Si algo se espera de la Justicia es que sea ética, ecuánime, honesta… Que juzgue con una venda en las ojos, sin mirar afectos políticos, económicos o filiales.
Ahora, no es que existan pocos motivos para cuestionar, con argumentos, los errores de los operadores de Justicia. Pero la ciudadanía debe vigilar qué hay detrás de aquellos políticos envalentonados por el caso Filanbanco y por las secuelas de la lamentable muerte de Natalia Emme. Cabe tomar aire y preguntarse: ¿Qué ganan ellos?
La Fiscalía debe responder a la sociedad con hechos y menos con elogios al jefe o vivas, conducta más propia de quienes están en campaña. Y el fiscal general, Washington Pesántez, debe ir a la cabeza, para evitar que se vuelva a dar con la piedra en los dientes.
Hace una década, él pregonaba que con la instauración del sistema acusatorio (desde el 13 de julio de 2001) la Fiscalía buscaría de forma científica el elemento de la prueba penal, y que así las personas dejarían de ser condenadas con el informe policial.
Pero el parte policial del caso Emme es la prueba madre del remitido suscrito por sus 65 subalternos. ¿Todos ellos sabían lo que firmaban?
El manejo de los asuntos de la Fiscalía con criterio filial es una puñalada a la independencia, igual que la atestada por la política en la Justicia. Si la depuración tiene lugar, también una duda: ¿En qué hombre o mujer están pensando para la Fiscalía?