Madre encuentra a su hijo después de 12 años de haber sido raptado

Moisés es un poco tímido. Sus ojos miran con desconcierto su nuevo hogar, en el recinto La Independencia, en Esmeraldas, al norte del país. Todavía está adaptándose a una familia que desconoce y a una madre que lo ha buscado por 12 años.  

La mamá de este joven de 12 años, quien fue raptado cuando tenía tres meses, Ana Patricia, menciona que a pesar de que ha pasado tanto tiempo desde que vio por última vez el rostro de su hijo. El aún conserva la misma sonrisa de cuando apenas era un bebé y fue raptado.

La relación con los que pasaron de ser desconocidos a sus nuevos padres, hace cuatro días, aún es complicada. Sin embargo, Ana piensa que el amor de una madre vence cualquier cosa. “Todo el cariño que me robaron, todos los años que no estuve con él los voy a reponer. Yo no le podré dar riquezas, pero le daré todo mi amor”, asegura esta madre, quien vivió un “calvario” desde que su hijo fue plagiado en una iglesia evangélica, en Santo Domingo de los Tsáchilas, al noroccidente de Ecuador, el 5 de mayo de 2002.

Ana recuerda ese día como si fuera ayer. Una mujer trigueña, de contextura delgada, con el cabello tinturado y de una sonrisa amable asistió al culto de la iglesia evangélica a la que acudía semanalmente Ana, con su hijo en brazos.

La mujer, quien aparentaba ser una hermana del templo, le sugirió a Ana que podía ayudarle a cargar a su hijo, de apenas meses de nacido, para que pudiese orar mejor.

Esta madre cerró sus ojos y pidió “con tantas fuerzas felicidad y prosperidad” para su niño. Rogó por salud para el pequeño indefenso, a quien le auguraba un futuro prometedor.

Cuando abrió sus ojos un frío estremecedor recorrió su cuerpo. La mujer a la que había encargado a su bebé había desaparecido con su hijo, sin dejar rastro.

Empezó a preguntar a los compañeros de su iglesia si alguien conocía a la señora que se llevó a su vástago, pero “todos dijeron que no la conocían”.

“Desde ese momento comenzó la etapa más dura de mi vida”. Recorrer estaciones de policía, orfanatos, hospitales, morgues y todo lugar donde existiese la esperanza de que estuviera su hijo se convirtió en parte de su vida.

La muerte de un policía que investigaba el caso marcó a esta progenitora, ya que “después que el oficial falleció, me dijeron que se habían perdido los expedientes de mi caso y que no me podían ayudar”.

Ana se vio obligada a tomar el papel de investigadora. “Me fui a todos los lugares donde cuidaban a niños en la ciudad, pero nunca encontré nada. Lo único que me mantenía viva era la esperanza de que un día él apareciera y me dijera mamá”

Después de varios años, la mujer se mudó al recinto, La Independencia, en Esmeraldas, en la Costa del Ecuador.

Una noche febrero de 2013 Ana elevó una de sus múltiples plegarias al cielo y pidió “Señor, en la Biblia dice que tú le devolviste un hijo, que creía muerto, a Jacob. Por favor devuélveme al mío también”. Dos meses después recibió noticias del paradero de su vástago mientras visitaba la iglesia donde se llevaron a su pequeño.

Una conversación con una de sus hermanas en la fe le dio pistas acerca de dónde se encontraba su hijo. Esta compañera de la iglesia se había encontrado hace algunos meses con una mujer que vivía arrepentida por haber sido testigo del rapto de un niño.

“Cuando escuche que el alma de alguien no estaba en paz por el plagio de un bebé mi corazón presintió que era mi niño”.

La mujer dio con la vivienda de la mujer que había plagiado a su vástago y planteó una denuncia. La Fiscalía ordenó hacer pruebas de ADN, entre el niño y Ana. Los resultados dieron positivo y el menor fue devuelto a los brazos de su madre el pasado viernes, 5 de septiembre de 2014.

La defensora pública, Clara Hinojosa, quien asistió este caso, señaló que Ana desistió de seguir con el proceso judicial contra la persona que plagió a su menor, dado que “lo único que quería esta madre era recuperar a su niño, después de tantos años de distanciamiento”

Según la psicóloga, Carmen Torres, el alejamiento de un menor por varios años crea cierto sentimiento de desapego. “Esta situación puede ser sobrellevada con terapia psicológica para toda la familia, ya que todos deben acostumbrarse y acoplarse a una vida con un nuevo integrante en la familia”.  

Moisés, quien fue bautizado por su raptora como Santiago, aún se está acostumbrando a ser llamado por este nombre, a jugar con su nuevo hermano, de tres años y a vivir con una madre que conoció hace pocos días.

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