El crujido de los vidrios rotos en el suelo alertaba el ingreso de los visitantes al Hospital de la Policía. Los pedazos se confundían con la alfombra plástica gris. En los extremos de la puerta pendían las partes de los cristales destruidos.
El penetrante olor del gas lacrimógeno persistía hasta el mediodía de ayer. Las personas que entraban a la casa de salud cubrían su nariz con las manos. Y mientras caminaban por los oscuros pasillos de la planta baja, sus ojos se enrojecían.
Dos pisos más arriba, Marisol López decía que le tomará mucho tiempo olvidar la noche del 30 de septiembre pasado. “Fue horrible”, repetía una y otra vez al traer a su memoria los recuerdos. Paradójicamente, ella ingresó a esta casa de salud por una alteración en sus nervios, a las 12:30. Ese día, López, de 40 años, llevó a la más pequeña de sus hijas, de 4, luego de que se golpeara la cara con el asiento de un columpio.
López es esposa de un oficial, que actualmente trabaja en Quinindé. Mientras atendían a su pequeña Gabriela escuchó detonaciones. A pocos segundos, un penetrante olor a pimienta le produjo una fuerte picazón en su rostro y luego sintió que el aire escaseaba en su nariz. Hasta ese momento, los pacientes que estaban en su habitación desconocían de la insubordinación policial, menos aún que el presidente Rafael Correa estaba en una habitación del lugar.
Los gritos y el alboroto alteraron a los enfermos y empezó el descontrol. Los médicos de Emergencia trasladaron a algunos pacientes al tercer piso.
Pocos minutos después de llegar a la habitación 309, de paredes cremas, López supo por las enfermeras que en la habitación del fondo del pasillo estaba el Presidente. El canciller Ricardo Patiño ya había convocado a las personas que estaban en la Plaza Grande, para que fueran a “rescatar al Presidente”.
“Para mí ese fue el peor error, porque era confrontar el pueblo con el pueblo”, aseguraba, mientras se cubría con una sábana turquesa.
Durante la tarde, el ajetreo en los pasillo aumentó. El movimiento era intenso alrededor del Primer Mandatario. Asesores de la Presidencia salían y entraban de la habitación de Correa sin problemas. Las bombas lacrimógenas alertaron la llegada de los simpatizantes del Gobierno cerca del hospital.
López estaba intranquila. Intentaba permanecer en la cama, como le indicaron los galenos, pero no podía dejar de acercarse a la ventana del cuarto para ver lo que ocurría en la avenida Mariana de Jesús. Solo su esposo estaba al tanto de su hospitalización. El resto de su familia lo desconocía.
Las palabras de ánimo que le dieron el Comandante General de la Policía y el Ministro del Interior le ayudaron. Ellos ingresaron a las habitaciones a tranquilizar a los pacientes. Pero su respiración se aceleró cuando los asesores le contaron que estaba listo el operativo de rescate. Los disparos empezaron.
“Parecía una guerra. No midieron las consecuencias. Estaba acostada en la cama y una bala entró por la ventana y destruyó la pantalla de la TV”, decía López. Esa fue una de las dos balas que se impactaron contra el televisor. Las luces se apagaron y solo se veían las pantallas iluminadas de los celulares.
Marisol López salió asustada al pasillo. Allí se encontró con médicos, enfermeras y otros pacientes. Algunos, como Aida Zaldumbide, optaron por cerrar con seguro la puerta de los cuartos.
La mujer, de 57 años, ingresó hace 13 días al hospital por una obstrucción de un conducto biliar. Desde el lado izquierdo de su tórax sale una sonda con un líquido café oscuro. Cuando empezaron los disparos, enfermeras, familiares de pacientes y gente que no conocía se ocultaron en su habitación. Luego de la orden “todos al suelo”, Zaldumbide hizo un esfuerzo para esconderse bajo la cama, pese al dolor que sentía en el abdomen. Una enfermera se inclinó junto al sofá y otros se escondieron en el baño.
“Era una bulla terrible, como un campo de concentración. Se escuchaban los gritos y los disparos. Solo rezábamos para que todo terminara bien. No se respetó nuestra enfermedad”, contaba sentada sobre la cama. En ese momento, López debió acostarse en el piso del pasillo. Vio las sombras de los policías que llegaron a rescatar al presidente Correa y percibió otra vez el penetrante olor a pimienta de los gases lacrimógenos.
Cuando ellas escucharon que la salida del Mandatario se concretó, pensaron en que el peligro había pasado.