El pasado martes, el tercer Tribunal Penal del Azuay impuso 25 años de prisión al cañarense Luis G., de 40 años. Según las investigaciones, él supuestamente asesinó a Avelina Palaguachi, de 32 años y a su hijo, Bryan, de 2, en la ciudad de Brockton, Massachusetts, el 14 de febrero del año pasado.
La víctima y su esposo, Manuel Caguana, le rentaban un cuarto a Luis G., en el piso donde vivían en EE.UU. Según Caguana, él pretendía a Avelina Palaguachi.
Eso y algunas pruebas periciales realizadas a los cadáveres de las víctimas encontrados en fundas de yute, en un basurero del vecindario, apuntaron a Luis G., como sospechoso del crimen.
A eso se suma que él era buscado por Interpol con el código difusión roja, por presunto maltrato e intento de asesinato de su ex esposa. Sobre él pesaban dos órdenes de detención vigentes.
Por este delito y supuesto mal uso de documentos públicos, él fue sentenciado a ocho meses de prisión por otro Tribunal.
Esa pena la cumplió en la Cárcel de Varones de Cuenca. Pero de forma paralela y para evitar que obtenga la libertad en ese tiempo, la Fiscalía actuó de oficio por el crimen.
Luego de haber sido sentenciado a 25 años de reclusión, el abogado defensor de Luis G., Ítalo Palacios, prepara el recurso de apelación que presentará esta semana ante la Corte de Justicia.
Hijas de Avelina Palaguachi se encuentran abandonadas
EL COMERCIO fue en búsqueda de las hijas de Avelina. Era una mañana fría en una comunidad recóndita del Cañar. El cielo gris tapó el tenue sol que alumbró hasta las 10:00 del pasado jueves. La bruma se abría paso en la cancha de la escuela donde 30 niños jugaban con una pelota vieja.
Allí no estaban las dos niñas, de 6 y 9 años. Las pequeñas regresaban de la cocina de la escuela sirviéndose un vaso con colada porque no habían desayunado.
“En la parroquia, la noticia del doble homicidio se había regado como pólvora en febrero del 2011”, manifestó el Teniente Político de esa localidad. “Fue un hecho triste y doloroso”.
El crimen cometido en contra de Avelina arrastró a las niñas a la pobreza y el olvido. Las manos blancas de la hermana menor lucen enfermas de verrugas que, al manipularlas, brotan sangre. Lo mismo ocurre en sus pies, brazos, labios y hasta dentro de su boca.
Ella nació en Brockton, Massachusetts y vivió cuatro años con su madre. Regresó de Estados Unidos a Ecuador con una sola verruga en la pantorrilla, pero el problema se ha agudizado.
Las dos viven en una sencilla casa de bloque junto a sus abuelos Félix Palaguachi, de 67 años y Avelina Cela, de 72, en un pequeño poblado de seis viviendas.
Allí no hay alumbrado público y consumen agua entubada. Por las lesiones deformativas en sus manos y boca, la pequeña no ha recibido atención médica.
“En clases, pasa casi todo el tiempo con el lápiz en la boca y eso podría dispersar el virus”, relató la maestra de la escuela.
Las menores y sus familiares viven en una comunidad indígena ubicada a 90 minutos del centro de Azogues, siguiendo una estrecha vía carrozable en mal estado. Los abuelos de las niñas apenas tienen fuerzas para trabajar la tierra y producir sus alimentos.
Las niñas van a la escuela con prendas viejas. La delicada sonrisa de la hermana mayor cambia por un profundo suspiro cuando recuerda que con su madre salía a pasear. “Ella me llamaba por teléfono siempre y yo era feliz. Ya no escucho su voz”, relata.
Para Félix Palaguachi, todo se acabó con su muerte. “Duele tanto a la familia por estas niñas. Nosotros estamos viejos y enfermos, no quiero pensar en que mañana nos sorprenda la muerte”, dijo.
Por falta de tiempo y dinero, la familia de Avelina Palaguachi no puso la denuncia. La Fiscalía actuó de oficio cuando Luis G., fue detenido en Cuenca. Entonces, ya se conocía también sobre las muertes en Brockton y que él era el único sospechoso del caso.
Félix Palaguachi narró que su hija vivió 5 años en EE.UU. En ese tiempo les enviaba dinero para la comida y ropa. Cuando emigró les encargó a su hija mayor cuando tenía 3 años, y llevaba a la otra en su vientre (de 4 meses), como madre soltera.
Los hermanos de Avelina, que emigraron primero, financiaron su viaje de USD 8 500 por vía marítima. Dos meses demoró la travesía. En EE.UU., Avelina tuvo a su tercer hijo, Bryan, de una relación con el cañarense Manuel Caguana. Él trabajaba en la construcción y ella limpiaba viviendas.
Ellos conocieron a Luis G., en el 2009. “Nos contó que acababa de salir de la cárcel, acusado de maltrato y que no tenían a dónde ir. Por solidaridad le ayudamos”, dijo Caguana desde EE.UU., en la audiencia de juzgamiento.
Para la profesora de las dos niñas, la muerte de Avelina Palaguachi afectó la parte emocional de las menores. La una repite el tercero de básica y aún no escribe fonemas. “No tienen ninguna motivación”. En medio de la tristeza, ellas recuerdan que su madre siempre ofreció llevarlas con ella.
La Familia de Luis G., lo ha visitado solo una vez en prisión
Luego de que fuera detenido, Luis G., no recibe las visitas de sus familiares en la cárcel. Una sola vez fueron sus cuatro hijos acompañados de los abuelos. En otras dos ocasiones acudió una cuñada y una sola vez la hermana menor. Le llevaron pan, algo de frutas y una colcha, porque conocieron que dormía sobre tablas.
En medio de la tristeza familiar por la sentencia a 25 años de reclusión en contra del inculpado, los familiares relataron que Luis G., les pidió dinero para sobrevivir en prisión, pero “no tenemos nada”, dice su hermana, Agueda.
Ella cree en su inocencia. Cuenta que él no era malo y que siempre se caracterizó por ser un hombre trabajador. La familia del inculpado no tiene recursos. Solo uno de los ocho hermanos vive en Estados Unidos. El resto trabaja en labores de agricultura en una comunidad recóndita del Cañar.
En EE.UU., Luis G. y su ex esposa procrearon otro hijo. Luego de vivir dos años en ese país, ella decidió separarse de él. La razón: supuesto maltrato físico.
Por eso, según la mujer, él estuvo cinco meses detenido en ese país. Ella manifestó que, en otra ocasión, él supuestamente intentó agredirla en el baño de la casa.
Tres meses después de haber llegado a Estados Unidos, en el 2003, Luis G., enviaba dinero a su esposa. “Luego se desentendió de sus obligaciones”, cuentan otros familiares. “Los chulqueros nos amenazaron con ajusticiarnos. Por eso, mi hermana emigró”. Ella trabajaba en una hacienda y ganaba USD 150 mensuales.
Enfiladas en las planicies y en los bordes de las montañas están las casas de la comunidad donde creció Luis G., en Cañar. Allí, la migración al exterior es frecuente. Es un sitio con abundante vegetación y clima frío. Las calles son de tierra. No hay alumbrado.
Cuando regresó al país, el supuesto agresor de Avelina Palaguachi llamó nuevamente a su ex esposa, quien se encontraba en los Estados Unidos para trabajar y mantener a su familia. Según la mujer, él la llamaba por teléfono y le pedía dinero. Caso contrario, la amenazó con que iba a envenenar a sus cuatro hijos y familiares.
“Fue terrible. No dormíamos tranquilos”, cuenta uno de los hijos. “El tiempo que pasó fuera nunca me llamó y tampoco me dio nada. Mi mami siempre nos llama tres veces por semana”.
Hasta hace dos meses, la madre de Luis G., vivía sola. Una hija la recogió porque está muy enferma y no habla. Agueda cree que la situación de Luis G., afectó aún más su estado de salud. Ella cuenta que su madre se angustió cuando escuchó que la justicia de EE.UU., solicitó su extradición para que él fuera juzgado en ese país.
Según Agueda, su madre nunca pudo visitarlo porque no tiene dinero ni para pagar los pasajes del autobús. “La familia ni siquiera sabe que ya fue sentenciado”, cuenta. Sin embargo, ella guarda la esperanza de que un día su madre logre levantarse de la cama y cumpla con su deseo de visitar a Luis G., en prisión. Ella vive con el recuerdo de su partida, cuando emigró hace nueve años.
Para la familia de Luis G., fue sorpresivo conocer en las noticias que él había sido apresado en Cuenca por un delito grave. En el lugar donde creció el inculpado, las anécdotas sobre él son diversas. Un grupo de familiares y vecinos lo recuerda como una persona de fuete temperamento. .
“Yo le conocí desde que nació. Lo vi correr por estos campos, pelearse con los amigos y enfrentarlos”, contó otro familiar del sospechoso. Se unió a su esposa cuando ella tenía 16 años y él 20. Juntos procrearon cuatro hijos. Uno de ellos relata que su padre siempre maltrató a su mamá. Él tenía siete años cuando emigró. “La golpeaba con cuerdas. En ese tiempo sufríamos mucho en la casa”.
La sentencia
El fallo del Tribunal Penal también establece el pago de una indemnización de USD 10 000 para la familia de la víctima.
El Tribunal Penal del Azuay estuvo integrado por los jueces Azucena Andrade, Olmedo Feicán y Patricio Piedra.