Manuel Muñoz aún guarda en su añejo taller de mecánica el yunque en el cual moldeaba con un combo las piezas de escopetas y revólveres.
“En 1945 no había torno, ni taladro ni otras herramientas que ahora facilitan el trabajo. Las piezas se elaboraban calentando el metal en una fragua”, dice con una suerte de nostalgia.
En la vieja mesa de madera apila las herramientas que antes utilizaba en la fabricación de armas de fuego. Hace un año, su hijo Hugo las heredó y ahora las emplea en su añejo taller ubicado en la Y de la vía que conduce al santuario de la Virgen del Huayco.
Muñoz dedicó 55 de sus 76 años a este oficio, con más de 100 de tradición en el cantón San José de Chimbo, en Bolívar. Con el poco dinero que obtuvo de este oficio educó a sus cinco hijos. “No es una profesión para enriquecerse sino para subsistir”.
Relata que su padre, antes de morir, le contó que se dedicaban a la herrería. La falta de trabajo y la difícil situación económica hicieron que los herreros se convirtieran en armeros.
Ellos iniciaron esta tradición con la fabricación de escopetas de chimenea que se utilizaban para la cacería. “Estas venían de España y le entregaban a mi padre para que las reparara. Lo que hizo fue copiar los modelos e ir perfeccionando este arte que poco a poco desaparece”.
Por una calle adoquinada y sinuosa se llega al taller de Hugo Muñoz. Él conserva la fragua en la cual confeccionaba cada una de las piezas de un arma. Trabajó 35 años en este oficio. “Parece que la vieja tradición de forjar el hierro empieza a desaparecer”, señala Muñoz, de 55 años. Su mirada se pierde por las paredes de adobe y el techo de teja de su añeja casa.
Muñoz es alto y delgado. Vive en el barrio Tambán, uno de los más populares del cantón bolivarense, donde hace más de 20 años hubo 100 talleres artesanales de fabricación de armas. Hoy solo quedan 10.
Recuerda que la gente de Chimbo participó en las luchas por la independencia. La más importante fue la que ocurrió en Camino Real, aunque no da fechas. “En estas gestas los hombres de Chimbo comenzaron a trabajar como herreros y otros se dedicaron a la reparación de las armas que utilizaban los próceres en las batallas. Desde allí viene esta tradición de fabricar armas”.
En el centro de Chimbo, Napoleón Guillén, presidente de la Asociación de Artesanos 22 de Abril, que aglutina a 43 socios, asegura que su tío Matías Guillén y Rómulo Sánchez, vecino de Tambán en 1910, fabricaron las primeras escopetas con chimenea (arma que se activaba al llenar la boca del cañón con pólvora).
La actividad luego se perfeccionó. En 1960, su primo Holger Guillén comenzó a fabricar las escopetas de cartucho.
En 1990, él revolucionó el mercado al fabricar revólveres de 9 milímetros y cuatro años más tarde la escopeta de repetición. “Ahora no sabemos a qué dedicarnos”, dice con inquietud.
La preocupación es evidente entre los armeros de San José de Chimbo. El malestar llegó tras la incursión de 600 agentes a 25 talleres de Tambán, La Asunción, Susanga y el centro de la ciudad, el miércoles pasado. Ellos se llevaron las herramientas de trabajo, las armas y los rastrillos de los talleres, supuestamente ilegales.
“En mi taller solo trabajan dos personas. Al mes logramos confeccionar siete armas. Estas se venden a los comerciantes, previa la firma de un contrato con el artesano y la compañía de seguridad”, asegura Joaquín Tandapilco, otro artesano.
Su casa, de bloque y madera, es de dos pisos. Los ingresos mensuales no rebasan los USD 350. “El dinero apenas alcanza para pagar los servicios básicos, la alimentación y el pago de los estudios en la familia. Pero el pasado miércoles se nos llevaron todas las herramientas”.
Enrique Gómez, jefe de Control de Armas de Bolívar, tiene otras cifras. En el 2001, dice, operaban 100 talleres. Ahora están abiertos 34, pero solo 18 fabrican armas. Todos tienen permisos de funcionamiento.
Para la revisión, cada fabricante tiene un código que lo extiende el Departamento de Control de Armas. Para la producción, los artesanos deben justificar la venta a través de un contrato firmado por ellos con los comerciantes o una empresa de vigilancia.
Gómez informa que en los últimos años decreció la comercialización de armas. El poco armamento que se elabora se envía a la Policía Nacional, en Quito, para que sea sometido a las pruebas de balística.