Sin abandonar su fusil HK, Wilson Tapia observa a la gente que transita por el puente que conecta a la parroquia Chical (noroccidente de Carchi), con la comunidad de Tallambí (Colombia).
Desde una loma, en el destacamento militar, el sargento vigila el poblado ecuatoriano. Chical tiene 3 500 habitantes, la mayoría campesinos que cultivan naranjilla, guayaba, plátano… Pero Tapia también observa al caserío colombiano, al otro lado del río San Juan, el límite internacional.
Por el puente peatonal, de 50 metros de longitud, van y vienen hombres que llevan cargas a caballo, estudiantes y mujeres con cestos. Los pasos, de cables de acero y piso de madera, son los únicos nexos entre las comunidades colombianas con Chical, Maldonado, Tufiño y El Carmelo, parroquias de Tulcán. Los colombianos ingresan a ellas para vender leche y vegetales. Pero también para comprar víveres y abastecerse en las tiendas ecuatorianas.
En las cuatro parroquias carchenses hay destacamentos militares. La presencia de los uniformados, que data de una década, ahuyentó a los grupos irregulares que llegaban a Ecuador incluso armados. Así recuerda Edmundo Díaz, un vecino de la localidad.
“Muchos de los que cruzan pueden ser guerrilleros. Pero mientras no vengan con armas ni cometan delitos, no se les puede detener”, sostienen los militares. Sin embargo, si hay una incursión de un grupo ilegal armado a nuestro territorio, los militares tienen orden de disparar.
Frente al Carchi actúan la columna móvil Mariscal Sucre y el Frente 48 de las FARC, explica el mayor Freddy Proaño, oficial de Operaciones del Grupo de Tareas 1.3 Andes. El Grupo Andes está integrado por el Batallón Galo Molina, de Tulcán, y el Grupo de Caballería Mecanizada Yaguachi, de Ibarra. Vigilan la frontera en Carchi (excepto en Tobar Donoso) y parte de Sucumbíos.
Proaño extiende su brazo y apunta a los cultivos de coca que crecen, entre matas de plátano, en suelo colombiano. Según Díaz, campesinos ecuatorianos trabajan como jornaleros en esas plantaciones. “Pagan 15 000 pesos (USD 8) diarios. Es una opción. Imagínese, la caja de naranjilla cayó de USD 7 a USD 4. Hay que rebuscarse la vida”, refiere.
Una brisa fresca golpea el rostro de Tapia, quien está acostumbrado a los 28 grados centígrados de esta zona subtropical. Su misión es advertir cualquier movimiento inusual. “La única novedad ocurrió hace una semana. Guerrilleros con camuflaje se concentraron en Tallambí. Eran ocho”, asegura. Un campesino, que prefirió el anonimato, comenta que ellos hicieron una asamblea en el poblado colombiano para ordenar que los jóvenes arreglaran un camino secundario.
La vigilancia tiene su razón. En Tallambí, como en la mayoría de comunidades fronterizas de Colombia, no existen unidades militar ni policiales. “En Tallambí las FARC son la autoridad”, dice el campesino, mientras cruza presuroso el puente.
En el lado ecuatoriano, entre tanto, la vigilancia de la frontera norte es permanente y está a cargo de las Fuerzas Armadas. La tarea es responsabilidad de la Fuerza de Tarea 1, integrada por el Grupo 1.4 Esmeraldas, que controla la provincia del mismo nombre; el Grupo 1.3 Andes, que vigila el Carchi; y el Comando de Operaciones Amazonas, en la Amazonía. La Fuerza de Tarea 1 realiza un censo en la frontera para determinar cuántos extranjeros habitan. Pero este mes, los militares reforzaron el control.
“La vigilancia se realiza con patrullajes continuos y controles móviles diurnos y nocturnos”, refiere el teniente Roberto Cabezas. El miércoles, el oficial y 21 hombres peinaban una cuadrante entre Chical y Maldonado, Carchi. “La misión es verificar que no haya grupos armados, campamentos ni cultivos ilegales”.
El control se hace a pie porque la geografía impide divisar detalles desde el aire. Mientras en Chical y La Bonita la vegetación es selvática y el clima caluroso, en el Chiles y Tufiño, cerca de Tulcán, por ejemplo, el terreno es irregular y el clima frío.
El capitán Marco Cabezas, comandante del destacamento El Carmelo, al nororiente de Tulcán, frente al corregimiento de La Victoria, recuerda que hasta hace poco se podía observar los enfrentamientos armados en el lado colombiano. Pero ahora no se ve a las columnas guerrilleras. Todo indica que la arremetida del Ejército y la Policía de Colombia, tras el asesinato de ocho policías en el departamento de Putumayo, el 10 de septiembre último, han empujado a los grupos armados al oeste y al este de ese país.
El destacamento de El Carmelo, a cargo del Grupo Yaguachi, tiene su área de responsabilidad desde la Guaña, en Carchi, hasta La Bonita. Y aunque aparentemente reina la calma en la zona, el Ejército ha descubierto más de 40 picas (senderos), que se conectan con Colombia.
Se cree que eran vías de abastecimiento de la guerrilla. Una de las picas, hallada en marzo, conducía a un campamento de las FARC, en la zona alta de La Fama. “Ocupaba 1 500 metros. Tenía tablas viejas, cubiertas de hondos y tablas nuevas. Esto evidencia que la construcción estaba en uso. Se cree que era un sitio de descanso o de transmisión de la radio La Voz de la Resistencia”, de las FARC.
En el destacamento de Chical, el sargento Wilson Tapia sigue de guardia con su fusil HK. Se mueve dentro de la garita de centinela, que está rodeada de neumáticos y equipada con un techo y una ametralladora. Espera no tener que activar nunca el interruptor blanco, conectado a una de las alarmas, dispuesto para alertar al centenar de soldados del destacamento de Chical.