La calle en la que queda la casa donde vivo es un poco desolada y no hay mucha luz. Una noche llegué del trabajo a las 21:15 y caminando por la oscura calle escuché el ruido de una motocicleta que se dirigía hacia donde estuve.
Me di la vuelta y la luz me pegó en los ojos. En ese momento, los dos chicos de la motocicleta se detuvieron a medio metro de distancia. Los dos no sobrepasaban los 17 años. Uno de ellos me dijo enseguida dame todo o te mato.
Estuve a punto de reírme y decirles que se fueran, pero en ese instante el motociclista sacó una pistola de su pantalón y me amenazó de muerte.
En mi trabajo he aprendido muchas formas de defenderme, pero al tener un arma muy cerca de ti es imposible actuar. Creo que fueron los 30 segundos más largos de mi vida.
Mi primera reacción fue decirle que se tranquilizara y le entregué mi celular y mi billetera. El muchacho sacó el dinero y me devolvió los papeles.
Un poco más tranquilo me fijé bien en el arma y me queda la duda que haya sido verdadera. La moto arrancó de inmediato y se perdieron en la curva.
Llegué a la casa de mi sobrino y le conté lo sucedido. Él me advirtió que el barrio era peligroso, pero que jamás se imaginó que en dos días me lo demostrarían.
El celular era de la empresa y me lo descontaron en diferentes pagos, en la billetera tenía unos USD 20. Denuncié el asalto en la Policía, pero no esperaba que me lo devolvieran. Fue un trámite que la empresa me pidió para justificar la pérdida del equipo.
Esa experiencia me hizo meditar muchas cosas y principalmente me hizo pedirle disculpas a mi esposa y pude volver a mi casa al día siguiente.
Aunque fue un día desafortunado me hizo reflexionar que en cualquier momento la vida se puede ir de las manos y si estás enojado con las personas que más amas, talvez jamás puedas despedirte de ellas.
Sin duda fue un acto con suerte, porque si hubiera reaccionado o forcejeado con los hombres quizás no estaría aquí.