En el 2016, este tipo de bandas realizó 991 ataques. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
El fuerte tirón la lanzó al piso. Desorientada por el impacto contra la vereda, alzó la cabeza y solo vio a un hombre que corría con su cartera. Hasta ponerse de pie, el desconocido desapareció entre las calles del centro de Quito.
Gabriela Durán tiene 23 años y en diciembre fue víctima de los arranchadores. Hasta ahora se estremece al contar ese episodio. Esa tarde salía de un almacén en la calle Guayaquil. Caminaba apegada a la pared cuando fue sorprendida por el sospechoso.
En su bolso tenía un celular, una billetera y el perfumen que acaba de comprar. “Todo fue muy rápido y violento”, dice.
Esas precisamente son las características de los arranchadores. En Quito, la Policía Judicial conoce que operan principalmente en puntos donde existen locales comerciales, estaciones de buses, bancos, universidades y centros de diversión como parques, cines, bares y discotecas.
De hecho, según estadísticas de la PJ, el arranche es la segunda modalidad más usada para el robo de personas. Solo superada por el asalto con armas.
En el 2016, este tipo de bandas realizó 991 ataques. Por eso, los agentes investigaron cómo están conformadas las estructuras y detectaron que las bandas requieren de al menos cuatro personas para concretar los robos.
Además, planifican rutas específicas para atacar a las víctimas. Por ejemplo, una de las rutas identificadas empieza en San Juan, un barrio del centro de Quito.
Los sospechosos caminan desde ese sector hasta el playón de La Marín, luego continúan hasta el parque de la Alameda y bajan al Ejido.
Allí dan la vuelta y retornan por la misma ruta. Durante el recorrido observan a las personas que tengan bolsos en las manos, cadenas o aretes de oro y a quienes hablan por teléfono.
Cuando eligen a la víctima, uno se coloca delante de la persona. Otro lo mira desde atrás. Un tercero camina a lado de la víctima y un cuarto desde otro punto observa que no vengan policías.
El robo sucede en cuestión de segundos. El arranchador lo ataca desde atrás, le arrebata los bienes y lo empuja.
Si la víctima no cae, el que está al frente obstaculiza el paso, mientras la persona que camina a un costado simula ser alguien que lo ayuda y lo despista.
Le dice que el asaltante se fue por otro lado. Incluso, esta persona acompaña a la víctima a denunciar. Así se cerciora de dar características falsas de su compañero.
Así fue cómo le arrebataron la mochila a Gisella Montero, el 23 de noviembre en la Villaflora, al sur de la ciudad. Eran las 10:00 y esperaba al bus que la lleva a su casa en el Pintado.
Solo sintió un empujón y enseguida quiso reaccionar pero otras personas la rodearon. El agresor corrió y despareció en una esquina. Al menos eso vio ella, pero una chica que estaba cerca le dijo que el asaltante se había subido a una moto.
Ramiro Ortega, jefe de la Sidpro-Bac, una unidad que se dedica a la investigación de estos delitos, dice que de los ocho distritos de la capital, en al menos tres este tipo de bandas operan con fuerza.
El diámetro que ha detectado que rondan los sospechosos va desde Quitumbe, en el sur, hasta el parque La Carolina, al norte.
Esto se da principalmente por la cantidad de comercios que existen en el sur y centro. En el norte lo llamativo son las oficinas y universidades. De igual forma, el experto dice que han detectado que los arranchadores solo atacan de lunes a viernes y bajo un horario de 10:00 a 19:00.
Con esta información se logró desarticular 63 bandas en el 2016. ¿Cómo lo hicieron? Los uniformados rastrearon las rutas y los siguieron, en algunos casos hasta se hicieron pasar por víctimas. Otro método fue los operativos en las calles.
En la Marín, por ejemplo, cada semana hay operativos de control. Los agentes detienen motos y vehículos. También personas a pies que caminan con fundas o mochilas.
Es que las bandas también reclutan motociclistas, pues hay grupos que se han especializado en el arranche en movimiento. Es decir, eligen a la víctima y con la moto se suben a las veredas y les arrebatan los objetos sin necesidad de bajarse.
Así les robaron a tres personas en diciembre, en La Magdalena, un barrio del sur de Quito. Los sospechosos llegaban en silencio, pero a unos cuatro metros de la víctima arrancaban la moto y les gritaban ¡cuidado!
En ese momento, la persona regresaba a ver y los desconocidos estaban a un metro de distancia, el copiloto extendía el brazo y se llevaba los objetos.
Pablo Maza recuerda que de esa forma le arrancharon su celular de USD 600. A su vecina Lorena Tapia también le quitaron su laptop de ese mismo modo.
Precisamente los aparatos electrónicos son los objetos más codiciados por los sospechosos. Luego los venden en locales de tecnología o en las denominadas cachinerías.
Así se completa el círculo delictivo. En diciembre, la Policía detuvo al menos a 17 personas en los barrios de San Roque, La Colmena y San Juan por guardar celulares, joyas y ropa sin documentos. Otros puntos también se han detectado en El Valle de Los Chillos.