños cauces para entrar al río y retornar a Colombia.
Las ráfagas siguen. Por el río San Miguel no cruzan lanchas. Los militares de Ecuador circundan sus aguas. Permanecen menos de 30 minutos antes de movilizarse, hasta otro punto, por la selva.