Una señora de mediana edad espera bajo la sombra de un almendro, afuera de un colegio fiscal del centro de Guayaquil. Aguarda impaciente que la sirena marque el final de la jornada matutina de clases.
La madre de familia aguarda desde las 12:30 que su hija y sus compañeros de aula salgan para acompañarlos a casa. A cuatro metros de distancia, un grupos de padres recorre el perímetro del plantel, ubicado en plena intersección de una bulliciosa avenida.
Los vendedores ambulantes y los estudiantes de otros colegios cercanos se mezclan con los alumnos que en ese momento acaban de salir.
Desde hace tres años, grupos de padres de familia se organizan en brigadas –de cuatro a cinco personas- para recorrer el plantel antes y después de las horas de salida de los alumnos.
La idea, dice Wilson Ramírez, padre de una estudiante de 14 años, es prevenir que los alumnos sean víctimas del robo de sus celulares, del acoso de estudiantes de otros planteles y evitar que sean abordados por expendedores de droga.
Las denuncias por la presencia de expendedores de droga fuera de los planteles educativos son frecuentes. El martes pasado (8 de julio de 2014), la Policía informó de la detención de dos personas en Guayaquil sospechosas de la venta de pequeñas dosis de droga en un colegio fiscal del sur de la ciudad.
Según la Dirección Nacional de la Policía Especializada en Niños y Adolescentes (Dinapen), hasta junio pasado se aisló a 250 adolescente en el Puerto Principal por supuesta posesión y venta de estupefacientes.
Los miembros de las brigadas recibieron previamente talleres con agentes de la Dinapen y de la Policía Antinarcóticos, en temas sobre cómo identificar a un adolescente consumidor, y cómo relacionarse con sus hijos.
Los padres miembros de las brigadas firman un compromiso por escrito. Cada día, antes de la salida de los alumnos, se toman lista y después, cuando todos los alumnos han abandonado el plantel, firman, registran cualquier novedad y entregan la guardia. “Evitamos que se expongan a riesgos, sobre todo las señoritas, porque vienen muchachos de otros lados que ni siquiera son estudiantes”, menciona Ramírez.
Las brigadas solicitaron durante los talleres de capacitación el uso de chalecos reflectivos, que los identificara como tal. La idea no prosperó. El policía Rogel Gavilanes, quien patrulla en una moto los exteriores de un plantel fiscal, explica que por ser llamativos, los chalecos podrían interferir en las tareas de Inteligencia para detectar a los asaltantes y expendedores de drogas.
Gavilanes lleva tres años patrullando los exteriores de uno de los planteles más grandes de la ciudad. Cree que las brigadas son de gran ayuda para proteger a los colegiales.
“Ellos nos informan de las novedades y nosotros actuamos”. Comenta que los problemas más frecuentes son los escandalos y las riñas que protagonizan los jóvenes que vienen de otros lados.
La brigadas de padres de familia son parte de los planes conjuntos entre los ministerios de Educación y del Interior, para combatir, entre otros problemas, el expendio y consumo de drogas en los estudiantes. A lo largo del 2014, la Policía espera impartir charlas de prevención a 400 000 estudiantes del país.