Mira al piso y parece que va a llorar, pero suspira y contiene sus lágrimas. Levanta la mirada y dice que la muerte de Marcelo Lucero le causó una inmensa pena. América Córdova, de 74 años, vio crecer a este azuayo en Gualaceo.
Ella se enteró que a Jeffrey Conroy lo declararon culpable de homicidio involuntario por los noticieros nacionales. “No entiendo bien, pero dejo en las manos de Dios, él lo juzgará”.La madre de Marcelo, Rosario Lucero, fue su empleada doméstica hace unos 45 años, “si la memoria no me falla”. No olvida su sazón y su gran entrega al trabajo. Cuando laboraba en la casa de Córdova solo tenía una hija, Catalina. Luego nació Marcelo y Córdova no podía tenerlos.
Desde entonces Rosario Lucero vivió de lo que mejor hacía: cocinar. Tenía un puesto en la plaza Guayaquil, en el centro de Gualaceo. Vendía tortillas de maíz, morocho, carnes asadas’ Junto a ella estaban sus hijos Catalina, Marcelo, Joselo e Isabel, dice Córdova.
Catalina y Joselo residen en EE.UU. Isabel vive en Gualaceo con su madre en una casa que financiaron con el dinero que enviaba Marcelo. Hace 15 días las dos viajaron a EE.UU. para presenciar el veredicto del lunes pasado. Ellas seguirán allá hasta que el juez Robert Doyle emita la sentencia el 26 de mayo.
Dos días antes del viaje, Córdova merendó en la casa de Rosario. Córdova notó que la mujer estaba más delgada, “decía que le quitaron la mitad de su vida”.
Otras amigas de Rosario, que también vendían en la plaza Guayaquil, recuerdan que Marcelo siempre ayudó a su madre. Una de ellas es Julia Márquez, de 61 años. Los hijos de ambas eran amigos desde la infancia.
A Márquez le gustaría una sentencia más severa para Conroy, “pero Dios deberá juzgar esa muerte”. Rosario Lucero dejó de vender tortillas en el mercado. Ahora lo hace bajo pedido desde su casa en Gualaceo.
Márquez la observó el lunes pasado en su televisor en las noticias de los canales nacionales. A ella le impresionó que su amiga dijera: “Él vivirá preso en su conciencia”, refiriéndose a Conroy.