La detención del capo del cartel del Norte del Valle, el martes en Quito, puede leerse de forma negativa: muestra que las mafias de Colombia cruzan la frontera.
Pero las evidencias del ingreso de narcos desde ese país hasta Ecuador no son nuevas. En 1983, la Policía detuvo a Evaristo Porras (recientemente fallecido), socio del extinto Pablo Escobar Gaviria, capo del cartel de Medellín. De hecho, este último también utilizó a la selva ecuatoriana como zona de refugio.
Los detractores de la Unidad de Lucha contra el Crimen Organizado (ULCO), gestada hace un año en la Policía, se encargaron de irrigar un estigma: la idea de que este nuevo grupo no estaba a la altura de la Unidad de Investigaciones Especiales (UIES) en el combate al narcotráfico.
La propuesta fue osada: constituir una unidad, con el personal de la UIES, pero sin sus cabezas y con prácticas que transparenten la ayuda extranjera para los agentes. A finales del 2009, la ULCO tuvo resultados: 69 toneladas de cocaína fueron decomisadas.
Los opositores nuevamente evocaron a la UIES. Aseguraron que los verdaderos golpes no consistían en descubrir droga por volumen, sino en desmontar las estructuras del narcotráfico con capturas a los responsables del negocio.
La detención sin bajas del capo del cartel del Valle en Quito fue una respuesta de la ULCO. Es el mayor golpe en la historia de Ecuador al narcotráfico y con un ingrediente: cooperación internacional.
Los detractores y, en la otra orilla, los nacionalistas radicales ahora pueden pasar a limpio que el combate a esta lacra implica sumar. Y eso trasciende las ideologías.