José G.
Víctima de la inseguridad
Viajábamos en un tráiler desde Milagro hasta Quito con una carga de azúcar. Íbamos dos personas: el conductor y yo.
Eran las 14:00 y teníamos poco tiempo de salir de Milagro. El conductor me decía que siempre vea los retrovisores, porque la carretera era peligrosa. De pronto vi que una camioneta con unas 12 personas se aproximaba. Me imaginé que salían de un partido de fútbol o iban a una fiesta. Nos rebasaron y se parquearon delante de nuestro carro. Nos cerraron el paso.
Dos personas se subieron a las gradas del tráiler y nos dispararon. Alcancé a mover la cabeza para atrás y vi como las balas pasaron frente a mí. Al conductor le rozaron la ceja. La sangre empezó a salirle a borbotones.
Los delincuentes nos golpearon con las armas. Me quedé paralizado de la impresión. No podía dejar de mirar al ladrón. Ni siquiera pestañeaba. Uno de ellos le decía al otro: “mátalo que te está reconociendo”. Pero no lo hizo. Luego nos envolvieron la cabeza, las manos y los pies con cinta de embalaje y nos metieron en la cabina.
No podíamos respirar.
Me concentré en sobrevivir. Solo pensaba en eso. Rezaba. Incluso no sentía los golpes que me daban. Me agarraron de los pelos y me daban contra el carro y no sentía. Nadie me cree eso.
A las 21:00 se acabó todo. Ya no se les escuchaba. Pregunté a mi compañero si estaba bien. Él respiraba con dificultad. Para romper la cinta de embalaje junté mi boca a un filo de la cabina y mordía la cinta para poder respirar. Pude soltarme luego y pedí ayuda. Fue tal la impresión que me dejó el asalto que casi sentí la muerte de cerca. No se me olvida de la memoria lo ocurrido, aunque ya haya pasado el tiempo.