Cristina carga una funda de pañales y un coche de bebé. El jueves llegó a Chillogallo, un barrio del sur quiteño, en donde funciona el denominado Centro de Rehabilitación de Atención Prioritaria para Mujeres-Quito.
Falta un poco para las 12:00. La mujer intenta hablar con un policía. Quiere pasar y ver a su sobrino Jordan, que nació hace un mes, y a su hermana que está recluida allí desde el 2018 por tráfico de drogas. Logra entrar, pero antes debe sortear tres filtros de seguridad. El primero es una puerta negra de metal. Un policía registra la cédula. Cinco metros después otros dos uniformados revisan que las visitas no introduzcan drogas, alcohol o armas.
El tercer filtro es otra puerta negra de metal. Pero ya no hay policías. Una guía penitenciaria, vestida con botas y uniforme camuflaje, registra el nombre y Cristina ingresa.
En el patio aparecen mujeres con camisetas anaranjadas. Unas juegan con los niños. Otras están dentro de los cuatro pabellones, pequeñas casas con estrechas ventanas, puertas de metal y paredes adornadas con motivos navideños.
Allí viven mujeres procesadas, que son testigos protegidos de la Fiscalía; y detenidas en estado de gestación o que tienen hijos menores a 3 años.
Son 102 personas: 46 adultas y 56 menores.
En las cuatro habitaciones del centro hay entre seis y ocho literas. Las madres duermen con sus hijos en una cama. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Cristina desaparece entre las internas. Al fondo está Lina, una extranjera que paga una pena de nueve años por droga. Cinco los cumplió en la cárcel de Cotopaxi y llegó a Quito cuando quedó embarazada.
Ella ayudó a dar a luz a la hermana de Cristina. Los estudios de enfermería que cursó en su país le facilitaron la asistencia.
En el pabellón de máxima seguridad hay bulla. Adentro aparecen mujeres condenadas por asesinato o delincuencia organizada. Saludan y siguen con su juego de mesa.
En las paredes instalaron improvisadas repisas, para guardar las frutas, galletas, pañales, biberones y juguetes.
Allí pasó seis meses Laura Terán, procesada en el caso Sobornos. Su antigua jefa, Pamela Martínez, también estuvo recluida, pero al final de los pabellones de mediana, mínima seguridad y transitoria.
El jueves 2 de enero del 2020, este Diario accedió a la habitación en la que estuvo la exfuncionaria del correísmo. Ocupó una celda individual que mide unos 30 metros cuadrados. Tenía un baño, una cama, una televisión y un microondas. Cuando dejó el centro, el 5 de noviembre pasado, esa habitación fue ocupada por la actual prefecta de Pichincha, Paola Pabón, procesada por supuesta rebelión durante las protestas de octubre del 2019.
Ella permaneció una semana, luego salió de la prisión con una orden judicial. Actualmente ese cuarto se convirtió en un sitio de lactancia.
A diario, las mujeres asisten a las aulas de clases con sus pequeños en brazos. Foto: Diego Pallero/ EL COMERCIO.
Durante el tiempo que Martínez y Terán estuvieron en este centro asistieron a talleres de lectura, tejido y actividades como fútbol y aeróbicos.
Por estas instalaciones también pasó la exagente Diana Falcón, condenada por el secuestro de Fernando Balda. El pabellón en el que estuvo lo compartió con 24 personas.
Actualmente, el número de detenidas por habitación es similar. Cada cuarto tiene seis literas y las madres comparten la cama con sus hijos. Una de sus compañeras fue Katherine, quien cumple una condena por delincuencia organizada.
Ella llegó hace tres años al centro con su primer hijo y actualmente está embarazada del segundo. Le falta un mes para cumplir la pena, el mismo tiempo que le resta para que nazca su bebé. Ella asistía con Falcón a los talleres de chocolatería y manualidades.
Además de esas actividades, 25 mujeres acuden a estudiar con sus hijos en brazos. El jueves estuvieron seis alumnas en clase de matemáticas.
Una de ellas fue Claudia. Colocó a su niña en sus piernas durante la explicación de la profesora. Cuando se levantó a resolver un problema, la puso en su pecho y fue con ella a la pizarra. Entre las estudiantes también estuvo Lizeth, quien tiene una hija de un año. Mientras asiste a clases, la pequeña se queda en la guardería del centro. Al fondo solo se escucha el ruido de los niños.