Maribel: Mi hijo Álvaro desapareció del hospital, sin que lo vieran salir

Imagen referencial. Álvaro Nazareno desapareció el 14 de marzo del 2011. El último registro que su madre Maribel tiene de su hijo es el 'acta de admisión' a una casa de salud pública. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Imagen referencial. Álvaro Nazareno desapareció el 14 de marzo del 2011. El último registro que su madre Maribel tiene de su hijo es el 'acta de admisión' a una casa de salud pública. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

Imagen referencial. Álvaro Nazareno desapareció el 14 de marzo del 2011. El último registro que su madre Maribel tiene de su hijo es el 'acta de admisión' a una casa de salud pública. Foto: Archivo/ EL COMERCIO

De las manos de Maribel Angulo se despliega una fotografía que le cubre la mitad del cuerpo: el rostro que la protagoniza es el de un joven de mirada inquieta. “Es mi Álvaro, mi hijo, la perla de la familia”, dice la madre, mientras la observa. Maribel ha levantado esa imagen frente a todo el país desde el lunes 14 de marzo del 2011, cuando el primero de sus tres hijos desapareció.

Han sido 2 977 días sin Álvaro Nazareno Olivero. El último registro que Maribel tiene de su hijo es el ‘acta de admisión’, a las 11:03 del 14 de marzo del 2011, en el área de Emergencias del Hospital Eugenio Espejo, en el centro de Quito.

Álvaro en ese entonces vivía con su abuela Luzmila, en Esmeraldas. Ese 14 de marzo fue admitido en la casa de salud por un cuadro agudo de diarrea, deshidratación y presión baja, estragos agravados por una enfermedad catastrófica que le fue diagnosticada en el 2009. Álvaro, de 27 años, era un paciente con VIH positivo.

El 13 de marzo del 2011, un día antes de su desaparición, el joven sufrió un quebranto que lo dejó inmóvil. Su abuela Luzmila llamó a Maribel, quien vivía en Quito, para avisarle que estaba trasladando a Álvaro a la ciudad para que lo atendieran en ese centro de salud, donde un doctor trataba su caso.

La última vez que Maribel vio a su hijo fue cuando lo dejó sentado en una silla en el interior del área de Emergencias del hospital, mientras iba a dejar las muestras de sangre de Álvaro en el laboratorio. Cuando regresó, después de 10 minutos, no lo encontró.

La familia de Álvaro intentó denunciar su desaparición ese mismo día, pero solo fue receptada tres días después, el 17 de marzo del 2011. El caso fue asignado a la Fiscalía de Actuaciones Administrativas como desaparición involuntaria; sin embargo, la fiscal que llevó el caso se inhibió de continuar con la investigación.

En mayo del 2011, Maribel interpuso una denuncia por el delito de No prestar atención a pacientes en estado de emergencia. El proceso tampoco prosperó.

En el 2013, el fiscal a cargo remitió el caso al Departamento de Atención Integral de la Fiscalía, para que se inicie nuevamente una actuación administrativa por la desaparición.

El expediente de Álvaro ha pasado por ocho fiscales, sin que ninguna diligencia haya arrojado una pista sobre su paradero”, señala Mario Melo, abogado de la familia, quien tomó el caso desde diciembre del 2017. Maribel inició una búsqueda propia para encontrar a su hijo. “El 16 de octubre del 2018, interpusimos una acción de Hábeas Corpus porque consideramos que existe un caso de desaparición forzada. Álvaro desapareció en un hospital público, cuyo personal debió velar por su seguridad”.

Este Diario buscó, primero telefónicamente y después por escrito, las versiones del Hospital Eugenio Espejo y del Ministerio de Salud, institución rectora de las casas de salud pública en Ecuador.

El Ministerio de Salud respondió a EL COMERCIO en un documento que “La Fiscalía General del Estado encabeza un proceso de investigación previa, dentro del cual esta entidad tiene el deber legal inexcusable de brindar toda la colaboración para la determinación de cualquier responsabilidad que tuviera lugar en el ámbito penal. Por esta razón esta Cartera de Estado se abstiene de cualquier acción que pueda constituir una interferencia en el avance de las investigaciones”.

La investigación previa significa que el caso, registrado hace ocho años, se encuentra en reserva. El Ministerio de Salud no tiene prohibición expresa para dar una versión, pero prefiere acogerse al silencio.

El Hospital Eugenio Espejo, por su lado, ofreció una respuesta general. Aseguró que “ha cumplido con las obligaciones legales indicadas” y que tiene “el compromiso de continuar su colaboración con todo lo solicitado por la Fiscalía General del Estado”.

Un agente de la Dirección Nacional de delitos contra la vida, Muertes violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros de la Policía (Dinased) recibió documentos de la familia, pero los perdió.

El 25 de octubre del 2018, el juez Carlos Dávila Ortega negó un pedido de hábeas corpus planteado por la familia, para que el Hospital ‘devolviera’ a Álvaro. “La acción de hábeas corpus tiene por objeto recuperar la libertad de quien se encuentre privado de ella de forma ilegal, arbitraria o ilegítima, por orden de autoridad pública o de cualquier persona, así como proteger la vida y la integridad física de las personas privadas de libertad”, reza en la Constitución (art. 89).

El juez Dávila remitió el caso a la Fiscalía Provincial de Pichincha para que se investigue como ‘desaparición forzada’, delito tipificado en el artículo 84 del Código Orgánico Integral Penal, que sanciona con hasta 26 años de cárcel al agente del Estado, o a quien actúe con su consentimiento, que someta a privación de libertad a una persona, seguida de la falta de información o de la negativa a reconocer dicha privación de libertad.

Según Melo, el expediente de Álvaro llegó hasta la Fiscalía Especializada de Personas Desaparecidas. El proceso de investigación se encuentra en indagación previa. La desaparición forzada es un delito que, como todos los de lesa humanidad, no prescribe; es decir, que los responsables pueden ser juzgados en cualquier momento.

Este domingo 12 de mayo del 2019, Maribel vivirá el Día de la Madre buscando a Álvaro. Este es su testimonio:

Mi Álvaro siempre fue la luz de nuestro hogar. Recuerdo el día en que nació: un domingo, 22 de mayo de 1983, a las 08:00. Mi madre Luzmila y mi padrastro, con quienes siempre tuve una buena relación, decidieron reconocerlo legalmente para que yo pudiese culminar mis estudios, pues tenía 15 años. Álvaro vivió su niñez siendo la perla de mi vida, de mis hermanos y de mis padres.

Mi hermana Sandra y mi madre Luzmila formaron un vínculo muy especial con él y, a medida que yo estudiaba, él iba creciendo y ellas lo cuidaban. Decidí viajar a Quito en busca de un futuro mejor para mi familia y mi pequeño se quedó con mis padres. Con el paso de los años, me casé y tuvo dos hijos más: Maribel y Miguel. Siento que tuve suerte con mi esposo Manuel, quien siempre quiso a Álvaro como si fuese su propio hijo.

Mi hijo no terminó la primaria y por eso volví a Esmeraldas; logró culminar sus estudios primarios. En el 2006, migré a Madrid, en España. Apliqué a un convenio para poder trabajar en Europa y me aceptaron. Álvaro se quedó estudiando con mi madre. Ella ingresó a estudiar también y lo hicieron juntos.

Álvaro siempre fue un joven que tendía a enfermar. Las gripes que padecía eran fuertes y se le detectó asma crónica. Pero en el 2009 se le diagnosticó una enfermedad catastrófica que poco a poco fue mermando su salud.

Cuando regresé a Ecuador, mi hijo estaba mal. Por falta de una buena atención médica en mi provincia, lo llevamos a que lo examinen en un hospital público en Quito. Tomé contacto con Alberto, el doctor que llevó el caso de mi hijo hasta el día en que desapareció.

Para toda la familia saber de su estado de salud fue doloroso. Pero Dios nos dio fortaleza y nos ayudó para poder pagar los chequeos de Álvaro y todo lo que necesitaba. Comencé a viajar cada seis meses desde España hasta Ecuador, siempre pendiente de que nada le haga falta. En el 2011, regresé para quedarme definitivamente en Quito.

Álvaro se quedaba en nuestra casa,
donde tenía un departamento. Trabajó por algunos meses en un bus desde La Marín hasta La Planada (Colinas del Norte). Luego comenzó a trabajar instalando tuberías. Era perseverante.

El 13 de marzo del 2011 recibí una llamada de mi hermana. Me avisó que mi madre traía a Álvaro desde Esmeraldas porque estaba muy mal. Ellos llegaron por la tarde y lo llevamos directo al hospital a eso de las 19:00, pues el doctor Alberto me dijo que debíamos ingresarlo directamente por el área de Emergencias.

Álvaro no podía pararse y para caminar hacia el Hospital Eugenio Espejo lo cogimos de los brazos. No lo atendieron rápido, no le tomaron los signos vitales; él estaba muy descompensado.

Busqué a la persona que estaba de turno para que atienda a mi hijo. Intenté explicarle que el doctor Alberto me dijo que mi hijo era un paciente prioritario. Álvaro tenía una fiebre muy alta, vómitos y mareos. Ella me dijo que el doctor no estaba y siguió pendiente de su celular. Tampoco lo ingresaron porque no había camas suficientes. Pero insistí mucho, así que lo que ella hizo fue firmar una receta en la que decía que mi hijo debía tomar paracetamol cada seis horas.|

Álvaro ya no quería comer. En la casa lo acompañamos para que duerma y nos plantamos a su lado. Pasadas las 24:00, escuché que hacía unos sonidos extraños. Cuando lo miré, convulsionó y perdió el conocimiento. Cuando reaccionó, su mirada estaba desorbitada y me decía ‘Mami, los angelitos ya vienen a buscarme’. Mi corazón se estremeció.

El lunes 14 de marzo del 2011, nos levantamos a las 05:00. Llamé a mi hijo Miguel y a mi madre para que me acompañen a llevar a Álvaro al hospital nuevamente. Llegamos tempranito pero el doctor Alberto no estaba.

Hice fila frente a su consultorio. A Álvaro lo sentamos en una silla. Mi mamá lo sostenía de un lado; Miguel por otro, pues mi hijo no podía sostenerse solo. Cuando vi al doctor le expliqué lo que sucedió el día anterior. Él me repitió que debía ingresarlo siempre por Emergencia, no por consulta. Pero yo le conté que la persona de turno no aprobó el ingreso. Entonces, él me dio una orden en la que decía ‘Señores de emergencia, favor ingresar al señor Álvaro Nazareno, quien presenta un cuadro agudo por el área de Emergencia, mas no por consulta’.

Sostuvimos a Álvaro de los brazos entre Miguel y yo, mi madre estaba con las maletas atrás e ingresamos por el área de hospitalización. Mi madre no pudo entrar porque no se lo permitieron, así que se quedó esperando en la entrada de esa área.

A las 11:03 finalmente lo admitieron.
Con esa hoja, me dijeron que debía ir a Enfermería a buscar a un médico para que lo atiendan. Lo ingresaron porque tenía diarrea aguda y deshidratación grado III.

El doctor de turno cogió una hoja para llenarla con datos de mi hijo. Tomó una silla y sentó a mi hijo a lado de la estación de Enfermería. Comenzó a hacerle preguntas pero él no podía responder por lo mal que estaba. Le expliqué que convulsionó y llamé a mi madre para que por teléfono explique cómo vio a Álvaro en Esmeraldas.

La enfermera sacó a mi hijo Miguel del área de Emergencias porque dijo que con una persona era suficiente. Le pidieron que compre un termómetro para Álvaro y cuando regresó ya no le permitieron pasar. Él se sentó a lado de una puerta de cristal que daba a la entrada principal del centro de salud público. ‘Si vuelve a entrar, yo lo vuelvo a sacar con los guardias’, dijo la enfermera.

Mientras eso sucedía, a Álvaro le sacaron muestras de sangre, pues el doctor me explicó que debían hacerle unos exámenes y le pusieron un suero (con metamizol). Me dieron las pintas de sangre que -por la enfermedad catastrófica que padecía mi hijo- estaba contaminada.

A eso de las 12:00, pagué el valor de los exámenes y regresé. Álvaro seguía ahí, sentado en la silla, a punto de caerse. La enfermera insistía en que yo vaya a dejar las muestras, pero no quería dejarlo solo.

Cuando hubo el cambio de turno, la nueva enfermera fue insistente en decir que debía ir a dejar las muestras. La señorita me gritó y le dije que por lo menos deje entrar a mi hijo Miguel para que esté con su hermano, pues antes vi que Álvaro estaba a punto de caerse.

‘Ay, señora, vaya a dejar esa sangre que se le va a dañar’, me dijo. Me presionó tanto que decidí ir. Ella se quedó a su lado. No me demoré más de 10 o 15 minutos, pues quedaba en el segundo piso y no había más de cuatro personas en la fila.

Bajé las gradas y cuando regresaba, mi hijo ya no estaba en su silla. ‘Señora ¿dónde está su paciente? Mire, no está ni el suero, ni el pedestal, ni su hijo’, me dijo. Yo me nublé. ¿Cómo así que dónde está mi hijo, si usted estaba junto a él cuando yo me fui?, le respondí.

¿Cómo me va a decir eso a mí? Bajo la silla dónde estuvo sentado Álvaro solo quedó un recipiente de la colada que mi hermana le preparó para que se alimente.

No había rastros de nada.
En ese año (2011), el hospital solo tenía dos puertas, en la principal estaba Miguel y en la otra (en el área de hospitalización) mi madre Luzmila. Ellos no lo vieron salir. Luego la enfermera dijo en su versión que fue a la Unidad de Cuidados Intensivos y por eso dejó de atenderlo ¿En 10 minutos fue y regresó ? No lo entiendo.

Mi madre lo buscó en el área de hospitalización y en el parqueadero para ver si quizá alguien lo llevó al carro. Pero no había ni una huella de mi Álvaro.

Con Miguel lo buscamos incansablemente; también le preguntamos al guardia si lo vio porque él sí reconocía a Álvaro, porque estuvo en el turno de la noche anterior. Pero tampoco sabía nada.

Entonces, lo buscamos en decenas de hospitales en todo el país, en morgues, en parques, en centros de detención. Sin resultados, en el hospital público en el que desapareció ya no nos quisieron recibir. Lo que especularon es que mi hijo se fue voluntariamente.

Álvaro estaba muy afectado, descompensado. No podía hablar; necesitaba ayuda para levantarse.

Quisimos poner la denuncia pero me dijeron que no se podía antes de 48 horas, así que iniciamos la búsqueda por nuestra cuenta. Yo tenía un fondo guardado de todo mi trabajo en España. Compré dos impresoras, ofrecí una recompensa y contraté a 50 personas para que me ayuden a repartir volantes en toda la ciudad. Incluso solicité servicios a dos investigadores.

Todo el dinero se fue pero no podría decir que fue en vano. Nada que sea invertir en la búsqueda de Álvaro para mí me cuesta porque buscarlo a él es buscar mi propia vida.

El 17 de marzo del 2011 pusimos la denuncia formal por su desaparición y la oficiaron a actuaciones administrativas. Después, se inició un proceso legal por la falta de atención médica a pacientes con emergencia. Pero ningún caso progresó, pese a que el expediente pasó por las manos de ocho fiscales.

¿Por qué la reconstrucción de los hechos se hizo recién cinco años después? Al último agente de la Dinased a cargo de mi caso le entregué documentos importantes y los perdió con el pretexto de que los llevó a Criminalística. ¿De qué justicia hablamos?

Álvaro, mi grito por ti siempre será con amor, pero para el Estado será con rabia hasta encontrarte.

El 16 de octubre del 2018 interpuse -con mi defensa legal- un recurso de habeas corpus. El juez lo negó, pero -al considerar que existen elementos que indican una desaparición forzada- ofició el caso a la Fiscalía de Pichincha.

Dicen que mi hijo se fue voluntariamente, ese es su mayor argumento para que este caso quede en la impunidad. Si fue así, ¿dónde está? En el Hospital ni siquiera tenían cámaras.

Soy su madre y sé cómo estaba mi hijo. No podía valerse, necesitaba ayuda. Cómo desaparece de un lugar dónde se supone que debían cuidarlo. Mi hermana, Sandra, siempre dice que Álvaro es un ángel y tiene razón. Por eso lucharemos hasta que Dios nos lo permita”.

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