Rosa Catote vive desde hace cinco años en Santo Domingo de los Tsáchilas. En el Mercado Municipal vende papas y choclos. Foto: Juan Carlos Pérez / El Comercio
Los collares son parte de su identidad. Es el rasgo de la cultura Kichwa que Rosa Catote, de 60 años, aún conserva. Ella llegó hace cinco a Santo Domingo de los Tsáchilas. Es parte de los 3 200 indígenas de la Sierra, que se radicaron en la provincia desde hace 40 años.
Los kichwa de Cotopaxi, Tungurahua y Chimborazo dejaron las montañas y el frío de la Sierra para acoplarse al trópico húmedo de la provincia.
Su éxodo se dio para conseguir un trabajo que les dejara réditos económicos, ya que los productos que cultivaban se vendían a precios bajos. Así lo explica el presidente de la organización Sumak Kawsay en Santo Domingo, Édgar Cuzco.
Los kichwa como Catote se dedicaron al comercio de legumbres y frutas. “Es de lo que más sé, porque en mi tierra (Saquisilí, en Cotopaxi) cultivaba papas y ahora tengo contactos que la envían hasta acá”.
Según Cuzco, la decisión de radicarse en Santo Domingo se debe a que es un punto estratégico para que los productos de la Sierra lleguen hasta la Costa. “Pero para crecer económicamente debimos adaptarnos”.
A Catote, como a las más de 50 indígenas de la Sierra que trabajan en el Mercado Municipal, le tocó adaptarse al clima y a la diversidad de culturas que hay en Santo Domingo.
“Convivimos con personas de Manabí. Ellos son muy diferentes para hablar y actuar. Siempre están alegres”, dice Juana Chafla, quien vive en Santo Domingo desde hace 35 años.
Ella, a diferencia de Catote, ya no utiliza collares y la tela de la falda es más delgada. La indígena de Guamote (Chimborazo) recuerda que tuvo que modificar su vestimenta típica para adaptarse al calor, que llega hasta 30 grados en verano, según el Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología.
Ella confiesa que olvidó palabras en su idioma natal: el kichwa. Cambió su dialecto para comunicarse con los clientes. También, para que sus hijos no tuvieran problemas en la escuela y colegio.
Según Cuzco, quien es profesor kichwa en la unidad educativa intercultural Cristóbal Quisphe, los niños ya no practican el idioma nativo. Se debe a que los padres ya no lo utilizan en casa o no les enseñaron la pronunciación desde pequeños. “Mi hija entiende las conversaciones en kichwa, pero no puede hablar. Ella siempre contesta en castellano”.
Lo mismo sucedió con los hijos de Catote y Chafla.
Por ello desde la organización Sumak Kawsay se busca que las reuniones sean más seguidas. En la actualidad se encuentran cada seis meses para recrear los juegos tradicionales de sus comunidades. “Nos hace falta organización política. Vivimos en diferentes lugares y eso hace que perdamos contacto”.
La mayoría de kichwa vive en el centro de la ciudad, cerca de sus trabajos.
Primero se asentaron en la vía Santo Domingo – Las Mercedes, pero por la lejanía hasta el centro (25 minutos) decidieron mudarse. Allí aún vive Manuela Gusñai, quien vende frutas desde hace 30 años. Anhela regresar a Tungurahua, donde nació. Pero su familia migró a otras ciudades. “El negocio no va bien en Santo Domingo”.