Carolina (nombre protegido) narró la situación que vivió cuando fue retenida por dos mujeres desconocidas en Sangolquí. Foto: Cortesía
Momentos de tensión vivió Carolina S. (nombre protegido), de 17 años, a las 17:00 del pasado lunes 28 de octubre del 2019, cuando dos mujeres trataron de secuestrarla en el sector del monumento a Rumiñahui, en Sangolquí, una parroquia de 75 080 habitantes ubicada en el oriente de Quito.
A esa hora, la adolescente salió de un curso preuniversitario
y se dirigía a su casa cuando fue abordada por dos mujeres que la intimidaron.
A continuación su testimonio:
“Salí del preuniversitario y me dirigí a la parada para tomar un bus que me lleve al centro de Sangolquí. La unidad se demoraba y tomé otra. A las 17:00 llegué al sector de El Choclo. Me bajé y, al dirigirme a la parada, una chica pasó y me dijo que espere. Le indiqué que no la conozco y continué mi camino sin darle importancia.
Inmediatamente me agarró del brazo y me indicó que no iba a hacerme daño. Me contó la historia de que a una joven le intentaron asaltar, la hirieron y que hay información de que la culpable se encuentra cerca y que yo conozco el sitio en donde ella permanece. Le contesté que no tenía información sobre ese tema y luego me interceptó otra mujer; es decir, eran dos las que no me dejaban seguir mi camino. La segunda era más pequeña que yo, tenía cabello largo, estaba embarazada de unos 8 meses y tenía ojos verdes.
Me dijo que es sicaria y que la chica herida se encontraba en silla de ruedas y es hija de un narcotraficante. Me pidió que colabore porque me parezco a quien la agredió. En su interrogatorio, ellas preguntaron si yo tenía que ver con eso. Me quitaron el teléfono, lo desbloquearon, revisaron la galería, vieron que no tenía fotos comprometedoras. Al ver las imágenes de mi familia comenzaron a amenazarme con que tienes una hermana, tus papás y esas cosas. Sabemos en qué colegio estudias y a que preuniversirario acudes, en donde vives.
Hicieron una llamada que duró dos minutos aproximadamente y me pasaron con un señor. Me dijo que era narcotraficante y que me observaba desde una zona alta, me pidió que me calme y colabore porque de lo contrario me iban a disparar. Hasta ese momento, estaba consciente de que lo mejor era mantenerme calmada para evitar problemas, llorando no iba a conseguir nada.
Continuaron haciendo llamadas y ya comencé a alterarme de a poco. Me pidieron que suba a una panadería ubicada más arriba del monumento de El Choclo. Me dieron instrucciones y que tenía cinco minutos para volver. En esos momentos, ellas me quitaban y devolvían mi teléfono. Al mismo tiempo, una de ellas trataba de darme su celular pero yo no lo tomaba con mis manos. Pensaba que tenía escopolamina y me daba miedo.
Hasta eso ya me alteré y les pedía que me dejen ir. En realidad, buscaba un sitio con más gente para tratar de pedir ayuda. Logré avanzar y ellas volvieron a hacer una llamada telefónica en la que pedían con palabras soeces a unos desconocidos que suban a una mujer a un carro. Estaba aterrada al escuchar eso.
Seguían comunicándose por teléfono y pedían con insistencia que alguien con un vehículo vaya al sitio donde nos encontrábamos. Ahí ya comencé a gritar, no sabía qué hacer porque era un momento de confusión.
Era obvio que no me querían robar, pues ya tenían el teléfono y podían irse, pero seguían allí conmigo. Luego, agarraron mi teléfono y lo golpearon contra la pared. Repetían que querían llevarme para que reconozca a la hija del supuesto narcotraficante.
En esos instantes pensé, prefiero morir aquí a que me desaparezcan y mi familia viva con la incertidumbre de no saber en dónde estoy o el sitio donde podrían arrojar mi cadáver. Ahí comencé a gritar desesperadamente para salvar mi vida. Si me van a matar que lo hagan allí, pensé.
Grité unos 10 minutos y nadie me hizo caso, la gente me observaba asustada y pasaba. Exclamaba que me secuestraban y las personas caminaban con susto rápidamente. Esas mujeres me decían en voz alta cálmate, ya vamos a la casa. Al final pasaron unos cuatro chicos a quienes les pedí ayuda. Se aproximaron hasta quedarse a dos metros de mí y las mujeres se desconcertaron. Logré soltarme y corrí hacia los jóvenes, quienes me abrazaron.
Ellas se fueron de forma rápida. Entré en shock y, según me contaron los chicos, les proporcioné mi dirección. Era un momento de confusión, no podía pensar. Alcancé a llamarle a mi papá, me fuer a ver y regresé a casa.
Acudí a la Fiscalía de Sangolquí y allí me dijeron que no podían hacer nada y que me vaya a la de Conocoto. Ya era de noche y no pude presentar la denuncia. Nos comunicamos con la Policía Judicial y nos tomaron una declaración. Me dijeron que estoy viva, no me robaron, no me secuestraron, entonces no hay delito.
Tenía mucha indignación, yo sentí que iba a morir en ese momento y las autoridades me dijeron eso. El hecho de que me tengan retenida en un lugar en contra de mi voluntad ya es un secuestro para mí. No me dejaban mover, no podía escapar.
Yo creo que esas mujeres se confundieron con otra persona. Decían que yo era más chiquita y que no coincidía con los rasgos físicos de esa persona, se contradecían mucho. Estaba tan asustada que mentalmente me despedí de mi familia y pensé que en esos instantes me iban a matar. A mí misma me dije: Bueno, prefiero que me maten aquí y que no lo hagan en otra parte. Por eso grité.
Ellas también me indicaron la foto de una joven que no se parecía a mí. Sus ojos eran parecidos a los míos, pero tenía otra tez de piel, era más gordita, entre otras características. No entiendo cómo pudieron confundirla conmigo.
La situación era confusa. En la Policía me insistieron que tal vez querían robarme, pero no fue así. Las mujeres tenían mi teléfono celular. Cuando le roban a alguien, los ladrones nunca se quedan conversando 20 minutos con la víctima.
Ahora he retomado mis actividades personales, no puedo permitir que esto consuma mi vida. Salí bien gracias a Dios y no voy a dejar mis estudios. Mucha gente se ha solidarizado también.
La tarde del miércoles me acerqué a la Fiscalía de Conocoto y quien me atendió allí me dijo que vamos levantar la denuncia por robo. Pero no es así, fue un intento de secuestro. Un policía nos indicó que no puede ser secuestro porque el carro hubiera estado listo para llevarme.
Yo insisto, no quisieron robarme porque ellas tenían mi teléfono y no se lo llevaron. Al final, no quisimos levantar la denuncia por robo. Me siento confundida porque no entiendo qué realmente sucedió. A esto se suma que viene la Policía, me confunde más, me hace sentir culpable, me preguntan una y otra vez. Hasta ahora no me toman en serio”.