Una furgoneta roja se parqueaba todas las madrugadas en la entrada de los hostales de Bogotá (Colombia). Un joven, con un corte en la cara y un dragón tatuado en el brazo derecho, manejaba el carro. El hombre recogía en cada hostal a uno o dos niños. La lista de 15 menores se completaba en La Feria, un barrio ubicado en el noroccidente de la ciudad.
El chofer dejaba a los niños en sectores residenciales de Bogotá y los obligaba a mendigar hasta completar USD 25 diarios. Si no lo conseguían, en la noche no recibían los USD 5 que les correspondía. Además, como castigo, la furgoneta tampoco los regresaba al cuarto donde dormían.
La voz de Roberto (nombre protegido), de 14 años, se quiebra al recordarlo.“Si nos quedábamos dormidos, el hombre del tatuaje en el brazo entraba, nos golpeaba con correas y nos lanzaba agua helada. Nos amenazaba con matar a nuestros papás”.
Cuando Roberto escapó de su natal Riobamba tenía 11 años. El 21 de febrero del 2008 fue a la terminal terrestre de esa ciudad y viajó a Quito. Allí se encontró con un hombre conocido como ‘el señor Peralta’. Dos semanas antes, él llegó a la casa del niño y ofreció convertirlo en médico. La condición: estudiar en Colombia.
Roberto aceptó y ‘Peralta’ preparó ese mismo día la salida por tierra desde de Quito. Entregó al niño USD 5 y lo embarcó en un bus. El viaje duró tres días. Primero fue a Tulcán (frontera norte) y en el Puente de Rumichaca lo esperaba una mujer. Ella lo llevó a Ipiales y lo embarcó en otro bus hacia Bogotá. Ahí conoció al chofer de la furgoneta.
Según la Dirección Nacional de Policía para Niños, Niñas y Adolescentes (Dinapen), en el 2008, 384 menores fueron sometidos a trata con fines de explotación laboral, sexual, conflictos armados y servidumbre. Entre enero y mayo del 2010 hubo 75 casos y la mayoría de denuncias fueron por mendicidad obligada (ver cuadros).
Raúl Guevara es jefe de la Unidad Antitrata de la Dinapen. Él asegura que tras el traslado de niños a otros países funciona una red internacional.
En un informe presentado en marzo pasado, el Departamento de Estado de los EE.UU. denunció que esas estructuras operan frecuentemente en Ecuador . Llevan niños a Colombia, Chile y República Dominicana. En otra investigación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales se dice que los niños son explotados en Venezuela y EE.UU.
En el Departamento de Estado, Ecuador no está calificado solo como país afectado por la trata, sino como sitio de tránsito de víctimas hacia EE.UU. y de destino para explotar sexualmente a hombres, mujeres y niños.
En febrero de este año, la Fiscalía General creó la Unidad contra la Delincuencia Organizada Transnacional (UDOT) y en cuatro meses de operaciones constató que Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi, Pichincha, Carchi e Imbabura, las más afectadas por la trata y explotación de niños.
En el 2009, se desarticularon tres organizaciones que operaban en el país con contactos en cinco naciones. En los cuatro primeros meses del 2010, la Policía detuvo a 42 personas acusadas de trata de personas y en la Fiscalía General 62 procesos están abiertos. Se calcula que la cifra corresponde solo al 10% de los casos, pues no todos se denuncian por miedo o desconocimiento.
El Código Penal sanciona este delito con reclusión menor ordinaria de seis a nueve años, “siempre que no constituya explotación sexual”. Según el artículo 190, si la víctima es menor de 18 años, la pena será reclusión de nueve a 12 años. Y puede aumentar a 16 años, según la gravedad.
Don José es padre de Roberto. Él recuerda que cuando su hijo desapareció acudió a la Policía, pero le dijeron que esperara 24 horas, porque “como ya era grande talvez se fue con la enamorada”. “Hasta me dijeron que pude haberlo vendido y que ya cobré”.
La subdirectora nacional de la Dinapen, Mery Cózar, conoce casos en que los niños han sido llevados a otros países con consentimiento de los padres o familiares. “Reciben USD 100 y los desconocidos desaparecen”.
El Departamento de Estado determina que a escala mundial, las ganancias por este delito bordean los USD 9 500 millones anuales y ocupan el tercer lugar, después del tráfico de drogas y de armas.
De los USD 25 que Roberto estaba obligado a recoger al día, USD 20 era para el chofer de la furgoneta y para tres personas que daban órdenes por teléfono.
Cada día, los 15 niños recolectaban hasta USD 375 y 300. “A veces no sacábamos lo que pedían y otros compañeritos robaban para que no les peguen en las manos”, refiere Roberto.
El niño estuvo cuatro meses en manos de la red internacional. Cuando llegó a Bogotá los desconocidos arrendaron un cuarto vacío en un hostal de La Feria, por el que se pagaba USD 2 la noche.
Una mañana, el pequeño se desmayó en la calle del barrio y despertó en un dispensario médico. Contó lo que sucedía y pidió que le informasen a su padre. Tres días después, don José llegó a Bogotá y recuperó a su hijo.